«Lo que hacés es concebir un hábitat humano», cuenta en la conversación Eduardo Costantini, hace una semana. Y enseguida el desarrollador y el coleccionista se superponen con entusiasmo. «Concebimos un todo. No solo la urbanización, en este caso de 20 barrios, donde van a residir unas 60 mil personas; lo dotamos de dos centros urbanos, con áreas de servicio, escuelas, espacios de ocio y paseo». Y allí, el museo, la nueva sede de Malba, una marca en las varias acepciones de la palabra.

Malba Puertos, en Escobar, abre este sábado sus tres salas de exposición, rodeadas de parque y agua. Veinticuatro esculturas de artistas argentinos pautan los alrededores y las dos bahías del río Luján en el ingreso. El museo y los paseos son gratuitos y libres para quienes los visiten y, asegura Costantini, solo hay una barrera provisoria para los primeros meses –»pensada para ser eliminada»– que se levanta apoyando el DNI.

Siempre hay un gesto de seguridad imperiosa en este Costantini emprendedor, que no parece reparar en los impedimentos del contexto –una de las peores crisis económicas en la historia del país–, o se especializa en desbaratarlos por la fuerza de expansión de sus iniciativas. Aún nadie ha visto el museo, ultiman los detalles y él cuenta que ya tienen la agenda de visitas de colegios de la zona para la próxima semana. Su reflejo es recordar –según ese credo que le atribuye magia al arte, como un talismán– que el MoMA de Nueva York se inauguró en 1929 apenas dos semanas después del crack de Wall Street. Y que Malba Alcorta tampoco gozó de un marco apacible. En rigor, Malba Puertos nació de la falta de espacio.

–La presidente de Malba, Teresa Bulgheroni, me pidió contar con un espacio más grande para la reserva técnica del museo, que venía quedando estrecha en los últimos años. Entonces me pregunté por qué, ya que teníamos que hacer una reserva, no hacíamos un museo directamente… Era una respuesta un poco maximalista de mi parte, pero enseguida me dije por qué no crear una reserva que, además, interactuara con la comunidad. Un museo basta para llevarte a una dimensión viva y multidireccional. El espacio lo teníamos, la necesidad de una reserva también. Todo se fue multiplicando… Imaginamos luego una cafetería, salas de exposiciones, todo, en suma.

– Y en 2022 irrumpieron las cinco piezas monumentales de Gabriel Chaile… Un nuevo aprieto.

–Es que cuando fuimos a la Bienal de Venecia, se presentó comprar el conjunto de cerámica. Me atrajo tanto la obra que quise comprarla. La anécdota es que una de las piezas se había vendido ya cuando llegué. Pero el galerista le preguntó al comprador si no tendría objeción en declinar, porque el artista, naturalmente, prefería que todas las piezas, que representan a sus parientes, siguieran reunidas. Para eso solo había un comprador, yo. De inmediato pensé en hacerle un pabellón propio. A la media hora yo estaba muy pendiente, con Elina, almorzábamos en un bar de la Bienal y el galerista nos dio el ok. Nos vimos ahí con Chaile, fue hermoso. Tardamos dos años en rearmar el conjunto (ocurrió hace un mes, cuando el artista viajó para ensamblar las piezas, que viajaron desarmadas). Él estará en la inauguración este sábado. También tendremos en Puertos las obras de Claudia Alarcón, la tejedora de chaguar jujeña, quien estará con su marido. Será la primera vez que él se suba a un avión. Las cosas que van ocurriendo, ¿no? ¡Lindísimas!

Una de las tres salas de exposición, al ingreso de Malba Puertos. Se inaugura este sábado.Una de las tres salas de exposición, al ingreso de Malba Puertos. Se inaugura este sábado.

–Entonces no le quedó ninguna frustración por no haber conseguido hacer la ampliación del Malba al terreno de Saldías.

–No. La ampliación subterránea, por debajo de Plaza Perú, es una asignatura pendiente que siempre tenemos abierta. Está permitido. En su momento, sí fue frustrante el tema del espacio Saldías, porque lo trabajamos mucho a nivel proyecto; luego el acuerdo con la Villa 31, que tampoco se materializó. Sumemos las vicisitudes del país en general y la pandemia, que nos hicieron diferir las ampliaciones. Ahora surgió esta iniciativa de Escobar y tuvo un desarrollo lineal y sin inconvenientes. El arquitecto español Juan Herrero resolvió muy bien todo el proyecto.

