Elsa Drucaroff (Buenos Aires, 1957) es una de voces más versátiles de la narrativa argentina contemporánea. Con la misma solvencia recorre el policial o el melodrama así como la novela histórica o el ensayo. Lo que hace, una y otra vez y más allá del género, es navegar en un universo de palabras aferrando el timón que la guía con seguridad. Como docente universitaria y doctora en Ciencias Sociales, construyó una trayectoria en el análisis de los libros ajenos, mientras que como autora de narrativa y ensayo, trenzó un camino de historias propias. Esos dos sistemas convergen ahora en El pasadizo secreto, escenas de una autobiografía feminista (Marea), un libro en el que la autora se revisa a sí misma.
Drucaroff es autora de una docena de libros entre los que se encuentran los ensayos Mijail Bajtín. La guerra de las culturas o Arlt, profeta del miedo; las novelas La patria de las mujeres o El infierno prometido; y los cuentos de Leyenda erótica o Checkpoint. Ahora ella es materia y plumaen El pasadizo secreto.
La clave del recorrido es femenina y feminista. Desde su infancia arropada por una familia de clase media, pasando por la juventud enmarcada en el terror de la dictadura militar, su exilio a Italia hasta su madurez, Drucaroff moldea la materia de la memoria con los saberes de la ficción. Las lecturas, la escritura y la conciencia de sí misma vertebran un texto que no tiene desperdicio. No faltan en ese camino, sus sus encuentros con la feminista italiana Luisa Muraro; una de sus referentes, porque la condición de la mujer (las mujeres) atraviesa sus ideas. De eso habló en este diálogo con Clarín Cultura.
–¿Cuánto tiempo te llevó escribir este libro?
–En 2019 viajé a Italia para conocer y entrevistar a Luisa Muraro, una de las más importantes filósofas del feminismo europeo. La leo y estudio desde joven, su pensamiento inspiró buena parte de lo que escribí en mi vida. Antonio Negri dijo que ella y Mario Tronti eran los dos únicos aportes realmente originales al marxismo en Italia. Ella no se reivindica marxista, tampoco antimarxista, personalmente veo alguna conexiones pero lo que pensaron ella y la comunidad filosófica Diotima, que ella contribuyó a fundar. Tiene una originalidad y una fuerza mucho que van más allá del marxismo, y no solo en Italia. El caso es que viajé a Milán para verla, sabía que iba a hacer un libro con esa experiencia, pero no cómo iba a ser. Por todo lo personal que se me jugaba en este viaje, ya que viví en Milán todo 1983 y parte de 1984 intentando un exilio que fracasó. Regresar décadas después fue una experiencia muy fuerte y algo tan poderoso como conocer a Luisa terminó produciendo un libro muy raro, que trabajé más de un año, durante la pandemia. Después vino el proceso de correcciones que fue muy arduo y llegó hasta 2023.
–Si tuvieras que contar brevemente de qué trata tu libro, ¿qué dirías?
–Que es mi libro más jugado, una mezcla de autoficción y feminismo donde la presencia de Luisa Muraro revolotea todo el tiempo, aunque no es el centro. Habla de este viaje a MIlán en 2019, pero también de aquel otro durante mi veintena, del pasado de formación y elecciones existenciales y de mi presente de mujer madura, de mi vida sexo-afectiva ayer y hoy, del amor y la pareja abierta que tengo desde hace décadas, de mi vida docente, de política. Es literatura anfibia que se mueve entre la narración, el ensayo, la memoria personal arriesgada, la teoría feminista, la historia argentina que me tocó vivir, las preguntas políticas. Y la política, si sos mujer, es siempre preguntarse por lo personal. Mientras ocurre la formación sexo-afectiva de una mujer, el mundo nos hace saber qué lugar ocupamos en el reparto del poder. Tal vez por eso hay tradición en el feminismo de este tipo de libros donde la reflexión está inextricablemente ligada con lo personal y con narraciones de la vida de una misma y de otras mujeres. Teoría King Kong, por ejemplo, aunque lo mío es con menos enojo y más humor y una perspectiva teórica más sólida que la de Virginie Despentes, espero.
–¿Por qué decidiste escribir El pasadizo secreto?
