La escritora Mariana Enriquez ha sido una de las principales atraccionesdurante el fin de semana en la Feria del Libro que estuvo desbordada de visitantes y lentamente comenzó a recuperar el nivel de ventas. Su presencia habla por sí sola: el sábado, una multitud se acercó al firmódromo, donde la autora de la consagrada Nuestra parte de noche firmó ejemplares a un centenar de fans que hacían fila desde el mediodía. El domingo, unas 500 personas colmaron la capacidad de la sala José Hernández (Pabellón Rojo) en la presentación de Un lugar soleado para gente sombría (Anagrama), doce cuentos que ya se volvieron uno de los textos más vendidos de la Feria.
“Es un honor tener a Mariana en nuestra Feria del Libro. La tenemos en la Argentina menos de lo que quisiéramos. Haber logrado que estuviera en la Feria durante horas firmando dedicatorias de sus libros y ahora en este diálogo la verdad es que es un privilegio. Siempre me preguntan quién viene de afuera, a quien vamos a traer y muchas veces nos olvidamos de los grandísimos escritores y escritoras que tenemos en nuestro país”, ponderó Ezequiel Martínez, director de la Feria del Libro, que organizó la charla.
Acompañada por el escritor Juan Mattio, Enríquez habló de todo durante poco más de una hora: su libro, los fantasmas, la edad, el cuerpo y también de política, entre otros temas.
Los fantasmas
“Venía leyendo mucho sobre el fantasma. Dentro de la narrativa del terror, al fantasma es el sujeto principal del trauma, uno de los más persistentes”, explicó y siguió: “También está el fantasma como culpa, pero no como culpa de no cuidar a tus padres cuando murieron como ficción del duelo, pero sí la culpa de contar casos reales como en el cuento “Mis muertos tristes”.
La autora venía así “trabajando mucho al fantasma social, sobre todo, al fantasma de la dictadura. Está basado en un caso real: eran amigas y conocidas, todas hijas de desaparecidos que hacían eso. Está bueno reconstruir esa parte de los 90, la parte de la impunidad: cuando no te daban plata, las chicas se emborrachaban, hacían el Juego de la Copa y preguntaban dónde estaban sus padres. Son los fantasmas de mi generación: no tengo a mis papás desaparecidos pero tengo la misma edad que ellas”.
La edad, la muerte y la pandemia
No es la primera vez que Enriquez habla sobre el paso del tiempo. “Me siento vieja pero sé que no soy vieja. Pero a los 50, ya tenés un montón de recuerdos de gente que murió, de gente que no te acordás, algunos que te dicen ‘fuiste conmigo a la escuela’ y decís, ¿cuándo?”.
Esa sensación tiene ecos del encierro por el covid: “Me impresionaron mucho los muertos de la pandemia. En ese momento había un volumen enorme de muerte y en el medio también se moría Gabo Ferro, con quien tenía una relación de fan y personal”, recordó.
Esas muertes cercanas la afectaron: “A todo el mundo se le muere una madre, un primo, pero estoy hablando una cuestión de la edad, de gente que se muere a los 50 años, que tienen colesterol alto y no se cuidan y toma merca. A lo que voy es que, en lo personal, tenés a quien duelar más allá de la cuestión familiar”.
Ausencia y exceso del cuerpo
“Tengo que partir del horror del cuerpo y que después termine siendo un libro donde hay fantasmas que son excuerpos y donde hay cuerpos híper presentes quizás por el exceso de cuerpos que no están. Es una cosa retorcida pero terminó siendo la idea del libro”, explicó sobre algunos de los cuentos de su libro más reciente.
“El cuerpo está mal hecho, dura poco, sirve poco, se empieza a descalibrar pronto. Me parece pésimo que un auto pueda durar más que una apersona”, agregó con ese humor ácido que también recorre su obra.
Y continuó: “Hay que asumir que uno no es dueño de su cuerpo. Si el Estado te manda a la guerra, no sos dueño de tu cuerpo; si quedás embarazada y no querés tener ese hijo, tampoco sos dueño de tu cuerpo; si no podés cambiar tu nombre por el que quieras, tampoco sos dueño de tu cuerpo; si te vas a enfermar y el dispositivo médico no te deja morir, tampoco sos dueño de tu cuerpo. Con esto me refiero a que cuando tenés algo tan controlado institucionalmente, perder el poco control que te queda es algo terrorífico. Eso me aterra”, compartió.
Los cementerios y los miedos
Una pregunta recurrente hacia la autora que puebla miles de pesadillas con sus historias es sobre los propios temores: “Los cementerios no me dan miedo, me gustan mucho y la paso muy bien. Pero tengo miedos supersticiosos. Son más miedos de sueño recurrentes, miedos de ruidos que no puedo explicar. En vez de escaparme de ellos, son miedos que busco”, dijo.
“El miedo es algo que es tan ambiguo. Sufrir el miedo real que no tiene que ver con las cosas de todos los días es algo tan espantoso que el miedo anecdótico o ‘divertido’ me resulta una de la cosas más tranquilizadoras que hay”, completó.
Gobierno, dictadura y Milei
Antes de despedirse, hubo un momento para hablar de política. “Me deprime que los que pensamos ‘distinto’ no hayamos podido convencer a la gente –reconoció–. No creo que la enorme mayoría que votó a Javier Milei sea mala persona ni que quiera un futuro peor, creo que es gente que quiere un mejor futuro y quiere a sus hijos”, aclaró.
“Entre esa gente, que en su enorme mayoría tiene buenas intenciones, y quienes piensan distinto a ellos hay un abismo tan importante que creo que es un problema de los dos lados. No solo es un problema de la gente que votó a Milei”, agregó
Con respecto a los discursos negacionistas que ganan terreno en el presente, dijo: “Lo que me deprime y me frustra de la dictadura es que se fosilizó tanto un discurso, que es un discurso verdadero, pero fosilizar un discurso no tiene que ver con la verdad”.
“Yo también estoy horrorizada –admitió–, pero me parece que la indignación y estar horrorizado no sirven para nada porque esto es historia. La historia es imparable y no vamos a poder dialogar con los demás. Esto me preocupa mucho, porque también es un problema de lenguaje. Es un cambio de paradigma muy profundo. No haberlo visto venir es un problema. Estaba ahí, lo que no quisimos es verlo”, concluyó.