Primer plano del arquitecto Herrero y Costantini; atrás, el artista Gabriel Chaile, quien viajó con su equipo para ensamblar las cinco piezas compradas en Venecia en 2022. Primer plano del arquitecto Herrero y Costantini; atrás, el artista Gabriel Chaile, quien viajó con su equipo para ensamblar las cinco piezas compradas en Venecia en 2022.

–En la reserva técnica de Puertos estará el patrimonio del Malba y, además, su colección personal. Es una idea pionera, hay pocos ejemplos de una reserva a la vista.

–Ahora mismo ya está todo allí, a la vista detrás de un vidrio. Y se verán todas las mudanzas, los tráficos de un sitio a otro. La reserva se transforma en otra sala y se rompe el límite físico a nivel museológico. Es bastante pionero a nivel internacional. Las obras de mi colección muchas veces se exhiben en las salas de Alcorta, por cuestiones de programación. Hay obra mía en el exterior también; las obras hacen un tránsito continuo entre Miami y Buenos Aires, es un tráfico bastante costoso. Pero me digo son algo fungible. Cuando compro no distingo entre lo que es Malba y mío, sino que veo el conjunto tratando de llenar los vacíos que toda colección tiene.

Con el arquitecto español Juan Herrero, quien diseñó el área pública. Con el arquitecto español Juan Herrero, quien diseñó el área pública.
Se verán varias piezas de telar en fibra de chaguar, de la jujeña Claudia Alarcón y Silät, el grupo de tejedoras wichi.Se verán varias piezas de telar en fibra de chaguar, de la jujeña Claudia Alarcón y Silät, el grupo de tejedoras wichi.

-Argentina ha tenido históricamente algunos coleccionistas muy valiosos, pero pocos compartían sus colecciones, con la excepción de usted, Amalia Lacroze de Fortabat, hoy Andrés Buhar. Si pensamos en los Blaquier, por ejemplo, fue todo lo contrario, solo disfrute personal. ¿Quién diría que fue su modelo de coleccionista o emprendedor? Con las diferencias del caso, ¿para Puertos pensó en el MAM de Miami, del argentino-cubano Jorge Pérez?

–Tengo mi historia personal como coleccionista. Sobre todo me inspiraron el MoMa y Glenn Lowry, el director que deja su puesto en el Museo en 2025 luego de décadas de gestión. Ha sido de una potencia infernal; la cantidad de donantes del MoMA no se compara con nada, desde su concepción, por tres mujeres poderosas de Manhattan – Abby Aldrich Rockefeller, Lillie P. Bliss y Mary Quinn Sullivan–. Nosotros no somos como ellos. Malba ha tenido un solo fundador. Hemos ido construyendo apoyos pero nuestro proceso es mucho más lento.

Otro de los paños de Claudia Alarcón exhibidos en la apertura del museo Malba Puertos.Otro de los paños de Claudia Alarcón exhibidos en la apertura del museo Malba Puertos.

Gracias a Ricardo Esteves, pude acceder a buenas obras, contando con su ojo experto porque no he podido tener yo mismo su talento. El me señalaba lo que tenía que comprar y yo elegí que nos enfocáramos en arte latinoamericano. Creía que estratégicamente ese era el rumbo; solo así haríamos un seleccionado mucho más potente, con mayor visibilidad. Se abría todo un campo más amplio de coleccionismo, un universo de obras más grande. Y eso también hacía más interesante el proceso de coleccionar. Porque siempre fuimos muy estrictos a la hora de elegir. Hemos comprado súper obras en poca cantidad. Yo creo en la importancia de la colección permanente de todo museo. En verdad, yo hice lo inverso de Jorge Pérez… En el origen, yo también pensé en algún momento que el museo debía llevar mi nombre. Pero justamente llegué con gran entusiasmo a Nueva York y consulté a Lowry y él me dijo tajantemente: “No cometas el error de ponerle tu apellido”. Ahí me clavó un puñal en el ego… Pero le hice caso, fue un buen consejo.

–¿Glenn Lowry ha sido su interlocutor en las nuevas iniciativas?

–En otra cosa que me recomendó, él cambió de opinión. El me había dicho que no hiciera un museo subterráneo. Pero una vez aquí, con la curadora argentina Inés Katzenstein, al ver el proyecto y la maqueta de la extensión por debajo de la plaza de Perú, con un techo transparente, se corrigió: “¡Eso está muy bien! Buena idea”.

–Ahora todo el techo del museo en Puertos es transparente.

