Son escritores que conducen procesos judiciales y magistrados que escriben literatura. Los roles están diferenciados en la práctica pero la ficción puede ser también una continuación del derecho y los casos de la Justicia aportan historias para contar. La publicación reciente de libros como Borges y el derecho, de Leonardo Pitlevnik, y Pinche, de Daniel Rafecas, ambos jueces y autores de novelas y ensayos, actualiza una línea persistente y oculta en la literatura argentina.
Si los policías escritores llamaron hace tiempo la atención de historiadores y periodistas, sus colegas en el ámbito de la Justicia no han sido tan considerados. El juez y el escritor tienen perfiles distintos en cada caso, y la coexistencia no excluye tensiones: ambos trabajan con el lenguaje, pero las palabras no admiten los mismos procedimientos ni circulan con el mismo sentido entre el discurso literario y el discurso jurídico.
Juan Filloy (1894-2000) inaugura la tradición de jueces escritores en la literatura argentina contemporánea. En 1932 publicó ¡Estafen!, una novela que desde el título parecía impartir una orden un mandato o una recomendación que resultaba todavía más sorprendente porque el autor se desempeñaba como fiscal de Cámara en la ciudad de Río Cuarto. En la ficción el delito era asociado con el arte de vanguardia (“cada estafa lograda es como un cuadro cubista”) y el estafador retratado como un bon vivant y una conciencia lúcida y sarcástica de “la imbecilidad” ambiente.
Las transgresiones continuaron con la novela Op Oloop (1934), acusada de pornográfica por el intendente porteño Mariano de Vedia y Mitre. El Código Penal penalizaba las publicaciones obscenas, y Filloy tomó nota: como escritor no podía cometer un delito que le correspondía perseguir como funcionario judicial.
Una reivindicación en Rayuela
Los libros siguientes circularon en forma restringida durante los años 30 y no volvió a publicar hasta fines de los años 60, después de que Julio Cortázar lo reivindicara en Rayuela. Su carrera tuvo un paréntesis entre 1946, cuando la Legislatura de Córdoba rechazó su continuidad en la Justicia, y 1958, reintegrado como vocal en la Cámara en lo Civil y Comercial.
Filloy encontró en la Justicia una figura para pensar su perfil como escritor: “He sido un verdadero notario público de la realidad argentina. El escritor debe ser una especie de notario público. Debe dar fe del momento en que vive”, afirmó en una entrevista de Ricardo Zelarayán.
La novela Vil & Vil (1975), historia de un conscripto que seduce a la esposa de un general, inscribió otro episodio mítico en su biografía: después del golpe militar de marzo de 1976, fue citado en el cuartel de Holmberg e interrogado por el libro. Filloy se defendió con el argumento de que se trataba de una ficción, pero la mayor parte de la tirada terminó guillotinada en la imprenta al cabo de varios allanamientos del Ejército.
El juez es en cambio secundario respecto del escritor en la trayectoria de Héctor Tizón (1929-2012). El autor de Fuego en Casabindo integró el Superior Tribunal de Justicia de Jujuy entre mediados de la década de 1990 y 2010 y más allá de haberse graduado como abogado la formación decisiva para la literatura provino de la cultura ancestral del noroeste argentino: “Mi educación primordial, la que guio mis pasos desde el comienzo, estuvo signada por los rituales y los mitos”, afirmó en Tierras de frontera (2000)
Supremos narradores
Actual presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, Horacio Rosatti (1956) es autor de la trilogía compuesta por Ensayo sobre el prejuicio (2018), Ensayo sobre la muerte (2019) y Ensayo sobre la justicia (2022) y el año pasado publicó su primera novela, Angelito. El protagonista de la ficción es un huérfano y su historia de vida se superpone con hitos del pasado nacional: el bombardeo contra la población civil en la Plaza de Mayo del 16 de junio de 1955, los años de la resistencia peronista, el terrorismo de Estado, la guerra de Malvinas.
Rosatti no es el primer integrante de la Corte que se dedica a la vez a la literatura. Gustavo Bossert (1938), especialista en Derecho de familia, integró el máximo tribunal entre 1994 y 2012 y en ese lapso, aunque prefiere el cuento, publicó cinco novelas. Ya tenía libros premiados por Losada y el Fondo Nacional de las Artes.
En Los sirvientes (2001, traducida al francés) tematizó el abuso de poder, “una de mis obsesiones: mi aversión al dominio de una persona sobre otra”. La ficción y las cuestiones jurídicas se cruzaron en Acoso sexual (2006), publicada el mismo año en que Bossert intervino en el debate legislativo sobre la inclusión del acoso en el Código Penal.
