“Publicar es más barato que nunca y lo que importa no siempre es la literatura”, dice la española Ana Gallego Cuiñas, decana de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Granada, la facultad de humanidades más grande de España. Doctora en Filología Hispánica y experta en literatura latinoamericana, es una de las voces internacionales más interesantes en temas de Sociología de la Literatura. Su abordaje es el feminismo materialista.
Ana Gallego Cuiñas, decana de @FyL_UGR nos presenta su ponencia «La literatura vista desde el Big Data y la Inteligencia Artificial: conceptos clave y desafíos críticos» pic.twitter.com/NxAadnFhcf
— IberLab Unidad de Excelencia (@IberlabE) December 16, 2021
Los bots y chats de Inteligencia Artificial y el auge de los festivales están redefiniendo nuestra apreciación literaria, sostiene. Ana Gallego Cuiñas ha sido investigadora visitante en las universidades de UCLA, Princeton, La Sorbona y Buenos Aires, entre otros claustros, y recientemente fue nombrada “Distinguished Scholar” por la Universidad de Washington Saint Louis. Es una reconocida especialista en narrativa feminista, escritura autobiográfica, estudios transatlánticos, literatura del siglo XXI y mercado editorial.
Gran conocedora de la literatura argentina, entre sus libros se encuentran: Las novelas argentinas del siglo XXI. Nuevos modos de producción, circulación y recepción; Otros. Ricardo Piglia y la literatura mundial y Cultura literaria y políticas de mercado. Editoriales, ferias y festivales.
En un típico bar de Buenos Aires habló con Clarín sobre literatura y mercado, bots literarios, feminismos y el futuro de la crítica literaria.
–En casi todas tus investigaciones y libros hay una cosa muy de final de época. Por ejemplo, en uno de tus libros, “Cultura, Literatura y Política de Mercado. Editoriales, Ferias y Festivales”, sostienes que el valor de la literatura actual ya no se circunscribe al libro. Es polémico.
–Esa idea de la literatura que tenemos es claramente de corte romántico y capitalista, ligada a la publicación y la edición de un libro. Si digo “capitalista” es porque con Gutenberg la literatura se asimila al objeto impreso y a la propiedad privada, a una idea de escritura y lectura en solitario, sujeta a un mercado y a unos derechos de autor. La literatura hoy se expande, más que nunca, más allá de lo impreso, a lo que yo llamo, pensando en Weber y en Vanoli, “cultura literaria”, que remite a una idea de literatura fuera de sí, performática, no solo asimilada al objeto libro sino a lo oral y a lo digital, al espacio de lo público y al encuentro con otras prácticas artísticas, tal y como sucede en los festivales, las ferias, los slams de poesía, etc. Una vuelta a la literatura fuera del ámbito de lo privado, una literatura que conquista de nuevo lo público de una manera bastarda, festiva y comunitaria, donde el aura del autor suplanta a la obra, y donde la experiencia individual deviene colectiva. La festivalización actual de la literatura hay que entenderla de una manera positiva, no apocalíptica, como consideran algunos, sino como una prueba más de la vitalidad y capacidad performativa de lo literario, que se adapta a las necesidades de cada época. Los festivales literarios, por ejemplo, que crecen día a día por todo el mundo, son auténticos promotores de la necesaria bibliodiversidad. No solo apuestan por los géneros comerciales, como la novela, sino que también son grandes valedores de la poesía, el ensayo y el teatro.
–¿La poesía?
–La poesía en el siglo XXI vuelve a ser un género hegemónico. Estoy exagerando, por supuesto, pero sí es cierto que en el último cuarto de siglo se han creado -especialmente en la Argentina- muchas editoriales pequeñas de poesía que apuestan no solo por la experimentación estética sino material, con los modos de producción de los textos. Algo que se va contagiando luego a la prosa. En el otro costado, tenemos el fenómeno de lo que yo llamo la “poesía de masas” en las redes sociales y en las grandes editoriales, que no para de aumentar, sobre todo entre el público joven. A todo esto hay que sumar que lo poético tiene un lugar fundamental en la cultura literaria porque se aviene a la oralidad y a la brevedad, a lo íntimo y a lo común. Por eso, la poesía es la locomotora de la experimentación en literatura. Por donde vaya la poesía, irá el resto de los géneros.
