No le gusta a Diamela Eltit dar respuestas simples a problemáticas complejas, como la de su última novela, “pobladas de tramas que apuntan a una concentración de riqueza sin parangón alguno, acumular por acumular como una especie de mal de Diógenes. Eso que hacen los pocos dueños del mundo, una concentración que lesiona y agrieta las superficies sociales”. Así habla con Clarín Cultura: desde un pensamiento primigenio que encadena metáforas sobre el tema gravitatorio de Falla humana (Seix Barral), donde la experimentada escritora chilena aborda el inminente desalojo de un grupo de familias en manos de una poderosa corporación sin nombre, como si el anonimato reforzara su invisible crueldad.
No hay reglas que puedan detener la expansión brutal del capitalismo actual, no hay forma de que una compañía reconozca la capacidad de daño de su perpetuación, instrumentada con impunidad y violencia a través de una batería de leyes, burocracias, normas financieras y, a la par, represiones salvajes como se escribe en el comienzo de “La fuerza”, la segunda parte de la novela: “Los insultos, los gritos, culatazos, empujones, tirones, golpes en la cabeza, en la cara, en la espalda, en las piernas, tanto. El dolor. No tenemos cómo impedir la alevosa velocidad de nuestra caída. No podemos. Caemos en picada hacia la profundidad de un cráter invertido junto a una horda de ratas desesperadas que se aferran a mi pelo para sobrevivir, sí, para sobrevivir en medio de este súbito hundimiento de tierra que va arrastrando todas las casas de la cuadra (…)”.
Todo guiado por una voz desde las alturas –no es la única en una novela de varios puntos de vista, pero tiene una fuerza única en el relato–, la de una búha enigmática, solitaria y silenciosa, con una genética portentosa y más de dos mil años, de ojos anaranjados y algo amarillos, y la que dice cosas como “las sombras más destructivas están parapetadas entre las ramas de un conjunto preciso de árboles controlados por un agente que le pertenece a la Compañía, la más poderosa de todos los tiempos. Su autoridad se retuerce, gira, se remodela. Oprime. Ciega. Destruye. La noche me pertenece. Es mi dominio y mi territorio”.
Diamela Eltit (Santiago de Chile, 1947), autora de las novelas Lumpérica (1983), Jamás el fuego nunca (2007), Impuesto a la carne (2010) y Sumar (2018) y ensayos como Signos vitales (2008) y Réplicas (2016), libros que han sido traducidos al inglés, francés, italiano y griego, habló con Clarín Cultura sobre los avatares de Falla humana, su último escrito que acaba de presentar entre sus fans argentinos en la Feria del Libro.
–¿Cómo fuiste construyendo la arquitectura de las voces y sus metamorfosis, que comienza con la voz de una búha en la noche y luego se desplaza, entre otras, a monjas que se convierten en animales?
–Sencillamente pasó. Fue necesario, más allá del riesgo que implicaba “la metamorfosis” de ciertos personajes. Pero la verdad es que la escritura llegó o me llevó (de la mano) a la alteración de los cuerpos y seguí la lógica que me imponía la novela.
–Justamente la noche aparece como escenario, como elemento estético. ¿Qué te atrapó de la oscuridad y sus vericuetos?
–La noche, la oscuridad es una de las zonas más complejas de la vida que vivimos, es el sueño y el insomnio, la angustia puede parapetarse al lado o a los pies de la cama. O se instala la duda acaso nos alcanzará el dinero para llegar a fin de mes. La noche promueve la sexualidad y su convención, puede detonarse la ira ante la falta de respeto o la tranquilidad de tener un sitio de descanso y ojalá de silencio. La noche es en cierto modo prodigiosa porque el pensamiento se multiplica. La noche de la fiesta o la noche de la inabarcable soledad, y para qué seguir.
–Dijiste en una entrevista que la novela fue un proceso lento, inmerso en la incertidumbre. ¿Cómo ves el tiempo de la creación hoy, en donde parece que el escritor además de su obra debe dedicar una inmensa energía en su promoción?
–Mi sitio literario es la escritura, en mi caso siempre en medio de la lentitud que la letra me requiere. Es ese el sitio donde deposito el privilegio que implica escribir, especialmente ficción. Desde luego es un trabajo pero también un placer pues obedece al deseo. En lo personal me he dedicado a producir escritos y no a la difusión de mis libros, no es necesario para mí, pues mientras trabajo en una novela me asaltan muchas dudas, inseguridades, sorpresas, mi energía siempre ha estado ahí y me siento muy bien si logro la última página. Pero además promover lo escrito, es demasiado. Ha sido así desde los mil años que llevo escribiendo. Pero desde luego las personas que escriben deben hacer lo que quieran. Es posible que este tiempo impulse a la precipitación, a la aguda necesidad de ser y estar.
–¿Qué autores latinoamericanos has leído últimamente, cuáles te interesaron?