–Quise transmitir mi experiencia de hacerme persona siendo mujer, es decir siendo alguien a quien el patriarcado le demanda prestarse a ser un objeto “precioso y escaso”, como dice Claude Lévi-Strauss; es difícil volverse una persona cuando ser mujer héterosexual es asumir el placer de circular como un cosa bella entre sujetos, o sea hombres que si tienden la mano para agarrarnos, nos confirman como seres dignos y si no, nos confirman como despreciables. Son contradicciones y debates con una misma y con el mundo que enfrenta cualquier mujer, una incomodidad radical entre este mandato de ser cosa y la inevitabilidad de ser, no obstante, persona.Yo me fui proponiendo en mi crecimiento buscar salidas, encontrar significados para mí misma diferentes de los que me ofrecía la mayor parte del entorno, buscar lo que Luisa Muraro llama la autonomía simbólica femenina que no es algo previo y fijo que nos espera ni lo mismo para cada una, son puntos de llegada que vamos construyendo. Fue un búsqueda primero intuitiva; luego, cuando descubrí el feminismo en Italia, durante mi veintena, también a través de textos, teoría consciente. Es un proceso interminable, sigue hoy, y ninguna lo hace sola, lo hacemos apoyándonos sobre todo en otras mujeres y lidiando con buena parte de los hombres. Mi largo encuentro con Luisa, primero intelectual durante décadas, luego en esos diez días mágicos en que estuve, afectivo y personal, fue parte de ese proceso y me llevó a repensar toda mi vida. Escribí este libro porque sentí que tenía algo que transmitir y sobre todo quiero contagiar a otras mujeres y por qué no, a los hombres que se atrevan a reformular lo que el mundo les dice que son.
–¿Qué es ese ‘pasadizo secreto’?
–En las novelas de aventuras, muchas veces hay un pasadizo secreto. Se activa casi de casualidad aunque se venga buscando hace mucho tiempo y viviendo experiencias insólitas, arriesgadas, para llegar a encontralo. Y cuando se activa, de pronto, conduce a algún lado donde hay algo muy valioso. La intuición lo activa pero es un punto de llegada no solo intuitivo. Cuando llegué a la Libreria delle Donne de Milán (Librería de las Mujeres) y vi a Luisa por primera vez, le dije que sabía que iba a escribir un libro a partir de mis conversaciones con ella, pero no tenía la menor idea de qué libro iba a ser. Y cuando le dije que yo había vivido siendo veinteañera en esa ciudad, me dijo: “Vas a tener que encontrar el pasadizo secreto que une los dos viajes, ese libro vas a escribir”. Me pegó mucho la frase. Volví llena de grabaciones y materiales sueltos y me puse a tantear la escritura a ver si lo encontraba. Lo encontré. En un punto de llegada algo de pronto se abrió, una cierta revelación poderosa para mí, que junta todo el recorrido del libro. Encontré el pasadizo secreto un poco en el viaje mismo, pero sobre todo escribiendo: escribir es bucear en la experiencia y resignificarla.
–¿Cuáles dirías que son tus referentes feministas?
–Ufff… muchas. Sin duda mi madre, que desde que tengo uso de razón se atrevía a llamarse feminista, desafiando el ridículo y la agresividad a los que se exponía en ese tiempo. Más allá de las críticas que pueda hacerle y de la rebeldía sana con que me defendí de ella, Leonor Aguiar Vázquez, mi mamá, me transmitió el coraje para buscar mi propia vida y la fuerza para pagar los precios. Por otro lado, escritoras y pensadoras clásicas como Virginia Woolf, Simone de Beauvoir, Luce Irigaray, Luisa Muraro, son referentes aunque no adhiera fanáticamente a todo lo que dicen. Chiara Zamboni, una filósofa de Diotima, también. Y Silvia Tubert y Martha Rosenberg, que además fueron mis psicoanalistas. También grandes amigas de mi vida, a veces intuitivamente y a veces con muy sólida formación, fueron y son referentes feministas en este buceo por nuestros dilemas, nuestras elecciones.
–¿Pensás que la sororidad se profundizó a partir de los movimientos feministas?
–El concepto que hoy se llama sororidad pertenece al feminismo desde su fundación. Las sufragistas se llamaban a sí mismas “hermanas”; en Orlando, Virginia Woolf ironiza sobre el escándalo social de la amistad entre mujeres; Rossana Rossanda dijo que toda amistad entre mujeres es subversiva; Diotima hace filosofía sobre nuestro encuentro amoroso no necesariamente erótico. La sororidad es muy anterior a esta última ola. Pero no comulgo con el mandato abstracto y autoritario de que todas nos debemos querer por igual. Considero sororidad un sentimiento general de compromiso y solidaridad entre nosotras, estar dispuestas a pensarnos y entendernos antes que a juzgarnos y levantarnos el dedo entre nosotras. A menudo, veo con dolor mucha falta de sororidad en los movimientos feministas. Por lo demás, creo que existen afinidades electivas, derecho a elegir amigas y querer a unas y no a otras, lo que de ningún modo implica faltar al compromiso y la solidaridad que cualquier mujer merece por pertenecer a mi mismo género oprimido. Siempre pienso y escribo “para nosotras”, no porque no escriba también para los hombres sino porque tanto mi narrrativa como mis ensayos están marcados por la disposición a preguntarme por nuestra opresión y sus efectos sobre mujeres y hombres, y mis ganas de contagiar libertad.
