Fueron días ajetreados. La edición 16° del Filba, que tuvo fuertes críticas al gobierno de Javier Milei por el “desinterés absoluto” hacia la cultura, contó con la presencia de dos españoles: Mar García Puig y Luis López Carrasco. Este último, cineasta y que como escritor ganó el Premio Herralde de Novela con El desierto blanco, de la cual resultó finalista Camila Fabbri con La reina del baile, es un viejo conocido por estos lados. “Argentina me apoyó desde siempre, en mis primeros tiempos con el cine experimental junto al colectivo Los Hijos conocí el Festival de Mar del Plata donde gané luego el mayor premio con mi película El año del descubrimiento. Y también recibí una cálida recibida en el BAFICI. El cine argentino es de los más audaces y ricos, a mí me marcaron mucho Lisandro Alonso, Martín Retjman, Lucrecia Martel, El Pampero. La reciente película Trenque Lauquen siento que fue una joya, la mejor del año pasado”, dice López Carrasco, que participó de encuentros, talleres y charlas en las maratónicas jornadas del festival internacional.
La competencia laboral y la cruel supervivencia, el cambio de narradores en una estructura coral, el desierto producto de la sequía, la falta de comunicación, el individualismo salvaje, la absoluta precariedad existencial, las crisis de parejas, el recorte del Estado a la educación y la irrupción de distopías se entrecruzan en un conjunto de relatos sutilmente hilvanados en El desierto blanco.
“No me extraña que este país sea una mierda, de verdad que no me extraña, no me extraña que no levantemos cabeza, no me extraña que nos gobiernen unos putos caciques. Es normal, nos lo merecemos, por mediocres, por cutres, por cobardes. Estamos gobernados por imbéciles, estamos dirigidos por imbéciles, estamos empleados por imbéciles. No me extraña que nos hayamos ido todos a la mierda, ¿y sabés que te digo? Que ojalá nos hundamos del todo, que nos hundamos completamente, ojalá este país se venga abajo y todo desaparezca y se destruya, ojalá nos vayamos todos de este país de pacotilla y se queden todos estos asquerosos comiéndose su mierda. De verdad, a veces lo pienso. Se merecen que se hunda. ¡Que se hunda este país y se hundan todos! ¿Me oyes? ¡Que se hunda, que se hunda, que se hunda!”, dice un personaje de la novela en un contexto que bien podría ser el de cualquier país del planeta.
En otro fragmento, alguien sostiene: “Los seres humanos podemos convivir con lo impensable con una rapidez sorprendente. En las circunstancias adecuadas, la primera persona del plural puede ensancharse sin temor y sin fin. Aunque imagino que, en otro tipo de circunstancias adecuadas, puede estrecharse y estrecharse hasta que en ese nosotros solo quepan dos personas. Nosotros”. Y después, otro personaje repone: “Así nos recuerdo, dichosos como niños, despreocupados e ignorantes de los peligros que nos rodeaban, que en aquellos años todavía no éramos capaces de ver, nombrar o imaginar”.
La realidad ha borrado a algunos personajes, ha borrado su imaginación. “Todo lo anterior, toda mi memoria visual imaginada, se ha disuelto sin dejar rastro y me parece que he perdido algo muy valioso, algo que debería haber protegido y que he aniquilado de una manera voluntaria y sistemática. He aniquilado este territorio, es decir, he aniquilado su memoria y además no he descansado hasta acabar con todo, hasta no dejar ningún sitio por asimilar. He agotado este paisaje”, escribe López Carrasco en lo que es su primera novela.
“Así como me gustó pensar el cine como una herramienta de búsqueda y reflexión sobre el pasado reciente español, en esto de cómo registrar al otro, sentí que con la literatura podía hacer algo similar”, suelta el creador europeo para quien haber visitado Argentina fue como jugar en las primeras ligas de la literatura. “Es de una riqueza incomparable la narrativa argentina. Borges, Cortázar, Saer, Fogwill con Los Pichiciegos, Aurora Venturini con Las Primas. Una literatura variada y amplia, que últimamente me cautivó con Michel Nieva y sus libros La infancia del mundo y Tecnología y barbarie. Allí me interesó la distopía como sátira posible a pesar de elaborarse sobre la destrucción de todo el mundo conocido. La exageración hilarante de nuestro mundo, en definitiva”.
Se reconoce como un recién llegado al mundo literario y a partir del premio Herralde se abrió caminos impensados. “Para mí, el Filba fue una experiencia iniciática. La selección de invitados me pareció fabulosa, hasta hicimos un recorrido literario sobre la obra de Gyula Kosice. Fueron encuentros nutritivos con la complejidad y la variedad de escritores como Luis Carlos Barragán, Yuliana Ortíz, Nell Leyshon y Alejandra Costamagna. Literaturas que te abren nuevos rincones del cerebro, donde hubo aprendizaje, conocimiento, alegría. Me llevo el encuentro de cómo pensar la literatura con Juan Mattio, en España no llegan muchas de estas obras y autores. Fue un auténtico regalo y un gran privilegio”.
