Mis primeros pasos en la música fueron acompañados por mi padre, médico mendocino amante de la música, quien me enseñó mis primeras canciones en una vieja guitarra. Zambas y viejos tangos fueron lo primero que conocí. Luego llegó el violonchelo y ahí empezó mi viaje por la música clásica y luego la música barroca.

Dejé Salta muy joven para pasar unos años en Buenos Aires y finalmente vivir una buena cantidad de tiempo en Italia, donde me especialicé en música antigua, o música “históricamente informada” (la praxis filológica de la música es una corriente que intenta, a través del rescate de las fuentes originales y un gran trabajo de cuestionamientos estéticos, reconstruir el modo y la forma en la que se tocaba en determinado momento histórico). Creo que de alguna manera esa búsqueda del “qué y el cómo” viene signando mi camino musical.

Canto folclore desde hace mucho, con particular interés en el repertorio anónimo y popular, de raíz temprana. Amante de la vidala, género criollo que sincretiza la copla española con los giros poéticos locales, que da letra y presta espíritu a otras canciones tempranas de nuestro folclore que se nutre de los mismos paisajes. Me fui embebiendo de una época musical de nuestro país, escuchando conjuntos folclóricos de los años 30. No deja de sorprenderme la riqueza de nuestra música, de nuestra cultura argentina y latinoamericana. Me fascina observar ese momento de nuestra historia donde empezaban a codificarse los géneros, se estaban gestando las bases de esto que somos, una gran mezcla, sorprendente e improbable de culturas, caras, idiomas, caracteres, pero que se dio aquí en éste lugar y en ese tiempo.

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Por aquellos años Chazarreta trabajaba intensamente en la recopilación de las canciones populares del noroeste. Su compañía de arte nativa daba sus primeros pasos, se iban estableciendo estructuras en el folclore, música y danza. Por primera vez estas expresiones se mostraban como un espectáculo artístico y se mostraban en el resto del país. Por aquellos años el tango –que hasta ese momento había sido una música un poco experimental, sin letra, sin una identidad definida– encuentra un nuevo lugar. Contursi le pone letra a Mi noche triste, el primer “tango canción”, y la música pasa de tener “letrilla” a tener letra, la lírica del tango comienza, y el torrente de poetas empiezan a escribir para el género.

Así llego hasta este disco, casi empujada por la curiosidad, por encontrarme con lo que se cantaba en Argentina en esos primeros años del siglo XX. ¿Qué cantaba Gardel con Razzano? ¿Qué eran esas primeras canciones, aquellos pretangos o aquellos tangos primeros? ¿De dónde salían, de qué hablaban? Husmeé en el cancionero, en las viejas grabaciones. Y cuando uno se va hasta ese inicio del tango, llega también hasta el campo, y en aquellas primeras letras se encuentra con el rancho, la tranquera, el patio, las plantas y los pajaritos. Allí fui encontrando las canciones de este disco, que finalmente se estableció en un período donde el tango ya estaba codificado como género musical, ya no eran cielitos, estilos y cifras, era tango; Gardel ya había grabado Mi noche triste. Pero aún estas canciones conservan ese espíritu criollo, está todavía fresca esa ligazón con el campo, mucho más cercano a la vida de la gente, con los suburbios de la ciudad, el arrabal, que era campestre.

De la mano de Felipe Traine confeccionamos –entre largos audios y compartires de músicas y escuchas– la lista de canciones; se abrió para mí el mundo de las guitarras y los guitarristas; luego vino pensar si hacer un disco gardeliano tocado sin púa, o ir más adelante. Así se sumaron Adrián Lacruz y Leandro Nikitoff para completar el equipo, con ensayos en un viejo patio de La Boca, regados de mate y conversaciones guitarrísticas: la púa, el capotasto, el trino, que gestaron este disco de nombre simple y cantado: Tango criollo.

*Música (presenta su primer disco solista el viernes 21 de junio a las 21 en Bargoglio (Bacacay 2414).