–Bueno leo bastante, pero ahora he vuelto a leer, a pensar los finales del siglo XIX o principios del siglo XX leyendo a chilenos como Alberto Blest Gana, Marta Brunet, Augusto D´Halmar, entre otros. Me interesa el doblez del tiempo, quiero decir la repetición de los poderes, las alianzas, los movimientos emancipatorios y sus regresiones, la mujer como el cuerpo más asediado por los sistemas. La colonización de los imaginarios sociales, en definitiva.
–El barrio de Falla humana podría ser el de cualquier ciudad latinoamericana. Con sus problemas de vivienda, de acceso a la tierra, con sus desigualdades sociales. ¿Hubo algo en particular que te interesó como marco social, algún pensamiento o imagen inicial que te llevó al relato?
–Nuestras ciudades le ponen valor y precio al suelo, segmentan y hasta estigmatizan a los habitantes más pobres, al punto de confundir pobreza y delincuencia que son condiciones muy diferentes. La riqueza muta sus territorios, reorganiza sus zonas, se produce una especie de saqueo a los habitantes débiles enclavados en sitios que han subido su valor. En Chile sacaron a más de 5.000 personas durante la dictadura, personas que habitaban en la Villa San Luis ubicada en un sector de Santiago que había alcanzado un alto valor, fue algo dramático. En Chile, hoy la riqueza está arriba de los cerros, es casi divertido, pero hasta allí llegan las mejores clínicas, los colegios privados, todo rodeado de un aura muy cursi.
–En la novela está eso de pensar la utopía en un mundo distópico, incluso plagado de ficciones distópicas.
–Sé que el panorama social es muy incierto, entiendo que hoy el “yo”, que es muy complejo, mutante, extraño, se esgrime de modo demasiado simple y hasta agotador. Pienso que incluso en el interior de producciones distópicas, proliferan las escrituras “selfies”. Sin embargo, desde mi perspectiva, la verdadera utopía radica en el nosotros, en comunidades múltiples que existan y coexistan incluyendo las necesarias diferencias. Sólo lo comunitario puede socavar la seguridad de que en el consumismo, la deuda y sus intereses radica la democracia. Es necesario recordar que deuda proviene de débita, que significa tener sin tener, eso me parece una distopía que se cursa en las realidades cotidianas. Pienso que la utopía sería entonces aliviar el acto de vivir, volver al barrio, horadar la violencia y erradicar el machismo popular.
–La vocera de la cuadra es un personaje muy interesante en la novela, en organizar una resistencia y armar un entramado comunitario ante el arrasamiento corporativo, ante la ferocidad del neoliberalismo. ¿Cómo pensar la relación entre los liderazgos y la grupalidad en el marco hoy de un conflicto tan latinoamericano –y universal, desde luego– como el desarraigo, como la pérdida del hogar?
–La vocera surgió en la novela, como un personaje dialogante, inteligente, sencillo. Una joven capaz de pertenecer a una organización, lo digo en el sentido que toda forma de organización implica una sede de resistencia al individualismo que pregona el sistema neoliberal. Ahora, el gran problema es la distribución equitativa del poder, intercambiarlo, reconocer a la otra y al otro, tener humor. Reírse con otras y con otros. Experimentamos una revolución tecnológica de un alcance que no podemos dimensionar pero que augura la súper expansión del capitalismo digital. La inteligencia artificial y su alucinante avance presagia la posibilidad de un Dios digital. ¿Qué pasará con los cuerpos y su tridimensionalidad? La tarea, en ese contexto, sin negar la tecnología que ya habitamos, me parece que radica en generar comunidades, quiero decir, cuadras conectadas, solidarias, respetuosas.
Falla humana, de Diamela Eltit (Seix Barral).
Diamela Eltit básico
- Nació en Santiago, en 1947, y es graduada en Letras por las universidades de Chile y Católica.
- Es profesora titular en la Universidad Técnica Metropolitana de Chile y Distinguished Global Professor de la Universidad de Nueva York. Ocupó la Cátedra Simón Bolívar (2014-2015) en la Universidad de Cambridge, Inglaterra. Fue profesora visitante en las universidades de Berkeley, Columbia, Stanford, Johns Hopkins, Virginia y Pittsburgh.
- Obtuvo el Premio Iberoamericano de Narrativa José Donoso (2010), el Premio Municipal de Literatura de Santiago, Chile (2017), el Premio Nacional de Literatura de Chile (2018), el Premio Carlos Fuentes (2021) y el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances de la Feria de la Asociación Civil Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo (2021).
- Ha publicado novelas como Lumpérica (1983; Seix Barral, 1998), Por la patria (1986; Seix Barral, 2007), El cuarto mundo (Planeta, 1988), Impuesto a la carne (2010), Fuerzas especiales (Seix Barral, 2013) y Sumar (Seix Barral, 2018), entre otros. Además ha escrito libros de ensayo.