¿Es lo mismo consentir que ceder? La pregunta estalla y hace estallar convenciones sociales, sexuales e incluso legales. Esa es la tensión que recorre la española Rosa Cobo Bedia, doctora en Ciencias Políticas y Sociología en su libro La ficción del consentimiento sexual (Catarata) cuyo rebote se extiende como una piedra que cae en un estanque.
Porque para la profesora de Sociología en la Universidad de A Coruña y directora de Atlánticas. Revista Internacional de Estudios Feministas de la misma universidad, el consentimiento sexual es una categoría «instrumentalizada por los sistemas patriarcal y neoliberal para objetualizar y mercantilizar los cuerpos de las mujeres». Entonces, al decir que sí, una mujer necesita accionar no solo la aceptación sino otros dos elementos mucho más esquivos: su deseo y la igualdad.
Por eso, Rosa Cobo Bedia analiza el consentimiento sexual como una ficción política, «un relato que resulta clave tanto para la reformulación de la dominación masculina como para su reapropiación política por parte del feminismo en su lucha por la libertad y autonomía para las mujeres». En esta entrevista con Clarín Cultura recorre precisamente la trampa de una aceptación desde las desigualdades en todas sus formas.
–¿Por qué poner la mirada en el consentimiento sexual?
–El consentimiento sexual se ha colocado en un lugar central de la agenda política de la izquierda porque antes se ha colocado en la agenda feminista. Millones de mujeres en el mundo temen ser agredidas sexualmente. El feminismo se ha hecho cargo de esta preocupación y la ha convertido en una vindicación política. Y el poder político no ha podido eludir las enormes movilizaciones que se han producido en muchos países. El fin de las agresiones sexuales y la exigencia de relaciones placenteras, libres y negociadas marca este casi comienzo del siglo XXI. La otra cara de la lucha contra la violencia sexual es el consentimiento. En realidad, se puede afirmar que la lucha contra la violencia sexual es lo más civilizatorio que ha ocurrido en este siglo.
–¿Por qué decís que para evaluar el consentimiento social, el contexto social es determinante?
–Porque hay una relación estrecha, una relación de causalidad, entre los grados de igualdad que existen en una sociedad concreta y la libertad de consentir sexualmente de las mujeres. Cuando las instituciones y los valores dominantes se asientan sobre la desigualdad entre hombres y mujeres, las posibilidades de consentir se reducen sustantivamente. Cuando la igualdad se amplía y se extiende, alcanza a las mujeres en mayor o menor medida y eso hace que tengan mayores posibilidades para consentir. En el tema del consentimiento hay dos elementos fundamentales: la igualdad y el deseo. El consentimiento solo puede crecer en sociedades que se orientan hacia la igualdad y en relaciones que se asientan sobre el deseo de ambas partes.
–¿Por qué la sexualidad se vuelve un mercado de consumo en el capitalismo neoliberal?
–A partir de la década de los sesenta, con la revolución sexual y con Mayo del 68, se colocó la sexualidad en el centro del imaginario cultural de occidente. Poco después de esa fecha hicieron su aparición las políticas económicas neoliberales. El golpe de Estado de Augusto Pinochet en Chile se convirtió en el laboratorio del nuevo capitalismo. Esto provocó una crisis del imaginario de la igualdad. Sobre estos elementos, la sexualidad fue convertida por el nuevo capitalismo en un enorme mercado de consumo. Se vinculó la sexualidad al amor romántico y el mercado rentabilizó los anhelos de amor y de sexo de muchas personas. Desde los juguetes sexuales hasta la pornografía, desde los viajes románticos hasta la prostitución, desde las aplicaciones para ligar hasta cine, teatro y música, desde el canon de belleza hasta la publicidad, la moda, el calzado… Todo ello con el objetivo de alcanzar la hipersexualización de las mujeres. Un sector importante de la baja cultura contribuyó al surgimiento de nuevas emociones y nuevos deseos. El mercado tuvo la astucia de reconvertir esos deseos y esas emociones en mercancías. Y así la sexualidad en el siglo XXI se inscribe en un sector económico poderoso.
–“El consentimiento es una categoría y un acuerdo que se construye de forma diferenciada en función de las fuerzas sociales que lo impulsan”, ¿podés explicar esta frase?
–Existen diversos análisis sobre el consentimiento sexual y hay diversos actores sociales interesados en reflexionar sobre este tema. Para el sistema patriarcal y para el neoliberalismo, el consentimiento sexual justifica la prostitución, la pornografía o los vientres de alquiler, entre otros fenómenos sociales. Es decir, vinculan el consentimiento a la voluntad. Es la famosa frase referida a las mujeres prostituidas: ‘Si ellas quieren… la prostitución está bien’. Sin embargo, las mujeres que desembocan en la prostitución lo hacen desde situaciones de marcada desigualdad y vulnerabilidad. La pobreza y la falta de recursos están en el origen de la prostitución. Sin embargo, los sistemas patriarcal y neoliberal necesitan elaborar un discurso de aceptación de las mujeres prostituidas para así legitimar el sistema prostitucional. Por tanto, para ambos sistemas de poder el consentimiento sexual garantiza tanto la legitimidad de la disponibilidad sexual de mujeres como su conversión en un poderoso mercado de consumo. El libertarismo sexual, por su parte, tiene como objetivo evitar cualquier tipo de regulación sobre la sexualidad y dotarse de una concepción de la violencia sexual lo más reducida posible para evitar así el impacto del derecho penal sobre la sexualidad. Para esta perspectiva lo relevante no es el contexto sino la ‘voluntad’ de las mujeres, despojada esa voluntad de la desigualdad, del poder y de una intensa socialización dirigida no a consentir, sino a ceder.