Juez de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil, Eduardo Zannoni (1942-2021) también tuvo una obra prolífica y premiada como autor de novelas, cuentos y teatro. “Mi actividad y conocimientos como abogado y como juez han tenido decisiva influencia en la mayoría de mis novelas”, dijo en una entrevista, y cuentos como “La herencia”, en el libro homónimo y alrededor de un conflicto familiar, “desarrolla una trama en la que el conocimiento del derecho es fundamental”.
Un juez y un escritor pueden hacer distintas lecturas de un expediente. Lo que resulta accesorio para una sentencia y secundario como elemento de prueba contiene insumos preciados por la literatura: historias de vida, lenguajes atravesados por la violencia y el dolor, preguntas que siguen abiertas.
Eduardo Álvarez Tunón (1957), exjuez y fiscal e integrante de la Academia Argentina de Letras, escribió la novela El desencuentro (1999) sobre la base de hechos que pudo conocer como magistrado, y entre otros textos el cuento “La suprema ayuda” a partir del juicio por un accidente de trabajo.
Ahora, los académicos
El vicepresidente de la Academia Argentina de Letras, Rafael Felipe Oteriño (1945), es más conocido por su trayectoria como poeta que como juez y camarista del fuero Civil y Comercial de Mar del Plata entre 1974 y 2005.
Otro académico, Federico Peltzer (1924-2009), fue también juez en lo civil y camarista y al mismo tiempo desarrolló una obra literaria por la que recibió premios. Fernando López, organizador del festival de literatura policial Córdoba mata y creador del detective Philippe Lecoq, fue juez en la ciudad de San Francisco y la experiencia parece reconocible en su escritura: “Algunos lectores me dijeron que escribía como un juez y nunca entendí si era un elogio o un reproche”.
En Pinche, su primera novela, Daniel Rafecas (1967) plantea una historia en torno al narcotráfico que transcurre entre México y la Ciudad de Buenos Aires. El desenlace puede ser llamativo si se piensa que el autor es juez penal, pero no sorprende de parte del escritor: un empleado judicial de la categoría más baja resuelve por su cuenta una investigación, se apodera de cuatro millones de dólares, engaña a jueces y policías y comienza una nueva vida en Costa Rica. Pero el final queda en suspenso para una posible continuación, y tal vez para una intervención de la Justicia.
También autor del ensayo histórico Historia de la Solución Final (2012), Rafecas aclaró que Pinche es una ficción y no proviene de ningún caso en el que haya intervenido. Sin embargo, pone en juego su experiencia judicial para construir los personajes e introducir detalles que sostienen la verosimilitud de la historia: tradiciones internas del ambiente, cábalas de rigor entre jueces, procedimientos de la etapa de instrucción en el fuero penal, prevenciones de la magistratura ante las repercusiones mediáticas.
A través de la jueza federal Fabiana Pazair, también protagonista, Rafecas desarrolla además una trama paralela en torno al techo de cristal en la Justicia y los pormenores de la novela sobre el arraigo de prácticas delictivas en las policías no pueden estar más que basadas en hechos reales.
Notas al pie
Ese conocimiento íntimo de las rutinas y las particularidades del ambiente sería una ventaja del juez que ningún escritor podría disputar. Rafecas incluye notas al pie para explicar términos específicos y modalidades de funcionamiento, por ejemplo que cada juzgado tiene dos secretarías y los secretarios son los funcionarios más importantes después del juez.
La Justicia se configura así como un lugar desconocido por los ciudadanos comunes, y esa extrañeza se condensa en el archivo de Tribunales, una repartición que ocupa la planta subterránea del edificio y pocos conocen, “privado de toda luz natural, caluroso y húmedo en verano, frío y seco en invierno, con una perspectiva de trabajo cotidiano mortalmente rutinaria y anodina”.
La literatura policial y en particular los cuentos de Borges son una referencia explícita en la novela. “Emma Zunz” es una referencia compartida con Leonardo Pitlevnik (1964), quien analiza la historia de la joven obrera que se propone vengar la muerte de su padre y otros textos en Borges y el derecho. Interpretar la ley, narrar la justicia.
En la introducción de su ensayo, Pitlevnik recuerda sus primeras lecturas de Borges y su etapa como ayudante alumno en la cátedra de Carlos Nino en la Facultad de Derecho. Nino citaba versos del poema “El Golem”, de Borges, “para reflexionar en torno a las lecturas de la ley y la existencia de un único y verdadero significado de las palabras”.
Pitlevnik es juez penal, profesor y autor de tres novelas. En Borges y el derecho, propone la ficción borgeana como un instrumento para entender mejor al derecho y en particular cuestiones como las versiones de la verdad en un proceso judicial, los límites de la interpretación de las leyes, la trama del castigo y los límites del lenguaje y la jurisprudencia ante los crímenes más atroces. En esa línea, la tradición literaria adquiere una nueva inflexión: el caso de los jueces escritores sigue abierto.