–¿Qué opinás sobre los movimientos feministas actuales y del contagio que mencionás en uno de los capítulos? ¿Hacia dónde crees que vamos con el feminismo?
–Estamos en un momento de reflujo de la última ola feminista. Aunque ha dejado logros significativos, como la legalización del aborto, también ha cometido errores que han legitimado la contraofensiva misógina actual, especialmente evidente en el gobierno de Javier Milei. El feminismo históricamente surge en olas, que luego retroceden debido a la dificultad de legitimarse fuera del linaje masculino. Es crucial valorar y reivindicar nuestro linaje intelectual y político femenino, que ha sido silenciado. En esta última ola en la Argentina, muchas veces se actuaba como si todo comenzara recién, ignorando trabajos esenciales como Tres Guineas, de Virginia Woolf. Ella cuestiona si integrarnos a la sociedad bajo las mismas reglas masculinas realmente logrará una transformación feminista. Este debate sigue siendo relevante hoy. En lugar de enfocarse en temas urgentes, como la pobreza femenina, las violaciones, la brecha salarial y el cumplimiento de leyes, el movimiento se ha dividido en debates internos entre feministas radfem y transfeministas, o entre abolicionistas y regulacionistas de la prostitución. Estos debates, aunque importantes, no deberían justificar la falta de sororidad. Mi postura es inclusiva y reconozco la complejidad de estos problemas, abogando por la unidad entre todas las personas que desean ser mujeres, sin importar sus genitales o su ocupación.
–»La mujer es lo negro de lo que se ve y se tiene en cuenta, es el otro sexo, lo otro de lo “normal”, la diferencia oprimida y obligada a definirse como cero». Este destacado me parece revelador. ¿Podrías explayarte al respecto?
–Es un descubrimiento de Luce Irigaray leyendo a contrapelo a Freud y Lacan. Freud dice que en el inconsciente no hay modo de representarse la genitalidad femenina, es pura negrura, falta, un agujero horroroso como la propia muerte. Lacan retoma esto y agrega que la percepción humana de que a las mujeres “les falta” algo no remite a algo real porque “a lo real no le falta nada”, y yo agrego: sería como decir que al rostro humano le falta trompa porque los elefantes la tienen, es absurdo. Irigaray detecta en esto el terror a la diferencia, a admitir que no somos incompletas sino distintas y que la especie humana contiene en sí misma la diferencia. Demuestra este terror no solo en Freud y Lacan, sino en toda la filosofía occidental. La diferencia atenta contra la ilusión de que la completud es posible, nuestra especie es insegura y necesita imaginar que algunos sí están completos. Los hombres se autoasignaron la completud, condenando a la mitad de su especie a cargar con ser el cero, dibujándonos un agujero donde no lo hay, y nos convencieron de que “nos lo merecemos”. Irigaray explora la riqueza potencial de nuestras diferencias, si lográramos explorar otros modos de significación que van y vienen del cuerpo al discurso, del discurso al cuerpo. No siempre me interesa el modo en que explora Irigaray, prefiero las respuestas menos pretenciosas y mucho más políticas y sutiles de Muraro y Diotima, pero la audacia y complejidad del pensamiento de Irigaray parte la cabeza.
Elsa Drucaroff es consciente de que este libro la expone. “A una mujer, su palabra pública siempre la pone en riesgo, especialmente si habla de sexo”, destaca. Pero la idea de invitar a los lectores a cuestionar significados impuestos es más fuerte. “Quisiera que El pasadizo secreto contagiara una gota de entusiasmo. La lucha política también se hace en el orden de géneros, y este libro quiere transmitir libertad política de género. Hablo de la verdadera libertad, no de la libertad del mercado que nos vuelve objetos a hombres y a mujeres, nos vuelve capital humano”, concluye.
Elsa Drucaroff básico
- Es profesora de Castellano, Literatura y Latín (graduada del Instituto Joaquín V. González) y doctora summa cum laude en Ciencias Sociales (por la UBA). Investiga y enseña literatura argentina contemporánea y teoría y crítica literarias en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires
- Colabora en revistas y suplementos literarios y trabajó en radio como comentarista cultural. Es autora de las novelas La patria de las mujeres (Marea, 2014), Conspiración contra Güemes (Marea, 2015), El infierno prometido (Marea, 2022), ganadora del premio Ricardo Rojas del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, y El último caso de Rodolfo Walsh (Interzona, 2010).
- Además, escribió los libros de relatos Leyenda erótica (2007) y Checkpoint (2019); y los ensayos Mijail Bajtín. La guerra de las culturas (1996), Arlt, profeta del miedo (1998), Los prisioneros de la torre. Política, jóvenes, literatura (2011), Otro logos. Signos, discursos, política (2016), entre otros.
El pasadizo secreto: Escenas de una autobiografía feminista, de Elsa Drucaroff (Marea Editorial).