–¿Cuál es la posición del feminismo sobre el consentimiento sexual?
–Para el feminismo, por el contrario, solo hay consentimiento cuando hay deseo y todo ello en un contexto de igualdad con procesos de socialización que fortalecen la subjetividad de las mujeres. Cuando no hay deseo, hay cesión. No es lo mismo ceder que consentir. Y, por tanto, el consentimiento sexual está viciado. No es lo mismo consentir que ceder. ¿No es de extrañar que los varones pongan el deseo y las mujeres la voluntad? ¿No tendríamos que aplicar cierta sospecha a una conceptualización de la voluntad al servicio del deseo masculino? Cuando el consentimiento sexual no existe y es sustituido por la cesión, se abre el camino del trauma.
–¿Por qué creés que el consentimiento sexual es fundamental como el objeto de estudio del feminismo?
–Esta cuarta ola feminista que estamos viviendo tiene un cuerpo vindicativo: la lucha contra la violencia sexual y la feminización de la pobreza. Estas dos vindicaciones articulan en buena medida la agenda feminista. Cuando se lucha contra la violencia sexual, se defiende el consentimiento sexual. Como decía anteriormente, la otra cara de la violencia es el consentimiento. El feminismo ha convertido en un objeto de estudio preferente el consentimiento sexual por dos razones: primero porque las mujeres han explicado que quieren encuentros sexuales consentidos y placenteros; y, en segundo lugar, porque tanto el sistema patriarcal como el neoliberal están utilizando la idea de consentimiento para legitimar la industria de la explotación sexual. Con esta operación quieren borrar los sistemas de poder y cargar toda la responsabilidad sobre los hombros de los individuos. Así, el problema dejará de ser la prostitución, la pornografía o los vientres de alquiler; a partir de ahora lo único que existe y dota de legitimidad a estas prácticas será el consentimiento de sus víctimas. ¿Podemos afirmar que una mujer maltratada por su esposo y que no quiere divorciarse porque carece de recursos y no quiere perder a sus hijos está aceptando libremente la relación de pareja? Hace mucho tiempo que sectores mayoritarios de la sociedad entendieron que no hay libre consentimiento cuando la violencia, la desigualdad y el poder te empujan a ceder. La violencia es inaceptable independientemente de que las mujeres la soporten por los hijos o por falta de recursos. La desigualdad está mal independientemente de que los trabajadores no la pongan en cuestión. Lo mismo ocurre con la explotación sexual o reproductiva.
–¿Cómo puede hacer el feminismo para politizar críticamente el consentimiento sexual?
–Es lo que está haciendo desde que estalla la cuarta ola feminista en el año 2017. Millones de mujeres en todo el mundo salieron a las calles para denunciar la violencia sexual. Un grito colectivo de rabia se extendió por el mundo. Mujeres de diferentes edades, distintas pertenencias raciales o culturales, se han movilizado contra la violencia sexual. Las agresiones sexuales acompañan la vida de las mujeres. Frente a esta violencia, su exigencia es vivir una sexualidad placentera y negociada. El consentimiento sexual es poder decir que ‘sí’, pero también poder decir que ‘no’. Es otorgar credibilidad a la palabra de las mujeres.
–¿De qué manera usas la teoría marxista y la economía política en tus desarrollos?
–La sexualidad puede ser analizada desde diversas perspectivas y distintos saberes científicos, pero lo que es innegable es su conversión en un mercado de consumo. Eso exige que la sexualidad sea estudiada desde la economía política, pues solo así podremos entender el significado político y económico que la sexualidad tiene en las sociedades contemporáneas. Solo así podremos comprender el proceso que mercantiliza los cuerpos de las mujeres. Con la existencia del brutal capitalismo neoliberal, la teoría feminista cada día necesita más de la economía política y de cierto material analítico marxista para dar cuenta de este nuevo mercado en torno a los cuerpos de las mujeres.
–¿Cómo nace el consentimiento en la modernidad contractualista?
–El consentimiento contractual se origina en el siglo XVIII y es una de las piedras angulares de la democracia moderna. Sin consentimiento no hay legitimidad política. Las democracias son legítimas en tanto otorgamos el consentimiento político a través del sufragio. El consentimiento es un soporte fundamental de la idea de ciudadanía. Pues bien, el consentimiento sexual encuentra sus raíces en el consentimiento contractual, con la diferencia de que el sexual siempre es revocable. Comenzar un encuentro sexual con el consentimiento de las mujeres no significa que no se pueda revocar en el momento en que el deseo cesa.
Rosa Cobo Bedia básico
- Doctora en Ciencias Políticas y Sociología, profesora titular de Sociología en la Universidad de A Coruña y directora de Atlánticas. Revista Internacional de Estudios Feministas de la misma universidad. Codirectora académica del Máster online en Prevención, Detección e Intervención de la Violencia Sexual desde una Perspectiva Interdisciplinar (Blanquerna/Universidad Ramón Llull).
- Es presidenta de la Red Académica Internacional de Estudios sobre Prostitución y Pornografía.
- Escribió Fundamentos del patriarcado moderno. Jean Jacques Rousseau (Cátedra, 1995), Interculturalidad, feminismo y educación (Los Libros de la Catarata, 2006), Educar en la ciudadanía. Perspectivas feministas (Los Libros de la Catarata, 2008), Hacia una nueva política sexual (Los Libros de la Catarata, 2011), Breve diccionario de feminismo (Los Libros de la Catarata, 2020), Pornografía. El placer del poder (Ediciones B, 2020) y La ficción del consentimiento sexual (Los Libros de la Catarata, 2024).
La ficción del consentimiento sexual, de Rosa Cobo Bedia (Los Libros de la Catarata).