«Y a ti, ¿cuánto crees que te queda antes de que te cambien por una IA?», me preguntaba un amigo el otro día. Y no supe muy bien qué responder. Con suerte, mucho, supongo, pero no depende estrictamente de mí ni de mi trabajo. De momento, muchas empresas están apostando al cien por cien en ella sin esperar a que el público de su opinión (algo que ya hemos visto varias veces en el mundo de la tecnología), y queda mucha tela por cortar. Sin embargo, no es difícil imaginar que un futuro como el de ‘Justicia Artificial’ pueda estar a la vuelta de la esquina. Y solo por atreverse a plantar cara a la máquina en estos tiempos de absurda pleitesía merece la pena echarle un vistazo.
¡La justicia, como el rayo!
Lo mejor de ‘Justicia Artificial’ llega en sus primeras escenas, en el mismo planteamiento de la trama, cuando una jueza escoge, conscientemente, llevar la contraria al sistema de IA que se ha implantado en los juzgados porque, a pesar de lo que diga el reconocimiento facial, decide cumplir fielmente con lo estipulado en la ley. Es una escena muy inteligente, narrada desde la sobriedad pero que no necesita más explicaciones para que entendamos lo que está ocurriendo. El problema es que, a partir de ahí, el resto del metraje lo dedica a dar continuas vueltas sobre el mismo concepto.
A pesar de plantear una intriga repleta de misterios, lo más interesante de ‘Justicia Artificial’ es el debate que genera y en el que sus personajes entran de lleno: ¿Puede una IA evolucionar o nos dejará anclados sin nueva jurisprudencia? ¿Qué esconden las grandes corporaciones que lo están forzando en la sociedad? ¿Hay maneras de eludir el sistema aparentemente objetivo si basta con añadir nuevos datos al algoritmo para que este rectifique? Son preguntas, sin duda, cautivadoras… que, tristemente, no encuentran su solución a lo largo del metraje.
Al final, uno siente que la cinta de Simón Casal se queda en la simple chispa que inicia el debate, pero deja que el trabajo de encontrar las conclusiones lo hagamos los demás, con un final que se queda a medio gas. La dirección es coherente, eso sí, y va en tono con las intenciones iniciales de la película. En todo momento, y muy acertadamente, hace gala de una impecable fotografía apagada, nubosa y fría, propio de la distopía cercana, proponiendo un juego visual impagable entre la pulcritud de las oficinas de las oficinas de la desarrolladora de IA y el habitual guirigay de los juzgados. Se nota que ha habido mentes humanas pensando tras ‘Justicia Artificial’. Sí. Pero.
IA está bien
‘Justicia Artificial’ quiere ser un atrevido thriller que haga pensar, pero solo araña lo segundo. Y es que, más allá de la diatriba planteada, los giros de guion se notan poco engrasados, el desarrollo es confuso y los personajes parecen ir de un punto a otro de la trama sin nada que realmente les motive. En particular, el tramo final es una maratón de incongruencias a la que parecen faltar minutos o cabos sueltos, desembocando en un debate final que trata de dirimir la tesis de la película pero se nota, a esas alturas, apagado y sin fuste.
Y es una pena, porque se trata de una propuesta osada en tiempos donde las empresas parecen rendirse ante ideas realizadas por ChatGPT, voces artificiales e imágenes con seis dedos creadas para libros y carteles de baja estofa. Sin embargo, no bastaba con el talento humano para acabar de levantarla y, salvo la destacable actuación de Verónica Echegui, los vericuetos de un guion poco engrasado (o una falta de presupuesto acuciante) la obligan a acabar en tierra de nadie. Lo interesante en este caso es, siempre, lo que subyace.
Lo que podría dar más juego en ‘Justicia artificial’ se deja en los márgenes, se queda en frases lanzadas al aire, en conceptos donde los guionistas muestran su amplia investigación sobre el tema pero que no terminan de permear por culpa de una trama insulsa que se empeña en tomar las riendas frente al diálogo: parece, en ocasiones, que la película tiene miedo de tirarse a la piscina y cree que, sin un componente de thriller, no va a captar el interés de los espectadores. Y erra al poner el acento donde no es.
A priori, ‘Justicia Artificial’ es una especie de otra cara de la moneda de ‘Minority Report’, y su planteamiento es rotundo, actual, inteligente y único, pero se aleja mucho de convertirse en una película imprescindible por culpa de una toma continua de decisiones que afea el producto final. La película nace con ansias de aportar su punto de vista en una problemática muy actual y tiene buenas intenciones, pero no termina de dar en el clavo, quedándose en la mera curiosidad con ínfulas. Eso sí, comete errores tan humanos que al menos podemos estar seguros de que ChatGPT no ha echado mano al guion. Algo es algo.
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