“Bajo el paraguas de la civilización se ha hecho sufrir a los pueblos. Se han provocado, inclusive, guerras devastadoras”. Quien habla es José Emilio Burucúa. En su último libro, Civilización, Historia de un concepto (Fondo de Cultura Económica) indaga acerca de las diferentes definiciones de un término cuyo sentido original pretende rescatar. Es un monumental trabajo de 750 páginas donde indaga, como un arqueólogo, dentro de las catacumbas de esta concepción armado de un notable abanico de lecturas.

En la comodidad de su hogar, un departamento del barrio de Once, rodeado de diversos cuadros y esculturas, el historiador del arte Premio Ñ a la Trayectoria 2016, abre sus penetrantes ojos celestes de par en par para desplegar una maquinaria de citas que van desde el Mahabharata hasta Lewis Mumford. También, piensa sus potencialidades y reflexiona sobre la actualidad aunque, en un momento, se detiene ante una sucesión de estornudos: “Se ve que no quiero hablar de esto”, dirá, entre risas.

En tiempos globalizados, donde estallan múltiples identidades, el autor le explica a Clarín Cultura cómo este término, bien entendido, podría unirnos más allá de la fragmentación.

Periodista: ¿Cómo surgió su interés en el concepto civilización?

Burucúa: Es una categoría socio histórica que no tiene demasiada buena prensa. Ha habido una competencia entre este término y cultura. Este último ha ganado, tal vez por ser el de civilización demasiado vasto. Por otra parte, no ha tenido buen eco ya que en el nombre de la civilización se han cometido tantas tropelías que parece contradictorio. De todas maneras, nunca dejé de utilizarlo, sobre todo en el campo de la historia del arte. Quería ver en otros contextos y horizontes como funcionaba. Descubrí, en principio, que por ejemplo en la cultura china no aparece esa figura. En la India, en cambio, algo se vislumbra semejante. Me veía forzado a hablar de un horizonte de civilización del mediterráneo y después del Atlántico. Quise demostrar que podía ser un concepto válido pero había que someterlo a un análisis muy estricto. Quería despejar el concepto de su lugar de instrumento de dominación para volver a sus significados primarios.

José Emilio Burucúa en su casa del barrio de Once. Foto Mariana NedelcuJosé Emilio Burucúa en su casa del barrio de Once. Foto Mariana Nedelcu

P: ¿Cuáles serían?

B: Promover una vida pacífica, gentil, amable. Primero entre los seres humanos de un grupo social pero que después se extiende a la sociedad entera. Eso que nos enseñaban, por lo menos en mi época, en la escuela primaria —fui a una escuela del estado en el barrio de Almagro— que eran las buenas maneras, las expresiones, la gentileza. Eso es una expresión muy visible de algo más profundo que tiene que ver con la comprensión humana y la paz social. Ese es el origen del campo semántico original de la palabra, que impregna toda la sociedad hasta sus raíces. Ahí es donde las cosas empiezan a ponerse complicadas porque, más que como un sistema que garantiza la comunicación entre los seres humanos y un elemento de pacificación, va a aparecer como herramienta de dominio social, nacional e imperial. También me interesaba ver cómo se podía readaptar, recuperar ese sentido primario en una sociedad global tan heterogénea, donde se ha instalado desde los setenta para acá, la vivencia y la valoración política de la identidad. Es un giro que han tenido los estudios de las humanidades, donde la antropología ha sido muy fuerte.

P: ¿Qué le interesa de esta relación entre civilización e identidad?

B: Lo que se pretendía que fuera una ciudadanía universal y equiparadora, igualitaria, ha derivado en un asunto de recuperación de identidades diluidas. Aparece como un cemento social mucho más poderoso que este sistema de costumbres que aceitaba las relaciones entre los hombres, muy poderosa. También ha provocado una fragmentación de la sociedad muy fuerte. Siendo que la ciudadanía lo que buscaba era una igualación de los miembros de una sociedad. Esta lucha académica entre el concepto de civilización y cultura, donde la cultura parecía como la vencedora, también generó desgarramientos a las sociedades. El tema de la identidad es fortísimo. Me interesó saber si este concepto de civilización podía ser resignificado, replanteado, teniendo muy en cuenta que si lo vamos a recrear, tendrá que ser combatiendo la noción de que existe una civilización superior a otra y asumiendo el mal y el dolor que se ha producido en la humanidad, cuando se blandió este concepto como una razón para la hegemonía y la guerra.

P: Mencionaba antes otras nociones de civilización alejadas de occidente. En el libro indaga acerca de Japón, China, la India y los países árabes. ¿Qué le llamó más la atención de esto?

B: Al toparse los europeos con otros pueblos y formas de concebir el mundo, la idea de civilización tiene que resignificarse con mucha fuerza. El contacto con esto que se llama la civilización europea es lo que despierta una conciencia colectiva de estos no-europeos a los que venía a blandírseles el hecho de la civilización europea. Estos dicen: bueno, un momentito, nosotros también somos civilizados y nuestra civilización en todo caso es anterior a la de ustedes. Es muy interesante ver eso en los combates ideológicos a fines del siglo XIX entre la civilización europea con esas pretensiones de superioridad y otros. Ellos mismos encuentran un límite que los reencuentra con su propia tradición.

