“Claro que me conoces. Has escuchado hablar de mí. Quizá no recuerdes mi nombre, Maritza Fontana, pero nunca olvidarás los titulares en la prensa. Los comentarios en la televisión. Los apodos que me ponían en las redes sociales, donde todo el mundo puede opinar de las cosas aunque no sepa nada de ellas. Soy la mujer salvaje. ¿Te dice algo eso?”, comienza El accidente (Seix Barral) del escritor peruano, radicado en España, Santiago Roncagliolo, que viajó a Buenos Aires a presentarla en la Semana Negra.

Periodista: Me contabas que la novela nació primero como un podcast

Santiago Roncagliolo: Sí, fue hecho como un largo monólogo, un podcast para una actriz mexicana. Y me interesó explorar cómo la gente ‘normal’ puede ser arrastrada al infierno. Valía la pena hacer el proceso inverso a lo habitual y adaptar el podcast a la novela y no al revés.

P: ¿Por qué elegiste a una mujer como protagonista?

SR: Creo que Maritza representa un poco el fin del sueño de los’90, de la generación a la que nos dijeron que seríamos todo lo que quisiéramos y que las mujeres podían ser empresarias y conseguir todo lo que te propusieras con tu esfuerzo y con tu mérito. Ese sueño era más fuerte para las mujeres porque les prometía sacarlas de la sujeción en la que estaban. Por otro lado, me parecía que la historia sería más explosiva si era una mujer y además había leído muchos casos de mujeres sospechosas de matar a sus hijos en la prensa. Además, la reacción social es mucho más feroz que si es un hombre. Si lo hace un hombre está mal, pero si es una mujer la que quiere hacerle daño a su familia, la convierten en un monstruo.

P: El papel de la mala madre, a pesar de todas las batallas que hemos dado con el movimiento feminista

SR: La madre nos perturba y el personaje no quiere que sus hijas tengan la madre que ella tuvo y no se da cuenta de que en ese intento de ser perfecta y hacerlas perfectas, las está separando, impide que se comuniquen. Yo tengo hijos adolescentes y es un momento perturbador porque empiezan a tener una vida secreta que no te cuentan. Mi hija tiene 13 y habla conmigo con un lenguaje cifrado y se enorgullece de que yo no entienda nada. Cuando son niños están bajo tu control, hacen lo que tú digas y creen que eres bueno y quieren contarte todo y quieren que los mires todo el tiempo y estar con vos todo el tiempo, la adolescencia es el momento en que empiezan a tener una vida que tú ya no conoces y al final Marisa tiene obsesión por controlarlo todo, pero no ha podido controlar todo en su vida, menos a su madre. Y entonces ahora tiene una hija que no puede controlar y eso la desquicia.

P: Está muy bien contada la diferencia de clases, ¿creés que esas diferencias siguen siendo tan marcadas en Perú y el resto de América Latina?

SR: Ese fue otro de los sueños de los ‘90 que no se cumplió y en una sociedad tan vertical o estás muy arriba o estás muy abajo y ella, Maritza, tampoco viene de ahí, es un intrusa también, es un cuerpo extraño incluso para su entorno y eso es parte también de la farsa que se le derrumba. Pero mientras está ahí y cree que forma parte, tiene que reproducir la sensación de una superioridad de clase, que no deja de ser un recordatorio de lo que ella ha sido y de cómo la miraban a ella antes. Por eso se rebela contra ese mundo porque no importa lo qué haga, nunca llegará a integrar.

P: La aspiración de clase, ¿no?

SR: Yo creo que más importante que tener dinero es sentirse admirado, de hecho existe un montón de gente que no tiene dinero, pero que le encanta que le hagan caso. En el caso de Maritza, no se trata tanto de cuánto dinero vaya a hacer a fin de mes sino de cómo la ven, de la mirada de los otros y lo que la desquicia es que su hija quiera formar parte de otra cosa porque eso también cuestiona lo que ella es y para alguien con su voluntad de control, eso es muy duro.

P: ¿Y qué comentarios te han llegado sobre todo de lectoras mujeres?

SR: Pues me han dicho mucho que está muy bien construida la voz femenina. Me gusta que les guste. Yo crecí también en una sociedad muy machista, muy misógina, en la que ser lector ya era como ser gay y ser gay era como ser raro y entonces, igual que Maritza, de alguna manera, diferente. También tenía que abrirme paso en un mundo de hombres que despreciaba la gente como yo, por ser lector, por ser diferente, había crecido en otro país, hablaba raro. Cualquiera que fuese diferente era criticado, pero también creo que está instaurado un convencimiento de que los hombres nunca las entenderán; me sorprende que les llame tanto la atención que un hombre escriba como una mujer porque hay muchas mujeres escribiendo como hombres y lo hacen de maravilla. Creo que escribimos para no ser quienes somos por un rato, para tener otra vida. Cuando escribes un libro eres esa persona durante un tiempo y te transformas en ella, eres como un actor aunque solamente con tu cabeza, eso es lo emocionante. Lo eres a partir de cosas que tú has vivido también: puedes construir emociones de tus personajes, que muchas veces son emociones que tú tienes.

El escritor peruano estuvo en Buenos Aires para presentar su última novela, El accidente, en la Semana Negra. Foto Guillermo Rodríguez Adami. El escritor peruano estuvo en Buenos Aires para presentar su última novela, El accidente, en la Semana Negra. Foto Guillermo Rodríguez Adami.

P: ¿En quiénes te inspiraste para construir el personaje de Maritza y el de su hija?

SR: Sobre todo en amigas de esa generación que han vivido toda la caída de las promesas de los años ‘90 y que han sentido que no habían dejado de ser responsables de la casa, de los niños, pero que además tenían que ser empresarias de éxito o artistas visibles.

P: ¿En qué estás trabajando después de esta novela?

SR: Estoy terminando una novela que es bastante más personal, creo que es como una confesión. Me he dado cuenta de que empiezo a mostrársela a la gente con la que trabajo y me da mucha vergüenza hablar de ella, me cuesta mucho hablar de cosas que tienen que ver conmigo, pero creo que aprenderé a hablar de ellas, solo tengo que entrenar un poco.