El esqueleto parece estar en el epicentro de un ritual desconcertante. En una nueva obra del artista francés Pierre Huyghe, robots dotados de inteligencia artificial filman los restos insepultos de un hombre y les acercan periódicamente objetos en una ceremonia que sólo ellos parecen entender. La escena tiene lugar en el desierto de Atacama (Chile), uno de los más antiguos y áridos del planeta.
Camata puede verse en el espacio de exposiciones Punta della Dogana – Colección Pinault, en una muestra que coincide con la Bienal de Venecia (que se extenderá hasta el 24 de noviembre). Es un ejemplo conmovedor de la creciente superposición entre el arte y la inteligencia artificial, o IA.
Esas dos vocales, una al lado de la otra, parecen representar una amenaza para muchas disciplinas cuyos profesionales corren el riesgo de ser reemplazados por máquinas inteligentes y autónomas. En algún momento futuro, la propia humanidad podría ser reemplazada por máquinas superinteligentes, según algunos pensadores y filósofos de renombre mundial, como el historiador israelí Yuval Noah Harari y Stephen Hawking.
¿Por qué incursionan los artistas en la inteligencia artificial? ¿Corren el riesgo de ser extinguidos por ella?
Atracción por el azar
«Los artistas siempre han sentido atracción por el azar: algo que está fuera de nuestro control, algo que nos libera del sujeto finito», dijo Daniel Birnbaum, curador y director artístico de la plataforma de producción de arte digital Acute Art y panelista de la conferencia Art for Tomorrow (Arte para el mañana) convocada esta semana en Venecia por la Democracy & Culture Foundation con paneles moderados por periodistas de The New York Times.
Birnbaum dijo que Huyghe era uno de los artistas que –en lugar de «abrumarnos con tonterías generadas por la IA de internet»– tienen interés en explorar «lugares donde la naturaleza y la artificialidad se fusionan», y donde «los sistemas biológicos y los sistemas artificiales colaboran de alguna manera, creando cosas visualmente extrañas».
En el mundo, en general, reconoció Birnbaum, existen «escenarios aterradores» en los que sistemas artificialmente inteligentes podrían controlar las decisiones tomadas por gobiernos o militares y plantear graves amenazas a la humanidad.
En las industrias creativas, agregó, una serie de emprendimientos pronto podrían ser llevados a cabo por máquinas que combinarían los mejores ejemplos de creaciones humanas y generarían versiones remodeladas de ellos. Esto podría ser concebible en el caso de melodías pop de éxito rápido, la literatura comercial producida a toda velocidad, el contenido de las revistas de los aviones y la arquitectura y el diseño «mediocres», señaló.
Sin embargo, dijo Birnbaum, en el caso del arte, el público seguiría buscando la mano metafórica del artista. «Sólo quiere ver a este participante humano» y detectar rastros del «aquí y ahora» del artista, donde el ser humano y la máquina «se tocan», explicó.
Pantallas controladas
Uno de los artistas más conocidos en el ámbito del arte generado por IA es el turco Refik Anadol. Saltó a la fama mundial a fines de 2022, cuando montó en el vestíbulo del Museo de Arte Moderno de Nueva York una instalación de pantallas controladas por computadora compuesta por más de 138.000 imágenes y textos procedentes del archivo público del MoMA, que estuvo en funcionamiento durante casi un año.
Este año, Anadol atrajo a 66.000 visitantes en 47 días a Echoes of the Earth: Living Archive, una exposición en las Serpentine Galleries de Londres en la que mostró obras generadas por IA que representaban paisajes submarinos y selvas tropicales. Los paisajes submarinos fueron generados por un modelo de IA basado en unos 135 millones de imágenes de corales con acceso abierto online.
Las imágenes de la selva tropical fueron producidas por otro modelo de IA alimentado con datos de libre acceso de la Smithsonian Institution y el Museo de Historia Natural de Londres.
Todo formaba parte del proyecto global de Anadol de hacer visible lo invisible: desmitificar la IA, mostrar de dónde proceden los datos que utiliza y rastrear el origen de las imágenes susurrantes y ondulantes que el público ve en la pantalla.
En una entrevista en video desde su estudio de Los Ángeles, Anadol se definió como un «nerd amante de las computadoras» cuya madre le regaló una Commodore cuando tenía 8 años y que, a partir de ese momento, empezó a «entender y relacionarse con una máquina como si fuera un amigo, un cocreador, un colaborador».