–Es que es lo opuesto de lo subterráneo. Es en planta baja y tiene transparencias por donde las busquen. Esto es tanto físico y material como metafórico, en el sentido de la interacción y el protagonismo que tiene el entorno en Escobar. Se trata de un museo que no tiene colección propia aunque sí la reserva técnica. A veces se irán obras en préstamo, y recibiremos otras; la reserva es muy dinámica. Pero Puertos no tiene centralidad urbana, a diferencia de la primera sede. Su fuerte será articular programas para crear comunidad.

–¿Cuánto tendrá de museo y cuánto de centro cultural? A medida que usted lo cuenta, y dada la relevancia del programa de educación, el aspecto de centro cultural es muy relevante.

–Esto es importante porque siempre existe el debate sobre el destino de las instituciones. Acá tenemos un concepto integrador, donde a la exhibición de artes plásticas, digamos, se suman otros objetos. Se combina con programas de literatura, de música y performance, muy heterodoxos e integradores, con distintas manifestaciones artísticas.

"Espejo-espectro", obra de Carolina Fusilier, en la rivera del río Luján. «Espejo-espectro», obra de Carolina Fusilier, en la rivera del río Luján.

–¿Qué barrios imagina o aventura que serán el núcleo de su público? Si el museo se impone, varios municipios –pienso en Pilar y Tortuguitas, incluso en Campana y Zárate– van a verse obligados a mejorar su oferta cultural, hoy casi inexistente.

–Es que creo que que va a ser más que bienvenido en ese sentido y que esos municipios lo van a disfrutar. Y aparte, qué lindo que vengan los chicos de distintas latitudes alrededor de Escobar, por ejemplo, a ver el proyecto de espacio público. Quiero que sea un lugar de destino. Esa, por ejemplo, era una asignatura pendiente que me había quedado de Nordelta, una obra conjunta de Consultatio con Julián Astolfoni. En cambio, Puertos es 100% de Consultatio y desde el primer día sabía que quería emplazar obras de arte público en esas 1400 hectáreas, para que dieran una identidad precisa a lo que llamamos “ciudad-pueblo”. Que los 20 barrios que la conforman se reconozcan por ese espacio público.

Entre las 24 esculturas del área, "Abstracción geográfica", de Paula Castro. Entre las 24 esculturas del área, «Abstracción geográfica», de Paula Castro.

–¿Cómo llegaron esas obras ahí?

–Le di la idea a Leo Chiappa, responsable de todo Puertos, y nos contactamos con Irina Kirchu, una artista que conoce todo el entramado de creadores. Con ella, comisionamos esas obras para el lugar; todas son de sitio específico. Hubo que resolver, sin duda, el tema de la producción y la calidad constructiva, para que se preserven en el tiempo. Toda esa labor fue antes y durante la pandemia.

"El salto", de Hernán Marina. «El salto», de Hernán Marina.

–Volvamos de un plumazo a la profunda crisis actual, más duradera de lo que muchos imaginaron. Puertos está pensado a una escala económica más accesible que Nordelta, los lotes son más pequeños. ¿Cómo ve su evoución a esta altura?

–Yo le hablaba antes de una ciudad-pueblo, es decir, con baja densidad poblacional, donde no habrá edificios. A nosotros nos gusta darle al propietario más de lo que había imaginado… La inversión supera los 10 millones de dólares. No podemos saber cómo va a evolucionar, si será más exitoso, más caro o más barato que Nordelta, que ya tiene su historia y se encareció mucho por ese mismo motivo. En cuanto a la crisis, nosotros estamos acostumbrados a vivir con ella… . El Malba nació diez días después del atentado a las Torres Gemelas y 90 días antes de nuestro estallido de 2001, la peor crisis de la historia contemporánea argentina. Uno debe concebir los museos por encima de las coyunturas y las guerras. Los grandes museos europeos atravesaron las dos guerras y ahí están. El Malba sigue allí, ha demostrado su fortaleza.

–Una última pregunta. ¿Consiguió olvidarse de aquella obra de Jorge de la Vega, de 7 metros, expuesta en la galería MC en arteba en 2019? Usted quiso comprarla y en cuestión de minutos se la sacaron de las manos. Es que sería ideal en Puertos…

–¡Claro que me acuerdo!; no la pasé nada bien perdiéndome esa pieza. Y me pareció mal todo lo que ocurrió porque habíamos acordado el precio. Pero, bueno, el tiempo me dio la satisfacción de poder comprar el último cuadro que De la Vega pintó, en los años 70. Una familia a la que conozco le había pedido al artista una obra para su comedor; Jorge iba a la casa y la pintaba allí mismo. Pintaba y pintaba… Quedó inconclusa pero es formidable. Las vueltas de la vida, ¿no?