Algunas películas -sobre todo provenientes de festivales- llevan consigo, como un mantra, una frase que se repite de manera constante y que prácticamente la prejuzga antes de que llegue al gran público, casi como una verdad incontestable, un dogma que marca, para bien o para mal, lo que vamos a ver y, por tanto, tiene que estar en todas las críticas y comentarios que se hacen sobre ella. En el caso de ‘Anora’ es «el reverso realista de ‘Pretty Woman’» (o variaciones similares). Lo llevamos oyendo desde hace meses, pero, aunque su punto de partida es similar, lo cierto es que ahí acaban las posibles comparaciones con la cinta de Garry Marshall. Para lo malo… y para lo bueno.

Anora o nunca

‘Anora’, lo nuevo de Sean Baker, viene precedido de un muy peligroso hype venido de festivales de todo pelaje (sobre todo tras ganar en Cannes), que la han encumbrado al trono de mejor película del año y rival a batir en la carrera de los Óscar. Y reconozco que ha jugado a la contra, al menos en mi caso. Me reconozco admirador del cine de Baker (sobre todo de ‘The Florida Project’ y ‘Red Rocket’), de su realismo anticomercial, sus personajes grises no siempre amigables, su visión agridulce del trabajo sexual en Estados Unidos y su humor seco, muchas veces casi como única reacción ante el abismo. Y en ‘Anora’ tiene todos sus ingredientes, sí, pero llegado a un punto se equivoca en la mezcla y termina en una inexplicable road movie que se olvida de lo realmente importante: sus personajes.

Ani, una bailarina de striptease que se saca un dinero extra como prostituta, es un personaje fantásticamente construido. Es inocente (rozando lo naíf), pero también segura de sí misma, guerrillera y, ante todo, vulnerable. Tan vulnerable que, sin necesidad de especificarlo, se rinde ante la primera oportunidad de tener una vida medianamente feliz. De que todos sus sueños se hagan realidad, aunque sean de la mano de alguien que jamás ha sufrido y que la ve como un juguete más a su disposición que podrá tirar cuando se aburra. Nosotros, como espectadores adultos, sabemos ver que esta pasión casi adolescente es una mentira. Que, antes de que lleguemos al final, Ani no va a comer perdices.

El planteamiento de ‘Anora’ está repleto de matices y es tan interesante como llamativo, pero Sean Baker decide dar un viraje a la trama centrándose en una comedia negra que, sin dejar nunca de ser divertida, sí que cae en lo frustrante. Se trata de una persecución constante, de un lado a otro de Nueva York, acompañando a unos antagonistas que parecen sacados de otra película muy distinta, una caricatura que acaba por desdibujar la intención del director, tan potente en su imaginario visual como diluido en un argumento que acaba por hacerse ligeramente repetitivo.

Hay que hacerlo anora

No quiero llamar a la confusión: ‘Anora’ es una película tremendamente inteligente, con personajes desolados, rotos y profundos que simplemente tratan de seguir adelante. Incluso el niño rico que sonríe y afirma que siempre es feliz guarda una inmensa pena en su interior, arrastrando a Ani a su propia mentira, una vívida ensoñación con la que se engaña de manera constante. Todo el mundo en esta película se trata de convencer de que tiene el control sobre sus actitudes y sus reacciones, pero realmente nadie es capaz de sobrellevar el caos que es la vida en sí misma.

La primera hora de la película es una explosión de ideas complejas, sexo lúbrico, bajeza moral y juventud burbujeante con un ritmo que, por suerte, deja lugar a que tomemos respiración. Es exactamente la película que quiere ser y lo que esperamos de un cineasta como este, pero su giro de guion es un mecanismo excesivamente simplón que lleva irremediablemente a una desidia de la que solo se recupera justo al final, en unos últimos cinco minutos fantásticos que nos dan la última clave psicológica que nos faltaba sobre Ani. Justo en esos últimos momentos, ‘Anora’ se redime a sí misma, pero se necesita cierta paciencia para pasar por un segundo acto que nunca termina de funcionar del todo.

La película funciona mejor en las distancias cortas. En las conversaciones entre Ani y Vanya, tan inocentes como reveladores; en la relación con las compañeras de trabajo que se explican en tan solo un par de frases; en esa reprimenda en Las Vegas; en la escena final donde todo se resuelve en el interior de un coche. La incomprensión de la sociedad, el amor inexplicable (e inexistente), la lucha de clases… Baker tiene el tono perfectamente pillado a ‘Anora’, pero cuando decide ir más allá de sus manías, derrapa de manera incomprensible. Su intimismo arrollador dirige la película a las mil maravillas, y solo cuando se trata de convertir en una alocada comedia de altos vuelos es cuando suelta el volante y pierde el control, rozando el desastre.

Con todo, ‘Anora’ es una estupenda película que hará las delicias de todo el que vaya a verla, sea o no seguidor de la voz propia de su director, pero no esperéis, como se está diciendo en algunos sitios, una obra maestra o un título inigualable, a años luz del resto de sus competidoras del año. No permitáis, como me pasó a mí, que el tren del hype os arrase por completo: la cinta es encantadora, visualmente maravillosa, al final se le podría poner un marco… y, al mismo tiempo, se antoja gloriosamente imperfecta. Y efectivamente, no os la podéis perder para poder opinar sobre ella.

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