La escena reproduce una situación de encierro, cercana a la experiencia de la virtualidad. El cuerpo de la performer surge en una pantalla, separado de nosotros por una estructura que la deja ausente. Lo que vemos es una filmación que se realiza en vivo y la pantalla, en la primera parte de El ángulo muerto, oficia como una corporalidad que apreciamos como si se tratara de una película silente.

Es verdad que la performance El ángulo muerto podría suceder en un museo. Ese cubo nos obliga a trasladarnos y elegir un punto de vista transitorio para después cambiar de dirección. como si el movimiento nos ayudara a descubrir lo que sucede.

La estructura es poética. Por momentos se proyectan algunos textos que se parecen a un diario íntimo como si Lucía Giannoni compartiera algo de su cotidianidad con nosotros. El cuerpo se nos presenta fragmentado en las posibilidades de esa pantalla donde el blanco y el negro le dan un semblante antiguo

Un monólogo interior, que deviene en instancia de goce del propio cuerpo, hace posible una danza como concepto. Hay algo abstracto frente a esa materialidad del cuerpo como si pudiéramos analizar, verlo, en un comienzo, separado de su totalidad. El ángulo muerto podría ser una obra sobre la soledad, sobre las reflexiones que surgen del conocimiento del propio cuerpo y sobre la voluntad de exhibirlo como un experimento.

El ángulo muerto, en el Centro Cultural Borges (Viamonte 525). Foto: prensa CCBorges.El ángulo muerto, en el Centro Cultural Borges (Viamonte 525). Foto: prensa CCBorges.

Giannoni, como coreógrafa e intérprete, ofrece una pieza conceptual donde la noción de tiempo es puesta en cuestión a partir de una ilusión. Se puede bailar desde un cuerpo desmembrado que en la pantalla surge como un territorio desconocido. La cara, el torso, la panza son entidades autónomas, se suceden en partes separadas en los lados de ese cubo que forma la pantalla.

La coordinación audiovisual de Florencia Labat y Lucio Saralegui (bajo la dirección de Gonzalo Quintana y Hernán Quintana) junto al diseño escenográfico de Valeria Nesis y Magdalena Picco hacen de esa estructura un objeto o, más precisamente, un artefacto donde se concentra la escena.

La presencia como artificio

En El ángulo muerto la noción de presencia se entiende como artificio o escondite. La pantalla parece ser una caverna o un refugio. La danza ocurre encriptada. La escena reproduce las formas de la virtualidad, las maneras en que podemos grabarnos y construir un cuerpo o una situación que aquí, bajo el amparo de esa música de Facundo Mauro, Julián Rocha y a.k.a Soft Wachin que nos precipita a alguna suerte de fatalidad o revelación, manifiesta todo su artificio.

Lucía Giannoni es coreógrafa e intérprete de El ángulo muerto, en el Centro Cultural Borges. Foto: prensa CCBorges.Lucía Giannoni es coreógrafa e intérprete de El ángulo muerto, en el Centro Cultural Borges. Foto: prensa CCBorges.

Hay una escritura del encierro en cada etapa de esta obra. También se observa una voluntad de capturar la banalidad y el exceso de exposición. Lo que surge como el tema de esta propuesta es una mujer dispuesta a mostrarse y a ocultarse al mismo tiempo mientras los textos pretenden enmarcar una reflexión sobre la danza

En la obra de Lucía Giannoni el cuerpo está sometido a mutación. Aunque lo vemos a través de la pantalla está a la intemperie. Incluso las maneras de deformarlo a partir de la imagen o de convertirlo en un dibujo, en una forma irreal sirven para profundizar esa exploración que parece ser el objetivo en El ángulo muerto. Giannoni entiende el cuerpo como algo que se brinda a la vista desde su devenir.

A diferencia del mundo virtual donde la imagen es cuidada, mejorada, usada como marca o publicidad de sí misma, el cuerpo de la performer está atravesado por el tiempo. No existe la posibilidad de detenerlo ni congelarlo. La relación con el dispositivo audiovisual asume una lectura teatral porque sucede en el presente.

La maquinaria técnica es una continuación del cuerpo y la danza acontece a partir de una mediación, como si lo que vemos estuviera expuesto en una vidriera y se convirtiera en un objeto o en un espectáculo dentro de un escaparate. Una rareza humana que se cuenta a sí misma

Por otro lado, una música que sugiere una danza más tradicional, ligada al ballet parece disociar el cuerpo de un posible baile, como si nos llevara a imaginar una escena bailada mientras el cuerpo se coloca en situaciones cotidianas.

El ángulo muerto, en el Centro Cultural Borges (Viamonte 525). Foto: prensa CCBorges.El ángulo muerto, en el Centro Cultural Borges (Viamonte 525). Foto: prensa CCBorges.

Como ocurría en Pulso, la obra de Eugenia Roces en la que también participó Giannoni, el dispositivo audiovisual permite al público acceder a sitios alejados de su alcance, a los recovecos de una escena que se escapa. También es utilizado para poner una lupa sobre el cuerpo, para diseccionarlo y de ese modo verlo con ojos extraños, como nunca se lo vería.

La danza viene aquí a desnudar un cuerpo que ya está desnudo, a salirse de los hábitos de seducción o a parodiarlos cuando promete repetidas veces sacarse la ropa. Como decía Virginie Despentes del personaje de King Kong, se trata de un ser cuyo sexo está puesto en cuestión porque no intenta seducir desde una identidad binaria sino habitar un cuerpo con una ingenuidad que es anterior a la cultura.

Al igual que en una película muda, la expresividad de un gesto permite desatar un mundo. Se puede bailar con el rostro o construir un semblante mientras se baila. El ángulo muerto se pregunta qué es bailar, cómo se baila pero, principalmente, cuándo se baila. Si el movimiento persistente de una ceja no entra en la categoría de danza.

La performer es, por momentos, una naturaleza muerta que exige un ejercicio de contemplación. El ángulo muerto es una obra donde el tiempo se decodifica como si descubriéramos el proceso que lleva a florecer y morir a un vegetal.

Pero cuando el dispositivo se abre parece suceder la fiesta. La vitalidad de la presencia instala la vertiginosidad como si frente a ese cuerpo que sospechabamos creado de a retazos, como un Frankenstein, la solidez de esa imagen que nos sonríe y se desplaza por la escena trajera algo del orden de lo real.

Allí reside la belleza, en un dispositivo que despoja a la vista de lo esperable, que va hacia un cuerpo como si no tuviera un deseo ya formateado sino que se deja sorprender por el atractivo de lo imperfecto

El ángulo muerto se presenta los viernes 2 y 9 de agosto y los sábados 3 y 10 de agosto siempre a las 19 en el Centro Cultural Borges (Viamonte 525).