Para no comer hamburguesas todo el tiempo con mis hijos, te empezás a preguntar en un momento de hablar en inglés, de escuchar en inglés, inevitablemente empezás a pensar en un proyecto en inglés”, así cuenta el director Lisandro Alonso, uno de los argentinos más celebrados y dueño de una mirada personal única, no solo en el cine sino en el arte contemporáneo, el nacimiento, mientras vivió un año en Estados Unidos, del proyecto que finalmente estrena en nuestro país, Eureka, que lo tiene otra vez trabajando junto a Viggo Mortensen y varios no actores, y otra vez recorriendo lugares, aquí desde Almería, una de las cunas del western en el cine, hasta la selva de Oaxaca, pasando por Pine Reach, una reserva sioux en Estados Unidos (que el propio director define como “el lugar más pobre de Norteamérica, seguro”). Y suma: “Si Estados Unidos no puede resolver un problema de 50 mil habitantes como el que tienen ahí, a nivel cultural, social, económico, entonces, eso es una decisión política. Si uno le pide utópicamente a una potencia que sea más justa con el mundo en el que vive, con los vecinos, y no puede arreglar un problema así puertas adentro y delimitado hasta geográficamente ¿qué se le puede pedir, entonces? Lo veo como un punto muy ejemplificador de lo que es Estados Unidos. Quiero que a través de la película se puedan hacer algunas asociaciones: como en América Latina, no excluimos tanto a los pueblos originarios, tenemos diez mil falencias y la democracia no es perfecta para nadie”. Alonso sorprendió al mundo, a otro mundo, a otro cine, con una película como La libertad, donde contaba un mundo, con una fuerza que no se contaba hace mucho. Hoy, después de estrenar está película lanzada como aquella en Cannes, Alonso explica su nuevo film: “Eureka es como explicar una pintura, me meto en problemas cuando la explico. No soy pintor, ni mucho menos. Cuando vas a un museo, o un libro, o a la casa de un amigo, y ves una pintura, ves que hay montón de herramientas, formas, elementos, posibilidades, todas en un mismo marco, y uno hace las conexiones. O no, y seguís caminando en el museo. Pero capaz que te quedás: ¿por qué esa línea roja? Uno se tiene que tomar el trabajo de descubrir dónde está el placer estético, y no al revés, porque lamentablemente hoy las plataformas que tanto marcan lo que se, lo que se hace, no me dan ningún placer estético. Es un entretenimiento, como puede serlo ir al bar con un amigo a tomar unas birras. Me entretengo más en un bar que viendo Netflix. O podés ir al monte a desmontar ramas, o ir al fútbol. Hay miles de entretenimientos”.

—¿Por qué sentís que aparece la comunidad ahora en tu cine que suele ser un cine de individuos?

—Yo creo que fue inconsciente, yo creo que desde el vamos, desde la idea, desde el guion, estaba esa idea. Cuando abrí el mapa a pensar en plural, y hablar de América como continente, me quedó chico plantearlo desde un solo individuo. Cuanto metes grupo, cuando metes comunidad, ya me parece que abarcás una zona geográfica un tanto mayor. Viene por ahí, por contar como veo yo la diferencia entre América y Norteamérica, una política y otra, una cultura y otra, y así. Era mejor plantear una comunidad, no es más un hombre solo. Me pongo más viejo y de alguna u otra manera tenés que mostrar lo que pensas, lo que ves, las consecuencias de los resultados de las políticas de vivís, o habitas o estás cerca de.  

—La película se divide en tres partes, el western del comienzo, la reserva de la mitad y la selva al final. Siempre aparece la vida de los aborígenes, desde el mito del cine a su realidad más cruda. ¿Qué implica ese recorrido para vos?