Civilización, Historia de un concepto (Fondo de Cultura Económica), el último libro de José Emilio Burucúa.Civilización, Historia de un concepto (Fondo de Cultura Económica), el último libro de José Emilio Burucúa.

P: Cuando uno piensa acerca de civilización, es ineludible la referencia a Sarmiento y su trabajo sobre la civilización y la barbarie que marcó a fuego la cultura argentina. ¿Cómo fue para usted abordar esto en el libro?

B: Se articula fuertemente con los debates en Europa y Estados Unidos sobre esta cuestión. Después estaba la insistencia del tema civilizatorio con la campaña contra los pueblos originarios a partir de 1880. Esto era un tema global también. En Rusia existía una cosa parecida con la expansión rusa en Siberia y el sometimiento de pueblos de origen asiático, por parte de la Rusia de los Zares que, además, imponía la religión y la lengua. He tratado de colocar primero ese debate y después todas las prácticas políticas que salen del debate en el caso argentino. Aquí se vio, al igual que en Estados Unidos o en África, que cuando se blande la bandera civilizatoria en realidad se está llevando a cabo un proceso espeluznante de barbarie, de sometimiento o, cuando no, de eliminación de pueblos.

En la Argentina hay muchos políticos y personajes de la élite que dicen, esto es aberrante, es contradictorio. Esta conquista que hemos hecho en la Patagonia, que haremos en el Chaco, e incorporamos a toda esta población a la población nacional, esta gente ahora tiene los mismos derechos que cualquier habitante de este territorio argentino, que son los derechos del artículo 14 de la Constitución. Así que, trasladarlos, deportarlos, convertirlos en sirvientes a esta gente que vivía libre en la Patagonia, traerlos acá a Buenos Aires o llevarlos a la zafra tucumana de manera forzosa, es aberrante. Se está violando de manera escandalosa la Constitución. Quien lo va a decir de una forma más convincente y violenta es Aristóbulo del Valle. Aunque Mitre desde la Nación también editorializa. Hasta cierto punto se frena la deportación. Eso le va a permitir a Roca, en su segunda presidencia, tener una política indígena completamente distinta a la que había tenido en el momento de la expansión y de la Campaña del Desierto.

P: Respecto a su método de trabajo, al comienzo del libro menciona que le interesa incluir citas, muchas veces extensas. ¿Cómo las trabaja?

B: Teniendo que lidiar con estas cabezas extraordinarias, es muy difícil hacer una mera síntesis. Recuerdo a un estudioso de las culturas contemporáneas, el sacerdote belga Charles Möller, que escribió un libro extraordinario, lamentablemente bastante olvidado, Literatura del Siglo XX y Cristianismo, donde él dice: acá voy a ordenar el fichero, porque otra gente lo ha dicho mucho mejor que yo. Tiene largas citas y es una obra magnífica. He seguido un poco ese método, porque me ha convencido. ¿Para qué voy a hablar? Si puedo citar a Simone Weil, a María Zambrano o a Frantz Fanon. ¡Son luminarias! Podría decirse también que este libro es una suerte de antología.

P: Otra característica de su método es el análisis iconográfico. En el libro hay algunas imágenes de diversas obras de arte alusivas al tema. Por ejemplo, La Civilización Occidental y Cristiana, de León Ferrari. ¿Cómo trabajó este aspecto?

B: Acá podría decirte que me he traicionado bastante como historiador del arte. Porque siempre procuré desprender a esta disciplina de la idea de la mera ilustración. Conozco los procesos históricos, los desarmo para reconstruirlos después y ahí, de estos procesos, encuentro forzosamente proyecciones en el arte. El arte, entonces, aparece como una ilustración. Mi idea como historiador del arte siempre ha sido que esto no se trata de una mera ilustración sino que el arte construye la realidad y a veces la construye mejor que los que pretenden hacerlo con la praxis social y política. Pero acá lamentablemente tienen ese papel de ilustradores. Pero, me pareció que también, sobre todo el avión de Ferrari, eso es más que una ilustración, no hay duda. Es un vehículo fundamental de lo que podríamos llamar la semiósfera, la esfera de los sentidos. Ese es un ejemplo muy lindo de cómo se puede superar el uso de la obra de arte como ilustración. También destaco El drama (1942), cuadro de Raquel Forner, que hubiera merecido un análisis mucho más profundo, donde aparece la civilización con una paloma muerta.

José Emilio Burucúa habla de su último libro donde indaga sobre la civilización. Foto Mariana NedelcuJosé Emilio Burucúa habla de su último libro donde indaga sobre la civilización. Foto Mariana Nedelcu

P: En relación a las imágenes, circula la idea de que vivimos en una suerte de era de la imagen. ¿Qué piensa al respecto?