Dijo que la IA era «la tecnología más inspiradora» que la humanidad tiene hoy a su disposición, y añadió: «Estamos viviendo un renacimiento».
Anadol aseguró que todo artista quiere ver «lo que hay más allá de la realidad» y «percibir mundos que no existen». La IA es un vehículo para la imaginación que, dijo, podía representar «alucinaciones, sueños, fantasías».
La tecnología a la que nos enfrentamos hoy ya no es «sólo un bolígrafo o una imprenta», ni «sólo un auto o una rueda». «Es inteligencia», dijo. «De momento imita nuestro razonamiento y evolucionará. Se convertirá en otra cosa».
Y eso «no ha ocurrido nunca en nuestra historia».
Mitad y mitad
Actualmente, explicó, la IA es «50% humana, 50% máquina». En el futuro, dijo, la IA será «diseñada desde cero: para ver, para oír, para sentir», y para producir «una forma viva de arte» que será «un ser sintético». Explicó que la inteligencia artificial tomará «archivos de la humanidad y de lo que vamos dejando atrás» – no sólo una imagen, un texto o un sonido, sino «el olor, el sabor, el tacto» – y los convertirá en datos y memoria con los que podrá crear arte.
Definió la IA como «un pincel pensante que no olvida, que puede recordar cualquier cosa y todo», y dijo que «invitaría a esa IA a mi estudio, y la acogería y cocrearía» con ella. «Aceptaré a esa IA como a un ser humano», afirmó.
La exposición Echoes of the Earth surgió de una invitación del director artístico de las Galerías Serpentine, Hans Ulrich Obrist, a Anadol a exponer allí.
En una entrevista en su oficina de la Serpentine, Obrist recordó que en octubre de 2011, tras dar una charla en Marrakech (Marruecos), se le acercó un artista y tecnólogo londinense que le dijo que no entendía por qué los museos no interactuaban con la tecnología en ningún lugar salvo en su página web. Días después, Obrist reunió al artista y a un grupo de personas en un desayuno-mesa redonda y, en 2013, creó la división tecnológica de la Serpentine, que hoy cuenta con cinco curadores.
Obrist dijo que se dio cuenta de que la tecnología debía integrarse a las exposiciones, «que el futuro en realidad podría no ser una cosa o la otra, es decir, la idea de que tenemos cosas físicas en la galería y cosas digitales online, sino que el futuro es una realidad mixta». Dijo que el arte de la IA consiste actualmente en colaboraciones entre artistas y máquinas; ambos participan.
Recordó que durante la exposición de Ian Cheng en la Serpentine en 2018, Cheng la llenó con una obra de arte sensible llamada «BOB (Bag of Beliefs)»: criaturas digitales en pantalla que tenían estados de ánimo y mentes propias.
Un llamado de madrugada
Durante la exposición, el equipo de seguridad de los Royal Parks (la Serpentine está en Kensington Gardens, parte del Hyde Park londinense) una vez despertó a Obrist a las 4 de la madrugada porque las luces se habían encendido de repente en mitad de la noche: BOB había decidido abrir la galería mucho antes de la hora autorizada.
Obrist también recordó un comentario en el libro de visitas en el que unas personas habían escrito que BOB había sido «tan antipático e inhospitalario con ellas que habían vuelto», y estaban «muy agradecidas de que BOB hubiera sido amable con ellas la segunda vez».
Obrist dijo que la idea de «la obra de arte como organismo vivo» podría abrir «todo tipo de posibilidades».
Hasta ahora, señaló, las obras de arte han sido inmutables y grabadas en piedra; incluso las instalaciones basadas en video o cine se han reproducido tradicionalmente en bucles preprogramados. Recordó cómo, de joven, veía siempre las mismas dos esculturas públicas cada vez que pasaba por la estación de tren de Zúrich, donde creció. Permitir que la IA tome la posta en los espacios compartidos «podría crear una nueva forma de arte público», afirmó. «Es una evolución, vive, cambia, nunca es dos veces igual».
Reconoció los riesgos relacionados con la IA a nivel planetario. Dijo que existe el peligro de que «se descontrole», y que la IA debe administrarse a escala mundial. Señaló que tiene que haber «consenso entre Oriente y Occidente» y «límites que hay que fijar» para garantizar que la humanidad no esté en peligro.
Pero, en cuanto al arte, hay «aspectos muy positivos en la evolución actual», concluyó.
© The New York Times / Traducción: Elisa Carnelli