Hay ciertos escritores a los que se menciona mucho y se los lee poco, como Borges, Proust, Joyce, por ejemplo. Sin embargo, existe otra perspectiva interesante: hay autores que la gente ha leído sin saberlo, que conoce sin haber tenido uno de sus libros en las manos, que experimentó sin conocer su identidad. Patricia Highsmith entra en esta categoría.
Extraños en un tren es uno de los thrillers más famosos de la historia del cine. Tira a mamá del tren, inspirada en la película de Hitchcock, fue un clásico de culto de los 80 (la actriz Anne Ramsey se parece notablemente a Highsmith: mirada de buitre, contextura y voz de osa a punto de atacar). Y las andanzas de Tom Ripley han vuelto con una serie asombrosa, llamada Ripley a cargo del showrunner Steven Zaillian (que colaboró con Steven Spielberg y Martin Scorsese), de una producción estilística impecable y un blanco y negro definitivo.
Secretos revelados
Pero acaso, lo que convierte a Highsmith en escritora universal sea ese tema tan infinito, humanista y existencialista: la culpa, uno de los grandes elementos en su imprescindible obra. Y en este sentido hay que decir que la nueva edición y traducción de ¿Cómo se escribe un libro de suspenso?, afortunadamente (y sin culpas), miente: decir que Patricia Highsmith es una escritora de suspenso es cierto, pero no toda la verdad. Sus libros tienen textura estilística, profundidad psicológica y una legibilidad hipnótica. Este ensayo trata de todo eso.
Y no solo finalmente se consigue un volumen inhallable desde hace varios años, sino que esta nueva edición también cuenta con una nueva traducción latinoamericana (de aquellas que evitan que el lector sienta que está leyendo más a una editorial transatlántica que al propio autor). La importancia de la palabra no es un detalle menor: este libro es para atesorar en la biblioteca junto a El simple arte de matar y los concisos consejos de Raymond Chandler («En caso de duda o página en blanco, haga entrar a un hombre por la puerta con una pistola en la mano») o el ya famoso Mientras escribo, de Stephen King.
Highsmith pertenece a esa clase única de escritores de policial, noir o suspenso, eruditos y populares, sofisticados y best sellers, que han compartido con los lectores o aspirantes a escritores su conocimiento sobre los procesos del policial o el thriller.
La mano izquierda y siniestra
Siendo naturalmente zurda pero obligada por sus maestros a escribir con la derecha, la primera pasión de su infancia atribulada fue el dibujo, actividad que ejercitaba con la mano izquierda. Quizás debido a su brutal sarcasmo e ingenio, la colección de relatos Pequeños cuentos misóginos comienza con el cuento «La mano»: «Un joven le pidió al padre la mano de su hija y la recibió en una caja; era su mano izquierda».
Y a pesar de ser etiquetada como misántropa (ha escrito una formidable colección de cuentos titulada Crímenes bestiales, narrada desde la primera persona de los animales), es necesario reconocer que el comienzo de este tipo de manual de escritura, elaborado por una de las autoras que mejor ha explorado la mente psicopática (sin Tom Ripley, probablemente los asesinos seriales como Patrick Bateman o Dexter no existirían), es sorprendentemente dulce y poético. Con una valentía casi extravagante.
Highsmith describe en el capítulo «Reconociendo una idea» que identifica a las ideas por la exaltación que le provocan, y pueden surgir de apenas una línea en un poema. Como menciona un poco antes, puede ser una imagen simple: un niño que se tropieza y deja caer su helado, un hombre que roba compulsivamente algo de una frutería que podría pagar.
Narra el proceso de las ideas, la labor de agrandarlas, hasta encontrar una segunda idea, una vuelta de tuerca para sus nunca mejor nombrados «héroes-criminales». Aunque desconfía de las ideas contadas por terceros, al mismo tiempo, evoca una anécdota de Henry James: cuando alguien le relataba una historia, el escritor solía interrumpirla después de unas pocas palabras, prefiriendo dejar el resto a su propia imaginación.
