La escritora Deborah Feldman no ha dejado de crear expectativa desde que publicó Unorthodox, mi verdadera historia un libro de memorias de 2012 sobre su salida de la comunidad jasídica de Nueva York, que más tarde se convirtió en una aclamada serie de Netflix. Feldman, cuya lengua materna es el yiddish, emigró a Berlín hace una década. Ha publicado libros en inglés y alemán. Y desde el comienzo de la guerra entre Israel y Hamas en octubre, sus escritos y entrevistas han tocado una fibra sensible en Alemania, donde ahora es ciudadana.

Se ha convertido en una voz poco común en los medios de comunicación alemanes: una escritora judía crítica del apoyo incondicional de Alemania a Israel y de la represión de las voces discrepantes en las instituciones culturales del país.

Se sumó a más de cien escritores, artistas y académicos judíos que firmaron una carta en la que condenan la prohibición alemana de las manifestaciones de apoyo a los palestinos y, en una aparición televisiva muy difundida, acusó con gran emotividad a los líderes políticos alemanes de hacer mal uso de las lecciones aprendidas tras los crímenes del Tercer Reich.

En un almuerzo reciente en el centro de Berlín, en un restaurante ubicado a la vuelta de la gran sinagoga restaurada de la ciudad, hablamos del ascenso y la caída de una capital cultural, del lugar de los judíos en la sociedad alemana contemporánea y de cómo el legado del Holocausto da forma a una cultura tanto de responsabilidad histórica como de miedo político. Esta conversación ha sido condensada y editada para mayor claridad.

–Vive en Berlín desde 2014. ¿Ha sido muy grande la adaptación respecto de su vida anterior en Nueva York?

–Me encanta Berlín. Mudarme aquí fue una decisión muy personal para mí. Crecí como ultraortodoxa en Nueva York y, cuando dejé la comunidad, en realidad no me fui. Para muchos ortodoxos, si uno se queda en el lugar de donde viene, tiene la sensación de que su pasado está muy cerca. Muchos de mis amigos ex ortodoxos de Israel dicen lo mismo. Hay toda una escena de exortodoxos en Berlín, muchos de ellos de Israel. Y hace diez años, ésta todavía era una ciudad muy interesante. Sinceramente, fue el primer lugar donde conocí a musulmanes y palestinos. Aunque soy neoyorquina, mi experiencia de Nueva York fue bastante segregada. Las cosas empeoraron después, pero era muy interesante y muy diversa, y estaba llena de personas que se reinventaban y huían de ciertas cosas. Muchos refugiados, muchas biografías fascinantes, muchos forasteros. Nueva York se estaba convirtiendo en una ciudad de banqueros y prostitutas. Y a Berlín uno todavía la sentía anticapitalista, la sentía indie, y además soy alemana.

Deborah Feldman. Archivo Clarín.Deborah Feldman. Archivo Clarín.

–Usted fue criada por sobrevivientes del Holocausto. Uno de sus bisabuelos se fue de Baviera justo antes del comienzo de la guerra.

–A mi bisabuelo lo detuvieron en 1938, cuando tenía 43 años. Fue una de las últimas personas en obtener el título de médico antes de que eso fuera ilegal para los judíos.

–En las semanas posteriores al ataque de Hamas contra los habitantes del sur de Israel, mientras se intensificaba el asedio a Gaza, usted apareció en un programa de entrevistas alemán junto con Robert Habeck, el vicecanciller. Usted utilizó un lenguaje duro; acusó a los políticos de este país de no aprender del Holocausto.

–Dije que estaban utilizando el Holocausto como justificación para abandonar la claridad moral. La reacción fue enorme. La gente escribió diatribas para tratar de explicar por qué estaba equivocada y por qué no se me debería permitir salir en televisión. Lo que realmente creo que ha ocurrido aquí es que la cultura de la memoria ha producido dos fenómenos en conflicto. Ha producido una sociedad paralizada por la culpa y el malestar. Alemania no tiene espacio emocional ni energía para ninguna otra responsabilidad histórica que no sea la realidad de que perpetró el Holocausto. Pero al mismo tiempo, la cultura oficial de la memoria creó un espacio sin control para que los políticos abusaran de esa historia. Estos políticos no reflejan las opiniones de la sociedad, pero no sienten la necesidad de hacerlo, porque han creado una cultura en la que la sociedad no tiene voz ni voto en este asunto. Y es muy triste que el pueblo judío tenga identidades culturales, étnicas y religiosas tan diversas, pero en Alemania tenga que subsumirlas en la identidad de la víctima del Holocausto.

–En los últimos cinco años ha habido frecuentes debates sobre la forma en que la cultura de la memoria que usted describe –esos esfuerzos institucionales por afrontar el pasado nazi del país y la responsabilidad por el Holocausto debe tener en cuenta la realidad actual de Alemania como sociedad diversa y multiétnica. Después del 7 de octubre, eso parece haberse vuelto mucho más difícil.

–Esa ha sido exactamente mi lucha. Toda la gente de centro-izquierda que conozco, gente que vota al Partido Socialdemócrata de Alemania o a los Verdes, parecía estar del lado bueno de las cosas. Hablaban de racismo y diversidad. Y luego está esta historia con Documenta…

Deborah Feldman. Archivo Clarín.Deborah Feldman. Archivo Clarín.

–La exposición de arte más importante del país, que se hizo pedazos en 2022 entre acusaciones de antisemitismo y racismo. Y después del 7 de octubre, el equipo encargado de organizar la próxima edición de Documenta se desmoronó.

Documenta fue un momento muy importante para los artistas por este tema. Todo el mundo empezó a tener mucho miedo. Lo que estamos experimentando es una grieta entre el establishment cultural y las estructuras políticas que financian la escena cultural.

Estamos experimentando es una grieta entre el establishment cultural y las estructuras políticas que financian la escena cultural.

Deborah Feldman

–Artistas y profesionales de las artes no dejan de decirme que esto parece un punto de inflexión en el estatus de Berlín como centro cultural europeo. ¿Le parece que la ciudad se ha transformado?

–Tengo muchos amigos palestinos. Muchos amigos israelíes. Muchos amigos de origen inmigrante. Toda mi comunidad estaba paralizada por el miedo, la desesperanza y la sensación de ser humillada, denigrada, deshumanizada. Me siento cada vez más incómoda. He vuelto a pedir el pasaporte estadounidense, que dejé caducar. He hablado con mi marido de la posibilidad de que, si la situación se va al diablo, ¿deberíamos irnos? Es muy difícil seguir adelante, y la única forma que tengo de dar la cara de vez en cuando y hacer oír mi voz es armándome de una ira justificada, que no siempre da la mejor impresión. Pero mucha gente trata de detenerme.

–¿Es también posible que surja una alternativa? Tras el estallido cuando se anuló el premio de literatura otorgado a Adania Shibli, la escritora palestina que vive en Berlín, ésta decidió publicar en The Berlin Review, una nueva publicación cultural.

–The Berlin Review es muy catártica y marca un hito. Honra a Berlín. Cosas así son las que me mantienen aquí, porque he perdido la confianza en los medios alemanes. Nunca tuve confianza en la política alemana, pero ahora no tengo ninguna esperanza en la política alemana. Sinceramente, creo que con lo que todavía me siento conectada es con la gente que me dice en privado: «Estoy de acuerdo contigo, pero si lo digo, pierdo mi trabajo».

© The New York Times / Traducción: Elisa Carnelli