Este libro compila una selección de mis columnas y comentarios del último año. La locura evocada en el título no es una mera referencia a la expresión que utilizamos cotidianamente, sino una indicación más precisa de que vivimos en una época en la que carecemos de lo que Fredric Jameson llamó “mapeo cognitivo”, una orientación global de lo que somos y hacia dónde vamos. Hace años, soñábamos con un mundo posideológico; ahora lo tenemos, y la ausencia o irrelevancia de ideologías explícitas hace que todo sea aún peor.
¿Cómo llegamos a este punto? El principal cambio ha sido el reemplazo de la oposición que articulaba el eje principal de nuestro espacio político entre partidos de centroizquierda y centroderecha por la oposición entre un gran partido tecnocrático (en representación del conocimiento experto) y un oponente populista con consignas anticorporativistas y antifinancieras. Sin embargo, este cambio pasó por otro giro sorprendente. Lo que vemos últimamente es algo que solo podemos llamar tecnopopulismo: un movimiento político con una clara apelación populista (trabajar para el pueblo, para sus “intereses reales”, ni de izquierda ni de derecha) que promete ocuparse de todos mediante una política racional y de expertos; un enfoque pragmático que no moviliza pasiones bajas ni recurre a eslóganes demagógicos. Los académicos Bickerton y Accetti escriben lo siguiente acerca del tecnopopulismo:
Lo que alguna vez pareció ser el antagonismo definitivo de la política actual —la lucha entre la democracia liberal y el populismo nacionalista de derecha— se ha transformado milagrosamente en una coexistencia pacífica. ¿Estamos frente a una especie de “síntesis dialéctica” de los opuestos? Sí, pero en un sentido muy específico: los opuestos se reconcilian mediante la exclusión del tercer término: el antagonismo político o la dimensión política en sí misma. El mejor modelo es el caso de Mario Draghi en Italia, a quien todo el espectro político avaló como un primer ministro “neutral” y eficiente (con la significativa excepción de los neofascistas de extrema derecha, que están salvando el honor de la política), pero también se pueden reconocer elementos de tecnopopulismo en Emmanuel Macron e incluso en Angela Merkel.
Esta reconfiguración deja a la izquierda auténtica (o lo que sea que quede de ella) en una posición difícil. Si bien el tecnopopulismo es la forma del establishment actual, de la “neutralización” apolítica y de los antagonismos políticos, en algunos casos hay que apoyarlo estratégicamente como el mal menor ante la amenaza de catástrofes inmediatas (Le Pen, Trump, etc.).
La vergonzosa paradoja que nos vemos obligados a aceptar es que, desde un punto de vista moral, el modo más cómodo de mantener una posición de superioridad es vivir en un régimen moderadamente autoritario. Podemos oponernos al régimen (y cumplir con la regla tácita) sin que nuestra postura represente una verdadera amenaza, de modo que afirmamos nuestra posición moral superior sin arriesgar demasiado. Incluso si efectivamente nos enfrentamos a perjuicios reales (puestos de trabajo que quedarán fuera de alcance o la posibilidad de ser procesado legalmente), esos castigos menores solo otorgarán un aura heroica. Pero cuando estamos en una democracia plena, nos adentramos todos en el terreno de la desorientación: las decisiones ya no son tan claras. Por ejemplo, a mediados de la década de 1990, en Hungría, los exdisidentes liberales tuvieron que tomar una decisión difícil: ¿debían ingresar en una coalición con excomunistas para impedir que la derecha conservadora tomara el poder? Se trató de una decisión estratégica en que el razonamiento moral simple no era suficiente. Es por eso que muchos actores políticos en los países postsocialistas anhelan los viejos tiempos, en que las decisiones eran claras. Ante la desesperación, intentan regresar a la claridad del pasado, y equiparan al adversario actual con los antiguos comunistas. En Eslovenia, los nacionalistas conservadores en el gobierno aún culpan a los excomunistas por todos los problemas actuales. Por ejemplo, afirman que el alto número de antivacunas es el resultado de un legado comunista que aún perdura. Al mismo tiempo, la oposición de izquierda y liberal dice que los nacionalistas conservadores gobiernan del mismo modo autoritario que los comunistas antes de 1990. El primer gesto de una nueva política consiste en admitir plenamente la desorientación y asumir la responsabilidad ante las decisiones estratégicas difíciles.
Entonces ¿qué hará el nuevo poder tecnopopulista frente a los enormes problemas que se avecinan? ¿Y cómo podemos superar este escenario? (Dado que en última instancia el tecnopopulismo no puede resolver esos problemas). En este libro intento aportar algunas respuestas, pero principalmente abordo tres facetas de nuestra situación global: la guerra de Ucrania, la cultura popular (Hollywood) como una máquina que registra (y confunde) nuestros callejones sin salida sociales e ideológicos, y diferentes aspectos de nuestra situación política mundial, desde China hasta los intentos desesperados en la actualidad por crear escasez artificial. Mi esperanza es que esta compilación ayudará al menos a algunos lectores a pensar y buscar soluciones. Ya no podemos contar con la lógica del progreso histórico; debemos actuar por cuenta propia porque, a merced de su propia lógica inmanente, la historia está avanzando hacia un precipicio.
Mundo loco. Guerra, cine, sexo, de Slavoj Žižek (Godot)