–Eres de los pocos investigadores que trabaja seriamente las relaciones entre la literatura, las herramientas digitales, el fenómeno de la red al alcance del usuario, los hábitos de lectura, los bots literarios ¿Cuál es a tu juicio lo bueno de estos y lo malo?
–Para mí todo es bueno porque, como he dicho antes, es una prueba del valor social que sigue teniendo la literatura. El espacio digital se ha convertido tanto en un canal para producir nueva literatura como para difundir la clásica. Es cierto que en la cultura digital de masas triunfan los escritores más que los textos, considerados tradicionalmente como la verdadera “obra”. Pero esas figuraciones de escritores también son parte de la obra, de su poética, como lo eran antes las entrevistas, los diarios, las cartas.Esto lo supo ver muy bien Borges, que sin duda es el precursor de la espectacularización del escritor en los medios de masas. ¿Quién no recuerda la voz y la pose del viejo Borges en las decenas de entrevistas que concedió por todo el mundo? No es baladí que Borges sea el segundo escritor con más presencia en redes sociales, después de Shakespeare. ¿Es increíble, no? Un autor tan ilegible como Borges con tanto impacto social. Escribí un artículo sobre este tema, titulado “Big Borges”, donde me di cuenta de que Borges es el oro de la literatura. Es nuestro valor seguro, no solo en el mercado académico sino en el mediático, aunque paradójicamente cada vez se le lea menos.
![Ana Gallego Cuiñas, profesora e investigadora. Foto: internet.](http://cordobateve.net/wp-content/uploads/2025/01/estan-los-festivales-y-los-bots-redefiniendo-la-literatura-2.jpg)
–En efecto, todos coinciden en señalar que los índices de lectura disminuyen.
–En el siglo XXI se han publicado más libros que en toda la historia de la edición, desde que se inventó Gutenberg, pero cada año se lee menos. Publicar es más barato que nunca y lo que importa no es la literatura, crear nuevos lectores y lecturas, sino producir libros, con tiradas cada vez más pequeñas. Libros para ser firmados por los escritores, libros para ser regalados, libros que no circulan, que nadie lee. Como decía Piglia, “hoy viajan los escritores, no los libros”.
–¿Cómo ves la literatura latinoamericana hoy?
–Vuelve a vivir una de sus grandes etapas áureas, después de la del boom de los años 60, que supuso su internacionalización a través de cuatro figuras masculinas, vinculadas con la izquierda intelectual: García Márquez, Cortázar, Vargas Llosa y Carlos Fuentes. Ahora estamos viendo, medio siglo después, otro boom pero de escritoras latinoamericanas, vinculadas con el feminismo. El proceso es el mismo: la visibilización internacional de algo que ya existía, a través del activismo político de un grupo de escritores o escritoras. Eso es algo muy “latinoamericano”, entre comillas. O mejor: de la idea eurocéntrica de lo latinoamericano, que sigue ligada al compromiso político. Antes era la Revolución Cubana y ahora NiUnaMenos, Las mareas o Lastesis. En ambos casos además ocurre algo poco común en la historia de la literatura: el reconocimiento simultáneo en el plano académico y en el comercial de determinadas autoras como Mariana Enríquez, Samanta Schweblin, Ariana Harwicz o Dolores Reyes, por poner cuatro ejemplos argentinos.
–¿Cómo acompaña la crítica literaria?
–Debería ser, una crítica literaria también expandida. Una crítica con una función social, capaz de identificar nuevos objetos, métodos y marcos de legibilidad, más allá del texto. La lectura de cerca es más necesaria que nunca en la actualidad y hay que enseñarla en las aulas, como una forma de resistencia, de arma contra el pensamiento único y la posverdad. Leer ahora a Macedonio y a Onetti es una praxis emancipadora. Pero no podemos quedarnos solo en eso. La literatura es más cosas hoy. Tenemos que trabajar con las herramientas de la sociología, de los medios audiovisuales, del Big Data y de la Inteligencia Artificial, con el transfeminismo y los estudios decoloniales, para pensar críticamente la cultura digital de masas, los nuevos modos de producción, circulación y recepción de la literatura. Eso es lo que he intentado cristalizar en el documental que he dirigido “Mujer, papel y tijera”, que es otra forma de ejercer la crítica literaria, audiovisual, podríamos decir. Y con estas “nuevas” praxis epistémicas hay que hacer, desde nuestros sures, teorías sobre las “nuevas” ontologías de lo literario. En plural. Basta ya de tanta teoría del norte, colonial, mesocrática y patriarcal. Ahora le toca al sur global, y a las mujeres, pensar el mundo.
