Hay calvarios y calvarios. La escritora belga Amelie Nothomb (Bélgica, 1966) dio cuenta días atrás de su propio peregrinar penitente por las puertas del parisino Museo del Louvre sin lograr acceder por falta de dispositivos electrónicos. Años atrás, su padecimiento había sido de otro orden: en 2019, la publicación de su novela Sed (Anagrama) desató un inusitado revuelo porque la autora se transformaba en Jesús a partir del uso de la primera persona y reconstruía los últimos días del nazareno.
Rigurosamente vestida de negro, como siempre, y ligeramente despeinada, la genial y excéntrica autora de bestsellers como El sabotaje amoroso (1993) y Estupor y temblores (1999), participó de una emisión en la radio pública francesa France Inter y usó su segmento para denunciar su angustioso recorrido para lograr un acceso al Louvre.
Sucede que Amélie Nothomb no tiene celular. Ni computadora. Esa resistencia casi ludita, perfectamente acorde con su estilo, le generó sin embargo un impedimento severo: los museos obligan a sus visitantes a reservar su visita por internet y, con ese requisito, dejan afuera a muchas personas.
Yo, que soy una persona sin ningún tipo de conexión. No puedo permitirme reservar un museo.
No ya a esta escritora, sino a gente mayor o menos habituada a la tecnología, que no es capaz de resolver los mecanismos de inscripción. No solo aplica al Louvre: sacar un turno para un trámite regular también puede transformarse en un calvario si no se cuenta con asistencia, con dispositivos actualizados y con servicios de conexión. La dependencia tecnológica genera nuevos penitentes.
“No sé cómo funciona”
“Me parece terrible que, ahora que se ha acabado covid, sigamos con la vieja ley de que hay que reservar para ir a un museo. Me parece intolerable. Especialmente yo, que soy una persona sin ningún tipo de conexión. No puedo permitirme reservar un museo. No tengo ordenador, no sé cómo funciona. No tengo un smartphone, no sé cómo funciona”, protestó la escritora ante el micrófono de la radio.
La autora recordó que pasó los últimos tres años sin poder pisar las tres cuartas partes de los museos de Francia, país en el que residen, por este imperativo de que hay que reservar la presencia por internet. “Me disgustaba especialmente el Louvre, porque tenía adicción a él, y más concretamente a un cuadro llamado «La belle Ferronière» de Leonardo da Vinci”, compartió.
Nothomb, con sentido pesar, confesó que sentarse frente al cuadro le genera un estado de serenidad que en no pocas ocasiones necesita: “Voy por sensaciones, voy por nervios”.
De manera que días atrás, decidió que necesitaba volver a ese remanso y después de cuatro años, regresó al Louvre: “Iré por capricho, iré de improviso, no he reservado, y como no puedo permitirme reservar, iré de todos modos”, recordó.
La aventura fue exitosa y por eso la escritora se permitió un poco de suspenso en la reconstrucción: “Llegué al Louvre, eran las 13.00. Había bastante cola, media hora aproximadamente y logré comprar una entrada. Por fin llegué al Louvre. Y fue un éxtasis absoluto. En primer lugar, volver a ver a mi bella Ferronnière, tan bella como siempre, tan enigmática como siempre, y cuyo verdadero nombre aún desconocemos, lo que contribuye en gran medida a su belleza. Pero también para ir a ver lo que será el gran acontecimiento del Louvre durante otros cinco años: los dos Rembrandt”, completó.
La autora recorrió varios sectores del museo a sus anchas porque lo que quería, dijo, era “demostrar que se podía acceder al Louvre sin reserva”. Y agregó: “Hay una lección que aprender de esto: porque es cierto que en todos los museos a los que voy, la gente me rechaza porque no hice una reserva. Pero yo les digo: No se rindan”
La pasión de Cristo
Hace cinco años, la polémica no fue por la tecnología sino por un asunto mucho más tradicional: los últimos días en la vida de Jesús. La entonces nueva novela de Nothomb Sed reconstruía esas jornadas finales a partir de una primera persona que fue considerada impropia dentro de la propia iglesia católica.
«Siempre supe que me condenarían a muerte», comienza la novela y muestra a un Jesús intimidado, con pesar por el sufrimiento que imagina que sentirá en breve. Jesús está asustado. Jesús se preguntará por qué aceptó someterse a un padecimiento que no sabe si tendrá alguna utilidad.
Cuando el libro llevaba pocas horas en la calle, el crítico Bernard Pivot, presidente de la Académie Goncourt entre 2014 y 2019, anticipó: “Dividirá a los cristianos. No va a recibir la aprobación oficial del Vaticano. Pero Amélie Nothomb probablemente prefiere recoger los elogios de la crítica”. Y los tuvo.
“Nunca pensé que yo era Jesús, no estoy tan loca, pero tenía la sensación de que entendía lo que le estaba pasando, y era muy difícil de aceptar”, dijo entonces Nothomb.
Nunca pensé que yo era Jesús, no estoy tan loca, pero tenía la sensación de que entendía lo que le estaba pasando, y era muy difícil de aceptar.
La novela es de una delicadeza notable y la personificación de Jesús, además de conmovedora, construye una sólida humanidad en un hombre demasiado narrado e idealizado. Es probable que la autora belga, una verdadera bestseller que escribe un libro por año desde 1992 y vende decenas de miles de ejemplares, haya hecho más por el amor a Cristo que algunos dignatarios eclesiásticos, que tienen las manos manchadas de violencia y delitos.
En el libro, la noche previa a la crucifixión, Jesús tiene miedo de morir. Terror. Y solo encuentra alivio en el recuerdo de María Magdalena, su amante, en el placer de sus cuerpos mezclados, dormidos, despiertos. «De todas las alegrías que he experimentado con ella, ninguna ha igualado la contemplación de su belleza», piensa Cristo. Y mientras escenas como esta se suceden, la autora declaraba en 2019: “No estoy escribiendo este libro para conmocionar, es un acto de amor atreverse a decir lo que está mal, lo que no podemos soportar”.