La metáfora perfecta: los verdaderos golpeados y maltratados somos todos los argentinos, sometidos a la obscenidad de imágenes de una mujer golpeada, nada menos que la ex Primera Dama, y los juegos de coqueteo con las invitadas de ocasión, con las que el Presidente se entretenía en sus noches vacías.
Obsceno, agresivo, impúdico, torpe, ofensivo, todos los significados de la palabra obsceno, porque es la que mejor califica el espectáculo de las puertas abiertas en par de una alcoba que nos convierte en testigos involuntarios.Todos tenemos derecho a la intimidad. Vivir de a dos, sin testigos; nunca un Presidente de la Nación, quien habita una casa que no le pertenece, la Casa de Gobierno y la Residencia de Olivos. Allí carece de intimidad. Convive con personas que no son su familia, a quienes les debe respeto.
El presidente está obligado a la transparencia y a dar cuenta de sus actos. Por eso se registra burocráticamente quien ingresa a la Casa Rosada, tanto como a Olivos. Él es un inquilino temporario; así como debe pedir permiso para las obras edilicias, está obligado a responder a los pedidos de accesos de información, sean periodísticos, de legisldores o ciudadanos de a pie. Por eso, mientras ejerce el poder, su vida es pública. Es el ABC de la vida republicana.
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No se puede confundir “las instancias privadas”, invocadas por los leguleyos para atenuar las responsabilidades penales. No podemos dejar todo en manos de los jueces porque, cuando se trata del Presidente de la Nación, el debate también debe ser publico. El poder que ocupa debiera ser un santuario cívico, que demanda transparencia e idoneidad, palabras esquivas en el decir público que los votantes tampoco tomamos en cuenta.
Son ya muchos años de escándalos. Pocos recuerdan que el presidente Carlos Menem repudió a Zulema, su mujer y Primera Dama. Nadie se lo reclamó. Cuando se ejerce el poder de manera cortesana, en las sombras, son muchos los responsables que, por usufructuar de las prebendas del poder, callan pero como correveidiles alimentan los chismes del palacio para exhibir intimidad con el poder: son “los operadores”, horrible definición para los que “operan” en las sombras. De modo que no se trata de una “instancia privada” porque hay muchos responsables en cada moretón, en cada festichola, incluidos los mismos votantes.
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Obsceno es también el espectáculo de las mentiras, la hipocresía y los prejuicios que corren sueltos, desde el “por algo será” a la banalización de la violencia contra las mujeres de aquellos que dicen amarlas, sus esposos, novios o amantes. Una pandemia global que nadie puede negar ocupa y preocupa a los gobernantes del mundo democrático, que buscan enfrentar con leyes e instituciones especificas e idóneas. No para hacer propaganda política partidaria sino para prevenir y castigar a los golpeadores, cuidar y proteger a las víctimas. La violencia de género existe, lo prueban las estadísticas, como los dramas cotidianos de mujeres asesinadas por aquellos que dicen amarlas.
Incapaces de salir del escándalo nuestro de cada día para debatir de verdad, nos parece más cómodo dejar todo en el expediente judicial, cuyas filtraciones llenan las pantallas con datos escabrosos, abogados mediáticos, anécdotas y prejuicios que, en lugar de hacernos crecer sobre las miserias, desnudan, una vez más lo que no conseguimos democratizar: el poder.
Con todo, no desaprovechemos la oportunidad para trascender el escándalo y hablar de los males de este tiempo, la violencia contra las mujeres, que demanda un estado que garantice y proteja derechos, y un feminismo menos sectario, preocupado menos con las “e” del lenguaje inclusivo que las “a” de los ayes del dolor, el miedo y la humillación en la que viven tantas mujeres.