–Tus últimas publicaciones están muy marcadas por el feminismo. ¿Cómo ves las luchas de estos movimientos en este tiempo?
–Toda gran virtud es también un gran defecto. La virtud de la pluralidad de los múltiples feminismos lleva aparejada puntos de vista enfrentados y discusiones. Por ejemplo, yo entiendo el feminismo desde el marxismo, como una política para la igualdad efectiva entre hombres y mujeres que no es posible sin la igualdad de clase. Los feminismos del norte han dejado de lado en las últimas décadas este tema. Sin embargo, los feminismos latinoamericanos, decoloniales, comunitarios, nunca han perdido de vista que sin igualdad de clases no puede haber igualdad de género. Diluir de la lucha política la clase social es un gran triunfo del capitalismo neoliberal.
–¿Cómo llegaste a ser decana de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Granada?
– Yo no quería ser decana, pero me animó a presentarme otra mujer, la primera mujer rectora de la Universidad de Granada, Pilar Aranda. Ella tenía muy claro que es necesario que las mujeres ocupemos cargos de responsabilidad en las instituciones públicas para que las jóvenes tengan más referentes, más espejos en que mirarse. Y para que se ejerza el poder de otra manera. Por eso di el paso: por una cuestión política, feminista. Tengo claro que solo desde estos puestos se pueden hacer cambios, aunque sean minúsculos. Más políticas para la igualdad, la inclusión, la sostenibilidad, la salud mental y la puesta en valor del conocimiento que producimos desde las humanidades. Y en eso estoy desde hace más de tres años: luchando por una Facultad mejor para mis estudiantes, profesorado y personal de administración.
–¿Te sientes muy observada?
–Bueno, lo he pasado mal porque hay mucho machismo. Y clasismo. Yo soy hija de un cartero de Málaga y he tenido que trabajar mucho, y pasar casi cuatro años en EEUU y Francia, para tener un puesto en la Universidad de Granada. La endogamia está muy erradicada ya de la universidad española pero tener una economía es tener una cultura en todas partes. Y eso lo he padecido como profesora y como decana. Porque además me he empeñado en llevar a cabo una suerte de praxis feminista de la gestión universitaria, es decir, más colectiva, horizontal, atenta y disidente. Y eso tiene un coste personal altísimo. Estamos acostumbrados a un ejercicio patriarcal del poder, venga de hombres o de mujeres, vertical, dominante, personalista y alejado de los cuidados. Es muy duro escuchar: “cómo se te ocurre ser decana con una niña tan pequeña”, “Ana, prestas mucha atención a la gente”, “das muchas explicaciones”, “te emocionas demasiado”, “eres muy expresiva”, “eres muy natural”, “Ana estás muy demacrada”, “Pobrecito tu marido, qué aguante tiene” y un larguísimo etcétera. Al decano anterior nadie le cuestionaba nada, ni le hablaba de su físico ni de su pareja o hijos. Estoy escribiendo un libro sobre esta experiencia para que ayude a otras compañeras, que título de momento “Anatomía feminista de la academia”. El guiño a Burton es evidente, pero también quiero incluir fotos artísticas de mi cuerpo, a la manera de la vanguardia feminista de los setenta. A ver qué sale.
–El marxismo es una palabra endemoniada y tú te has llamado varias veces feminista materialista. ¿Eres marxista?
–Marxista, en términos teóricos, sí. Y me gusta reivindicarlo porque ya nadie lo hace. Es un anatema. Como nadie habla tampoco de feminista materialista. Silvia Federici, Verónica Gago, entre otras referentes, vienen del feminismo marxista, aunque no se le haya llamado así. La clase, la raza y el género han sido y siguen siendo los grandes constructores de la diferencia. Eso no ha cambiado. Por eso el marxismo, el transfeminismo y la decolonialidad son ejes esenciales de mi pensamiento crítico.
–Hay una pregunta que todavía hoy se suele hacer. ¿Puede la literatura cambiar el mundo?
Hay una frase de Cheever, “La literatura puede salvar el planeta”, que repetía mucho en mis clases, y que la pandemia de COVID-19, inesperadamente, hizo realidad. La literatura salvó a mucha gente en un mundo sin afuera. Un mundo que había olvidado el poder transformador del lenguaje poético y de su belleza. Desde entonces, no podemo