Nueva York, década de 1920. La veinteañera Mary Sully viene recorriendo parte de Estados Unidos en auto acompañando a su hermana mayor, la antropóloga Ella, en su trabajo de campo. Entra y sale de mundos diversos y dibuja y pinta sobre eso.
Sabe de opresiones, diferencias y convivencias. De reservas indígenas, Greta Garbo y Amelia Earhart, la primera aviadora que cruzó el Atlántico.
Mary es nieta de una indígena. El padre fue bisnieto de Thomas Sully -autor del retrato del presidente estadounidense Andrew Jackson que aparece en los billetes de 20 dólares-, nieto de un militar y referente de la Iglesia Episcopal Sioux de la reserva aborigen Standing Rock de Dakota del Sur, una de las 6 más grandes de ese país. Fue bautizada como Susan Mabel Deloria pero de grande decidió cambiarse el nombre por el de la madre. Todo coexiste en su obra. Y lo más maravilloso es cómo lo hace.
Cada cuadro de Mary Sully está compuestos por tres, como apilados. Iglesia india, por ejemplo, muestra en la parte superior a un grupo de indígenas ante un altar cristiano, con aires naif y colores brillantes; en el centro aparece un diseño abstracto moderno, y en la base, una trama de arcoíris geometrizados, los símbolos de la esperanza que solían tejer las siuox.
Mary murió en 1963, a los 67 años. No dejó diarios ni cartas. Pero unas 200 piezas en lápiz y tinta que creó entre las décadas de 1920 y la de 1940 quedaron guardadas en cajas hasta 2006, cuando su sobrino nieto Philip J. Deloria, profesor de Historia de Harvard, las rescató y publicó el libro Convertirse en Mary Sully. Hacia una abstracción indígena estadounidense .«Hubo momentos en los que pensé ‘Andy Warhol, ella estaba antes'», señaló el investigador. El MET de Nueva York compró parte de esos trabajos y ahora expone, por primera vez, Mary Sully: Modernismo nativo.
La expo en el MET abre con una pieza titulada Tres fases de la historia india: libertad precolombina, grilletes de la reserva, presente desconcertante. Es claro que el legado de Mary Sully habla de conquista y sincretismo. El formato de sus trabajos podría leerse como una alusión al modo en que conquistadores trataron históricamente de enterrar el mundo de los conquistados: obrando encima, si es que quedaba algo. Pero, a juzgar por lo que se ve de Mary Sully, según The New York Times, ella entendía que las civilizaciones no son el resultado de restos de vencidos apilados sino de la vida que surge a pesar de eso.
Así que, tras el rescate étnico y de género que plantea su producción en estos tiempos, me gusta pensar en cómo le era posible (al menos, a veces, al crear) conjugar de esa manera. En la Gran Manzana conoció la abstracción vinculada al diseño industrial y la plasmó sin desestimar la de los sioux, a la que ubicó siempre como raíz. Distinguió sin excluir ni siquiera el horror, aunque no lo explicitó. Su trabajo es bello, atrae amorosamente, como la promesa de llegar, al fin, a casa. Por eso, resulta tan conmovedor.
La hermana contó que Mary Sully era “patológicamente” tímida. Sin embargo, en sus cuadros se animó como pocos. Creó ¿flores? abstractas para «retratar» a la escritora y coleccionista de arte Gertrude Stein (autora de «Rosa es una rosa es una rosa es una rosa») entre diseños sioux a los que no despojó de espacio ni de sentido, de singularidad. De esa forma, denunció avasallamientos y reivindicó lo diverso: apelando a la empatía e incluso al humor. Violencia ya había demasiada. A esta maravilla también me refería.