Las sectas en la ficción sirven como poderosas metáforas del deseo de pertenencia y de la búsqueda de respuestas en un mundo percibido como caótico y vacío. No importa que se les someta a una serie de normas rígidas y opresivas: son muchos los que encuentran en estos sistemas un propósito y una dirección. La atracción por las sectas en la narrativa no solo refleja una fascinación por lo desconocido o lo prohibido, sino que revela, de manera cruda, las fragilidades humanas; la necesidad de hallar sentido en el caos, de pertenecer a algo más grande. E, incluso, de renunciar a parte de la autonomía a cambio de que sea otro quien lleve las riendas.
Resulta inevitable vincular todos estos conceptos con el malestar que podemos observar en las generaciones más jóvenes. Quienes nacieron tras el cambio de milenio a menudo manifiestan una profunda desconexión con su entorno. Esta viene unida a una falta de interés y de pasión por un futuro que no parece ofrecerles muchas certezas. Ante este vacío, las sectas ofrecen respuestas absolutas frente a la incertidumbre que parece proporcionar su entorno. Y, aunque la vida misma es incertidumbre, aprender a gestionarla –e incluso abrazarla– es uno de los grandes desafíos.
Elia Barceló, Toni Hill, Noelia Lorenzo Pino y Mónica Ojeda han abordado recientemente las sectas en sus novelas, cada uno con diferentes perspectivas y narrativas, pero con reflexiones comunes también.
Rituales y sensaciones
Al pensar en una secta, surgen conceptos como control, hermetismo, aislamiento y ritual. Para dar entidad a estos grupos, los autores suelen recurrir a elementos sensoriales: la vestimenta, la decoración, la música. Una sucesión de factores que aportan una atmósfera distintiva. Uno de los enfoques más ricos en este sentido es el de Mónica Ojeda, quien ya desde el título, Chamanes eléctricos en la fiesta del sol, sugiere un mundo cargado de simbolismo.
«El enfoque sensorial está relacionado con la música y lo que despierta en el cuerpo. Los personajes se van a un festival y terminan acercándose a un grupo de personas que, como una secta, se han unido en una narrativa común sobre el mundo: una narrativa que describe la música y la poesía como refugio».
En una línea similar, Toni Hill explora la relevancia de los rituales sensoriales en La hora del lobo. Su organización, aunque poco convencional, «funciona casi como un club privado». No obstante, para él era crucial «que toda secta mantenga un cierto ritual, una parafernalia escénica que solo ellos entienden, lo cual, además, permite recrear escenas bastante gráficas. Tiene que existir dramatismo en la puesta en escena, igual que existe en cualquier culto».
Noelia Lorenzo Pino, en Blanco inmaculado, introduce un enfoque diferente, más austero: «Por un lado, quería reflejar los orígenes ibicencos de la comunidad, con una mezcla entre los ideales hippies y la moda de la isla en la década de los setenta. Por otro, me interesaba el simbolismo del color blanco y su relación con el concepto de pureza, que es como ellos se sienten, limpios, puros».
En contraposición, Elia Barceló, en La soga de cristal, da la vuelta a esta idea, mostrando cómo «han aplastado a los adeptos con el concepto de impureza y de culpabilidad». Su intención es que «quien lea pueda entrar en la mentalidad de la secta y darse cuenta de los elementos que se utilizan para manipular a los adeptos. Me interesa que se comprenda por qué están allí, cómo los convencieron, cómo les han quitado toda posibilidad de sobrevivir en el mundo exterior».
Hermetismo
El hermetismo en las sectas se puede entender desde dos perspectivas: como un refugio para quienes buscan escapar de un mundo hostil o como un mecanismo de control que limita la libertad individual. Por un lado, Elia Barceló y Noelia Lorenzo Pino abordan este concepto desde una óptica que refleja su potencial como refugio.
Barceló, de forma deliberada, presenta una paradoja con dos congregaciones: la de Santa Rita y la de la secta. Con esto, nos enseña que «se puede vivir con otras personas, ‘en comunidad’, por así decirlo, sin tener que vivir sojuzgado por una regla o un gurú, sin perder la libertad individual».