Criminales queribles
Highsmith no confía tanto en los «trucos» (reservados más para los relatos breves que para las novelas) para crear un buen relato de suspenso, sino en el poder que puede tener una experiencia, ya sea una antigua canción italiana escuchada en un gramófono o una teoría sociológica sobre el suicidio compartida por un amigo.
Guía tanto para el escritor que comienza, pero sobre todo en estos tiempos para un guionista, es probable que el corazón del libro sea el apartado “Criminales queribles”: “Lo único que sugiero es que al héroe-asesino se le atribuya la mayor cantidad de cualidades agradables: generosidad, bondad para con algunas personas, afición a la pintura, la música, o la cocina”. Hannibal Lecter explicado a los niños.
No existen fórmulas definidas, pero sí un trabajo continuo y una disposición adorablemente caprichosa e inventiva por parte de Highsmith: los argumentos pueden ser espejados, con coincidencias o casualidades. Esta escritora estadounidense, que incursionó en las novelas pulp mientras se adentraba en el existencialismo francés, explica su caja de ritmos literarios con comienzos lentos o aceleraciones, como se ve en el principio de El cuchillo, y muestra desconfianza hacia el sensacionalismo fácil. Es ejemplar en este sentido que comparta el porqué de fragmentos descartados en algunos de sus libros más famosos
Highsmith aborda con meticulosidad aspectos como la extensión, el equilibrio, el ritmo, el tono, el argumento, la trama y los puntos de vista, utilizando su propia obra como ejemplo. Su paleta es amplia, vívida en colores, contra el aspecto dark del personaje huraño y solitario creado alrededor de ella: puede inspirarse en la pintura de Renoir o en poemas de Tennyson.
Lo que enseña a los escritores
Casi al final del libro, que concluye con un breve capítulo titulado «La felicidad de escribir», emerge una increíble y pequeña Patricia de nueve años. Una de las escritoras más importantes de la posguerra en Estados Unidos (lo cual, entre John Cheever, J. D. Salinger, Flannery O’Connor o Carson McCullers, es ya decir demasiado) rememora el inicio de su vocación, a través del pedido de su maestro: el consabido tema de la composición «Cómo pasé mis vacaciones de verano».
El recitado, con papel en mano frente a toda la clase, rememora Highsmith, prometía ser atroz. Sin embargo, la futura escritora evitó actividades como paseos en bicicleta, cazar pajaritos con gomeras o andar en patines. En su lugar, relató el viaje con sus padres a las Endless Caverns, unas cuevas de casi 5 kilómetros de longitud en el estado de Virginia. Describió ese mundo subterráneo, lleno de color con formaciones rocosas calizas en forma de flor y que el final de la cueva fuese aún un misterio.
“Cuando llegué a este punto la atmósfera de la clase se había transformado. todos habían empezado a escuchar porque estaban interesados. De pronto me había vuelto «entretenida» y a la vez estaba compartiendo una emoción personal. Era una suerte de magia”.
El próximo año se cumplirán 30 años desde la muerte de la escritora. Tom Ripley, por su parte, celebraría su 70º aniversario desde la publicación de su primera de cinco novelas, El talentoso Mr. Ripley, lanzada en 1955. Un personaje que hoy en día podría estar tan vigente gracias a la omnipresencia de las redes sociales: acecharía a sus posibles víctimas en Instagram, realizaría estafas en Facebook o crearía noticias falsas sobre su identidad, mostrando un feed de lujosas vacaciones en Italia o Nueva York para adueñarse de nuevas personalidades.
Atroz, sí. Pero sensual e hipnótico. Así es como podríamos describir la literatura de Highsmith cada vez que volvemos al placer de su lectura, esa suerte de magia.
¿Como se escribe un libro de suspenso?, de Patricia Highsmith (Ediciones UDP).