El nuevo milenio le ha bajado la libido al séptimo arte. A pesar de que la irrupción de las plataformas de streaming en nuestras vidas ha incrementado notablemente los niveles de producción y distribución de largometrajes y, en buena medida, la libertad creativa de los mismos, el contenido sexual en las películas ha disminuido drásticamente desde el año 2000 según el estudio del analista de datos especializado en cine Stephen Follows.

¿Sexo? No, gracias.

Las conclusiones extraídas por Follows, publicadas en un artículo de The Economist, han determinado que el sexo y los desnudos en los largometrajes de acción real han disminuido casi un 40% durante el último cuarto de siglo, y que el número de películas sin contenido sexual alguno ha aumentado de una media del 20% anual a un revelador 50%. La mitad de largometrajes que llegan a nuestros ojos son castos y puros.

Además, el analista también ha escudriñado otros temas sensibles como la presencia de violencia, drogas y lenguaje malsonante. Estos dos últimos elementos experimentaron un ligero descenso en pantalla desde 2014, pero permanecen estables respecto a los estándares habituales, mientras que la violencia, tras disminuir también hace una década, vuelve a estar en el nivel de siempre.

Llama la atención que, pese a la merma de escenas sexuales, las que terminan saliendo de la sala de montaje son más explícitas y no titubean a la hora de mostrar desnudos integrales frontales, planos detalle de genitales y otras lindezas. No obstante, la verdadera incógnita es que ha llevado a esto, y para encontrar la respuesta no tenemos que conjeturar sobre una hipotética ola puritana en Hollywood, sino en el marco social en el que vivimos.

El mejor indicativo lo encontramos en un estudio de la UCLA, que concluyó que la Generación Z no tiene interés en ver sexo en el cine y la televisión. De 1.500 encuestados, el 51% aseguró preferir ver relaciones platónicas y amistades y un 47,5% aseguró que el sexo «no es necesario», mientras que un 44% opinó que el uso de romances en las tramas se utiliza en exceso.

Si a esto le sumamos que las redes sociales y el fácil acceso a la pornografía online han tenido un fuerte impacto —a la baja— en las relaciones sexuales de la Gen. Z y que es el público quien tiene la última palabra al de señalar el camino a seguir por parte de los estudios, este escenario tiene todo el sentido del mundo.

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