López Carrasco encuentra natural que sigan comparado su novela con la serie Lost, que justo acaba de cumplir veinte años. “Es una serie que actualizó de manera exitosa una escena con un largo recorrido en el imaginario, con Robinson Crusoe y su naufragio, o las maravillas de Julio Verne, sobre todo La isla misteriosa. De allí tomé el punto inicial de mi novela: una serie de personas agarradas a un globo en la búsqueda de una isla. Lost funcionó en la idea de lo asombroso, de una fábula tan llena de enigma y tan incitante. Un espacio de juego y diversión imaginativa, en eso de convertir la realidad con un encanto especial, potencialmente mágico. Cuando la vi volví a sentir ocho, o nueve años, de manera intrigante. Todos deseamos entrar a otro mundo con ganas de vivir aventuras. Y esa sensación quise recuperar en el telón de fondo de El desierto blanco”.
A López Carrasco le gusta pensar qué ficciones son las que hoy nos rodean, y qué tipo de ficciones habitamos en sociedad. Dice que la ficción no está exenta de ser instrumentalizada, donde la idea de supervivencia y de competitividad suele ser usada por las compañías para disciplinarnos. “Entender a la sociedad como competencia parece algo que existió desde siempre, pero es un centro gravitatorio de la cultura occidental y europea. La arqueología y la arqueología nos dicen lo contrario: que la solidaridad, el apoyo mutuo y la convivencia se vivieron en etapas prehistóricas. Me gusta eso que dice Ursula Le Guin de rescatar a la cultura como un envase y no como un arma, la historia no de las guerras sino de lo que nos aprovisionamos y de lo que nos hacen parte de una comunidad”.
A diferencia de Lost, el escritor intentó una aproximación hiperrealista sobre qué pasaría si un par de personas hubieran caído en una isla desierta. Hoy, remarca, la aventura parece perdida ante el fenómeno de hiperconectividad permanente. “Nos hemos convertido en sujetos que no tienen dudas y con alergia a los imprevistos. Eso nos coloca en el mundo del hipermaterialismo y de un alarmante hiperpositivismo, donde renunciamos a los aspectos más asombrosos e imaginativos de la existencia. Eso, para mí, tiene implicancias y efectos políticos”.
Su novela, El desierto blanco, partió de una imagen: dos personajes que se observan a la distancia sabiendo que tal vez nunca más se volverían a encontrar. “Usé a la ciencia ficción como una promesa, un lugar de enunciación, un tiempo futuro en el que luego los narradores contarían el presente o el pasado reciente con la distancia, la compasión y el estoicismo que da el paso del tiempo. Como escritor, necesité convertir mi presente más cercano en una especie de realidad histórica. Manipular una distancia artificial, y cuando hablo de lo histórico no hablo de algo clausurado, sino todo lo contrario. Algo dinámico y susceptible de ser reenfocado desde diferentes perspectivas y con diferentes aproximaciones”, reflexiona el escritor y cineasta nacido en Murcia en 1981.
Pese a los numerosos premios recibidos como cineasta y ahora como escritor, López Carrasco dice que en España no puede vivirse del arte ni de la cultura salvo que se permanezca “engrasado” en la industria comercial. No es su caso: trabaja como profesor universitario. “Me gustaría escribir todo lo posible y que este último premio sirva para que no tarde diez años, como pasó con mi novela. Hoy, en la servidumbre de la autopromoción, hay editoriales que insisten en la presencia de las autores en sus redes sociales y es indudable que puede favorecer las ventas, pero tampoco siento que es una ley, una fórmula matemática”.
Y en ese sentido, profundiza: “Hay actores que tienen miles de seguidores en Instagram y nadie ve sus películas, y otros que no tienen siquiera la necesidad de tener una cuenta virtual. Siento que la imagen pública es una cuestión de decisión autónoma, aunque evidentemente todo ha cambiado. Para mí, presentar el libro siempre es algo bueno y deseable, y eso no quita el nivel de exposición a veces insoportable de algunos escritores con la idealización de la cultura yanqui a cuestas. Y por otro lado, la precariedad te impide vivir de la escritura, o de las colaboraciones en prensa, entonces estamos obligados a escribir en varios espacios. Hoy es difícil ser Salinger o Pynchon y borrarse del mundo, pero entre eso y la hiperexposición cada uno encontrará un lugar donde se sienta menos impostado”.