B: Uno siempre, cuando analiza el presente, tiende a pensar en una excepcionalidad que no es tal. ¿En una sociedad como la europea de fines del medioevo, con un grado de alfabetización que no superaba el 3%, no crees que la imagen debía de tener un peso que no tiene ni siquiera en nuestra época? Porque era la imagen la que transmitía ciertos contenidos y significados. Por empezar, el de la religión. El pueblo iletrado iba a las iglesias y miraba las esculturas, los cuadros, oraba frente a esas imágenes. También hubiésemos podido decir que era una época de la imagen. Sí, lógico lo era, pero no exclusivamente. En nuestro mundo pasa algo parecido. Sobre todo con los medios actuales, la informática y la telecomunicación, viene todo muy mezclado. Si uno mira los memes, ahí está la imagen y el texto.

Lo que es distinto es la forma aluvional en que aparecen. No interrumpo ese flujo para mirar la imagen y contemplarla. Pero creo que es el cine el que la instala. Todo el siglo XX. Lo que pasa es que prácticamente no la puedo detener porque es tal la velocidad… Pero no es que sea una era de la imagen. Es una era en donde hay una combinación de medios de comunicación con una gran velocidad y una gran alternancia.

P: Intentemos sintetizar su propuesta de resignificar el concepto de civilización. ¿Tiene que ver con una posible solución a la fragmentación que se observa en este mundo globalizado?

B: Ese sería mi propósito. El movimiento de las identidades es muy fuerte hoy. Creo que era necesario volver a observar las identidades y ver que son un tema humano fundamental. He sido criado en el otro. Una ciudadanía igualitaria era el gran desiderátum, entonces me cuesta. Pues soy una persona de ciudad cosmopolita como Buenos Aires. Salgo a la calle, hago media cuadra y me encuentro con un senegalés o con un boliviano y después aparecen los argentinos. Era reconocer en todos ellos alguna relación con la ciudadanía, que puede ser compartida o ajena. Eso era lo que nos aglutinaba. Entrar en un mundo donde la identidad es tan fuerte, a mí me cuesta.

Veo también el riesgo de eso, que es una fragmentación grande de la sociedad, de su organización en una especie de clanes. Reconozco que esto era un proceso necesario. Eso es una tendencia personal. No se me ocurriría nunca definirme como persona a partir de una identidad argentina, vasca o cristiana. Ni siquiera como historiador o profesor de la facultad. Uno transita por esas identidades. Pero yo soy un ciudadano de esta sociedad y quiero intercambiar ideas con otros ciudadanos. Creo que la ciudadanía es la vía por la cual me puedo comunicar más con otros. Esto implica asumir el respeto por la ley, las constituciones, los códigos. Entender a la universidad como una institución abierta que cuanto más se pueble, mejor. Ese es mi mundo. Lo siento, ya soy bastante viejo como para convertirme ahora en un abanderado de las identidades.

José Emilio Burucúa en su casa del barrio de Once donde recibió a Clarín. Foto Mariana Nedelcu.José Emilio Burucúa en su casa del barrio de Once donde recibió a Clarín. Foto Mariana Nedelcu.

P: En el epílogo, habla de “un futuro sombrío que se cierne sobre mi país” y de “un personaje digno del estallido de la República de Weimar”, en alusión al Presidente actual. ¿Cuál es su lectura del presente?

B: Creo que es una época oscura de la Argentina. Desde la crisis del 2001, que parecía que se remontaba con el gobierno de Néstor Kirchner, después ya con la 125 empezó a hacer agua. Lo que vuelve a esta época mucho más oscura es que, suponete, la Dictadura era una época mucho más oscura. Pero nosotros podíamos atribuir a la existencia misma de la tiranía militar. Pero ahora no, viejo. Ahora tenemos que atribuirnos a nosotros mismos esta situación. Es un drama eso. Veo que se ahonda cada vez más la crisis. Sube la pobreza, se desmorona, sobre todo, la transmisión educativa de una axiología y un saber. Hay una crisis muy grande de la escuela. Esta salida última, francamente… No quiero ser profeta, los historiadores somos muy malos profetas, pero como ciudadano veo mucha oscuridad.

Poca civilización, en el sentido clásico de la palabra, las buenas maneras, la gentileza. Eso veo muy poco. Hay muy poca gente que mantiene esos mecanismos de contención emocional y son inmediatamente estigmatizados porque los usan. Que un presidente de la República diga que los que hemos sido alguna vez, o que seguimos siendo, socialdemócratas, somos la hez de la tierra, no es agradable. No solamente no es agradable, sino que no me da ninguna gana de escuchar lo que él pueda decir o incorporarlo como una posibilidad constructiva. Y que me toque en la vejez, cuando ya no tengo fuerzas, es muy triste. Yo estoy muy muy triste con la situación a la que ha llegado la Argentina. Con responsabilidades enormes mías también, por haber votado y traicionado muchas veces lo mismo que voté. Eso es así. No quisiera dar un mensaje de pesimismo ni de optimismo. Ambas son posiciones cómodas de una persona, de quitarse responsabilidad, Pero uno puede decir tengo o no tengo esperanza. Mis esperanzas son pocas.