Así, el contraste entre Santa Rita y la secta de Ishtar revela cómo este aislamiento puede ser una prisión que frena cualquier decisión. Por su parte, Lorenzo Pino señala que en su libro «hay dos perfiles. Están los personajes que han nacido en el seno de la familia y no han tenido nunca contacto con el exterior. Con ellos, mi mayor interés era mostrar la influencia de lo que les habían contado del mundo exterior, el tremendo choque social y unos prejuicios adquiridos sobre algo que nunca habían experimentado: el miedo a lo desconocido».
En contraste, Mónica Ojeda y Toni Hill exploran el hermetismo como un mecanismo de control que impide la conexión con el mundo exterior y genera una sensación de opresión. Ojeda comenta que «al festival todos están invitados, pero solo irán aquellos que acepten el viaje al volcán y que acepten abandonarse a la experiencia musical. Solo unos pocos podrán ser parte de los Desaparecidos«. Y da en el clavo acerca de aspectos que nos ayuda a entender el sentimiento de pertenencia: «Un grupo desarrolla siempre su propio lenguaje, y si no hablas ese lenguaje es muy difícil que puedas entrar o ser parte de lo que proponen».
Hill también enfatiza la naturaleza opresiva de esta dinámica, ya que «pese a estar en un espacio abierto, la secta es un antagonista lo bastante difuso como para despertar mucha inquietud. No sabemos quién puede pertenecer a ella, y eso la convierte en un enemigo imprevisible, una amenaza constante que nos aterra». En La hora del lobo logra que un lugar tan diáfano como una montaña sirva de paralelismo al del encerramiento de una secta.
Vulnerabilidad
Es por todos conocido que las sectas, en su afán de captar a nuevos miembros, suelen centrarse en aquellos que están atravesando momentos vulnerables. La pérdida de un ser querido, una situación laboral inestable, etapas de la vida que resultan más difíciles de abordar. Hill está «seguro de que las sectas encuentran potenciales miembros entre personas desarraigadas, solitarias, incluso deprimidas». Estas organizaciones no solo brindan esa sensación de pertenencia que tanto ansían, sino que también hacen que sus miembros se sientan «elegidos, especiales». Hill añade que, en momentos de «incertidumbre vital e incluso ideológica ofrecen una verdad a la que agarrarse y una comunidad que ‘está a tu lado'».
Ojeda refuerza esta idea al afirmar que «las sectas se alimentan de personas que están pasando por una crisis existencial. Tienen sed de respuestas, de algo diferente que les ayude a coser lo que está descosido, unir lo que se ha separado en sus corazones». La autora hace un apunte muy interesante: «Solemos pensar en sectas solo cuando estas son evidentemente dañinas, pero estamos rodeados de organizaciones que intentan dar una respuesta a nuestras crisis individuales y colectivas: la familia, los grupos religiosos/espirituales, los grupos de amigos, etc. Allá donde la gente se reúne, hay posibilidad de secta».
Lorenzo Pino retrata a miembros de la familia Fritz que son «personas muy vulnerables que están atravesando una fase difícil». Explica que «tenemos a un hombre que enviuda cuando acaba de ser padre y decide ingresar para no enfrentarse solo al duelo y a la crianza. Precariedad laboral, soledad, problemas con las drogas, con la familia…». Pone de relieve cómo las sectas ofrecen un camino de esperanza y un entorno amable frente a situaciones de precariedad y soledad.
Barceló, por su parte, se enfoca en la captación de adolescentes. «Es lógico que se intente adoctrinar a personas muy jóvenes que aún no tienen experiencia del mundo, que no saben bien lo que quieren, que aún no han desarrollado el pensamiento crítico». Sin embargo, en ocasiones se utiliza una táctica aún más insidiosa: «la ambición de los padres para que sus hijos lleguen a lo más alto. Hay sectas donde primero se convence a los padres de que el futuro de su hijo o hija puede ser brillante si pertenece a los elegidos. Muchas familias están felices y orgullosas de invertir todo lo que pueden en hacer posible ese futuro a su prole. Y los hijos, a su vez, desean hacer que sus padres se sientan orgullosos de ellos».
Sea como sea, las sectas en la ficción exponen nuestras fragilidades y el deseo de pertenencia, recordándonos que si nos mostramos vulnerables podemos hallar tanto la amenaza como la posibilidad de redención.
Por Marta Marne / © Prensa Ibérica – Abril