Por supuesto que se trata siempre del arte de hacer pasar la vida a través de las palabras. Pero hay una zona de la literatura, que podría llamarse la zona del encuentro de la literatura con las tecnologías, en la que los libros de Daniel Link ocupan un lugar central.
Está ocupada por libros como Los años 90 (Adriana Hidalgo, 2001) y La ansiedad (El Cuenco de Plata, 2003). Presintiendo la tragedia, Los años 90 había aparecido nada menos que en el 2001: Ese Año. La novela narra la historia de un personaje a través de los mensajes de diferente índole que extraños y conocidos le dejan a través de la contestadora automática –aquella antigua tecnología hoy casi olvidada pero al mismo tiempo súper vigente en los mensajes de audio a través de Whatsapp–.
Si tuviéramos que describirlo con esas frases aborrecibles y tan poco oportunas para hacer crítica literaria, ninguna podría ser mejor que decirlo así: Daniel Link sí que la vio. Vio, antes que muchos, que un profundo orden de las transformaciones de lo humano estaba acechando los aparentemente inofensivos cambios en el lenguajes.
En Los años 90, la contestadora automática del teléfono era el verdadero personaje de la novela. O dicho de otra forma: en la novela el dispositivo tecnológico y el dispositivo novela estaban como superpuestos. Se trataba allí de una estrategia narrativa para hacer que la polifonía de la novela aparezca. La novela tenía mucho de lo que Alberto Giordano había acuñado como la gran virtud de la literatura de Manuel Puig y que por aquel entonces llamaba con una preciosa fórmula: “hacer pasar la vida a través de las palabras”. Leyendo la novela tecnológica de Link, lo que en verdad encontrábamos detrás del dispositivo, era una vida.
La Ansiedad repetía el procedimiento: lo actualizaba. La novela estaba construida a partir de la bandeja de entrada de un correo electrónico del personaje. El dispositivo novela que Link pergeñaba aquí era básicamente el mismo, con sutiles pero enormes modificaciones. Lo que cambiaba era el dispositivo tecnológico que aparecía representado.
Entre los cambios, también había un desplazamiento: de la voz de los mensajes en la contestadora a la escritura se pasaba ahora al correo electrónico. Lejos de lo que se había diagnosticado a propósito de los años 90, el neoliberalismo, la cultura audiovisual y los mass media –que habían puesto a la imagen en el centro–, ahora la era digital –Internet– la que traía consigo la promesa de una verdaderamente nueva cultura de las artes, que ponía otra vez a la lectura y a la escritura en el centro.
El asedio de la IA
Y aquí, nuevamente, la frase inoportuna pero atinada, a falta de originalidad para utilizar una mejor. Daniel Link, una vez más, la vio. Ninguna novela se anticipa tanto al asedio de las inteligencias artificiales –como él prefiere llamarlas–, como La Ansiedad, verdadero anticipo de las escrituras automáticas de tercera generación, las que él no sólo escrutó como nadie, sino, y sobre todo, con las que cuerpo a cuerpo también experimentó.
A comienzos de los años 2000, sino ya antes, sobre el borde mismo del siglo XX, Daniel Link pensó a la literatura como la oportunidad para hacer experimentos textuales pero también performances. Son inolvidables las obras de teatro que Daniel Link estrenó también en la primera década del siglo XXI, en el Centro Cultural Rojas.
Afecto a los obsequios, por aquellos años Daniel Link, regalaba ejemplares de sus libros y chocolates. Ejemplares de su obra Teatro Completo (Eloísa Cartonera, 2007). En las presentaciones de una de sus novelas, obsequiaba chocolates con la tapa de La ansiedad a sus amigos y lectores. Eso mismo lo volvió a hacer el 25 de junio de 2024 en ocasión de su última clase, Lección final, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.
En medio de una cita literaria erudita, contra quienes hacen apología de lo serio y sacralizan las clases de literatura como algo anacrónico y dépassé, al mejor estilo de quien habló como nadie de los misterios del Bar Mágico –en su novela Montserrat (Mansalva, 2010)–, Daniel Link abrió su maletín cargado de papeles y clases y libros de la mejor literatura del siglo XX, y al estilo de esos números de magia habituales pero inverosímiles, volvió a sacar un gran paquete dorado de chocolates. Golosinas para nuevos y más lectores de una obra literaria inagotable y absolutamente actual.
Mucho más acá, Daniel Link es también el autor de Cómo se lee y otras intervenciones críticas (Norma, 2003), un verdadero clásico de la lectura y la literatura sobre el presente. ¿Cuál presente? Aquel, el del fin de siglo y los nuevos 2000, los años 2003, 2004, 2005.
El último teórico de Daniel Link en Literatura del siglo XX antes de jubilarse fue una lección final impecable en la que recorrió el tema del programa (las ideas sobre el pueblo) hablando sus autores favoritos de teoría y ficción. La sala 324 estaba estallada
— Malena Rey (@noeselcaso) June 26, 2024
Ningún presente es más actual que aquel en el que el encuentro entre dos cosas desconocidas se produce. Acaso, para comprender los avatares hiper-tecnologizados del presente, no haya tarea mejor que ir hacia el momento en que el primer encuentro entre la literatura y las tecnologías se produjo.
Bonus track: Cómo se lee (2003) venía con un anexo que recuperaba aquel libro mítico e inhallable. La chancha con cadenas (Ediciones del Eclipse, 1994), el libro con el que Link, comenzó a dar los primeros pasos de un derrotero interminable.