—El western es un género que colonizó el mundo. No hay historia del cine que no lo piense. Desde la nouvelle vague al cine iraní, incluso japonés. Se metió en el inconsciente como industria cultural, y recaudó millones y millones de dólares, pero no sé si realmente se interesó en reflejar los interés de las personas que tácitamente llamaba a protagonizar sus películas o daba germen al conflicto de la trama del Oeste americano. Más corazón que odio, caso ejemplificador para ir cortito y al pie: hoy no se podría filmar. Cuando va John Wayne y rapta una mujer de una tribu, y la trata como un animal, hoy es imposible de filmar eso. Imaginate entonces lo que le queda al resto. También forma parte de eso: si eso, que generó una industria de las más grandes a nivel género, entretenimiento, todo, hoy se traslada a las plataformas, ¿qué aprendo de las plataformas de acá a cincuenta años? ¿Que representaban a mí, a mis vecinos, de igual forma que el western en su momento? Esa es la conexión que yo quiero hacer, aunque me cuesta ponerlo en palabras. ¿Cómo observamos el pasado? ¿Con qué herramientas? ¿Con qué personajes? ¿Cómo nos representamos? ¿Eso le va a servir a mis hijos en treinta años? Yo me remito al western, mi hijo al TikTok, o a las plataformas ¿y qué ganamos de las plataformas? Nosotros, los consumidores, ¿aprendimos un poco más cómo somos en nuestro país, en países vecinos, en África, en Asia? Hoy el cine a través de los televisores, de la imagen, apenas subsiste.

—¿Qué sentís es el cine hoy para vos?

—Desde mi perspectiva, es un arte que trato de ligarlo al placer que me genera leer una novela, leer una poesía, o mirar una pintura. Donde uno tiene que ser un protagonista más activo. El cine para mí es que metas todo, que puedas hablar como hacemos ahora al menos 15 minutos, en el “che, a mí me pasó esto, ¿qué conexiones hiciste?”. Cambió todo tanto, que antes mi viejo estaba esperando 3 meses una película de Fellini, y se iban a comer una pizza y hablaban de eso, o no. Pero eso yo siento no pasa hoy, o al menos a mí no me pasa. Quizás a un pibe de 20 sí, con una película o una serie.

—Jugar con el western ¿qué implica?

—El western no es como Marvel ahora. El western estuvo setenta años dando vueltas. Es un género que nunca va a ser abatido, por su forma, por su esencia. Pero ahora se lo replantea. Le quieren dar más vueltas. Yo también, y como se planteó no sirvió. O me dicen que el western tendría, el tuyo, a ser hecho por aborígenes. ¿Cómo es? ¿Scorsese sí puede y uno como yo, que quiere filmar una películita, no? Ellos me aceptaron, yo como latino soy el que menos mal les hizo; pero si va un gringo, sí, les da un poco de bronca.

—Los lugares de rodaje, desde Almería a la selva, dicen mucho de la película.

—Almería, todo listo siempre. Actores, había un café al costado, cerca de un baño. Era un sueño. La locación en Oaxaca había que cruzar siete ríos en patas. El cine es eso: donde quiero poner el cuerpo, mi energía y cohabitar con la gente que trabajo. Poner el cuerpo… se llama Eureka por algo: yo creo que en el proceso de escritura con Fabián Casa y Martín Camaño descubrimos que quería hacer eso, que quería poner el cine ahí… ¿con quién quiero pasar tiempo antes de poner la cámara, dentro de años? Cuando mis chicos me pregunten, en veinte años, che, papá, ¿por qué te fuiste a la selva en Oaxaca y estar con la tenacidad durante diez años para filmar esto, que tuvo seis semanas de rodaje, tuviste covid dos veces, te divorciaste, se te cayó un productor francés, el DP, a la primera actriz casi se le muere la hija filmando, tuviste mil contingencias climáticas? ¿Por qué seguiste? Y bueno, porque no era una película para una plataforma, era algo que yo quería hacer, que yo quería que me preguntes dentro de veinte años por qué filmé eso, por qué tenía valor eso y por qué contaba esa película.