¿Qué tipo de cultura generaría un régimen conducido por un político que amasó su carrera previa a tomar el poder con gritos, insultos y amenazas? ¿Qué expresiones en cine, literatura, pintura, escultura y música podría fomentar un dirigente de esas características? ¿Y qué buscaría hacer con las corrientes artísticas anteriores a su coronación ese jerarca, del que sus devotos explicaban su soledad afectiva porque en realidad estaba casado con el país, no con una persona? La cultura en la Alemania nazi, del doctor en Historia y Sociología por la Universidad de Heidelberg Michael Kalter (Siglo XXI), responde esas preguntas al sumergirse en la descomposición de la República de Weimar y en el periodo en el que Hitler condujo a Alemania, entre 1933 y 1945 para analizar cómo el Tercer Reich buscó alinear toda producción cultural con sus objetivos de dominar, si no el mundo entero, al menos Europa.

Y cómo una película, una novela, una opereta o un cuadro del líder podían servir para lubricar el apoyo al Holocausto contra el pueblo judío, el exterminio de opositores políticos (especialmente de izquierda y de centroizquierda) y de minorías étnicas y hasta el asesinato masivo de personas con discapacidad.

El huevo de la serpiente

El libro rastrea las primeras medidas represivas contra la cultura de la época que estableció el Partido Nacional Socialista Obrero Alemán (NSDAP) de Hitler ya en 1930, cuando se hizo cargo, en el marco de una coalición con otros partidos, del gobierno regional de Turingia, en el centro de Alemania. Las obras teatrales modernas, el jazz y la música atonal fueron prohibidas en esa nueva etapa.

Corrientes como el modernismo, el dadaísmo y el expresionismo irritaban a los nazis. Toda producción reconocida por la intelectualidad, posterior a 1918, fuera en el cine, el teatro, las artes plásticas o la literatura, era inseparable de la idea de la “decadencia alemana”, que imaginaban provocada por la democracia en general, y por los partidos políticos tradicionales en particular.

De todas formas, las ideas de Hitler sobre cómo llevar adelante una política cultural sincronizada con sus objetivos recién apareció esbozada, según Kater, en 1927. Desde ahí comenzaron a arreciar los boicots, por caso, contra autores teatrales de vanguardia, la Bauhaus o el jazz de los Weintraub Syncopators.

Hitler y Goebbels de visita en 1935 en un set de filmación de la todopoderosa UFA, la productora estatizada que fue una usina de filmes.Hitler y Goebbels de visita en 1935 en un set de filmación de la todopoderosa UFA, la productora estatizada que fue una usina de filmes.

Estado de excepción

Ya en el poder, el nazismo comenzó a tejer una serie de medidas destinadas a, por un lado, estrangular cualquier expresión cultural alejada de su canon y, por el otro, a tratar de consolidar este nuevo orden. Joseph Goebbels, doctor en Literatura, era el encargado de llevar adelante ese proceso, al frente del Ministerio de Cultura y Propaganda.

De acuerdo a Kater, para los nazis el arte debía cumplir tres funciones: influir en la actitud popular hacia el régimen, entretener a la población e impresionar a los gobiernos extranjeros.

En esta etapa pre Segunda Guerra Mundial, el gobierno de Hitler, elegido democráticamente en enero de 1933 pero metamorfoseado con rapidez en una dictadura, desplegó con brutalidad sus tentáculos: ya en febrero cesantearon al actor comunista Hans Otto, y en noviembre de ese año, cuando estaba clandestino, lo detuvieron y lo arrojaron por una ventana. Murió por las heridas poco después, en Berlín. En paralelo, las SS y SA tenían libertad para amenazar y boicotear teatros y muestras artísticas.

La Ley de Restauración del Servicio Civil Profesional, en 1933, la Ley de Publicaciones (también de 1933) y la Ley Especial de Censura del Cine, de 1934, solo por nombrar tres normas, les permitieron a los nazis despedir a trabajadores de la cultura que no les fueran afines. Y también perfeccionar el control sobre las películas a exhibirse en Alemania y forzar el despido de periodistas que no se encuadraban bajo sus directivas.

Muestras y hogueras

Kater repasa y profundiza en las exposiciones de “arte degenerado”, con las cuales Hitler y sus secuaces querían burlarse de lo que consideraban signos de aquella “decadencia” cultural alemana. La muestra que se hizo en Münich en 1937, por caso, mostró 500 cuadros de 12 artistas entre los que se encontraban Oscar Kokoschka, Wassily Kandinsky, Paul Klee y Emil Nolde.

Goebbels. “Magda” , la mujer de Goebbels, Hitler y Goebbels, con tres de sus hijos (tuvieron seis), a los que asesinaron con cianuro antes de suicidarse la noche del 1 de mayo de 1945.Goebbels. “Magda” , la mujer de Goebbels, Hitler y Goebbels, con tres de sus hijos (tuvieron seis), a los que asesinaron con cianuro antes de suicidarse la noche del 1 de mayo de 1945.

Los curadores presentaban a propósito a las obras de manera desventajosa, con poca o demasiada luz, o con ángulos inapropiados. Además, aparecían carteles que indicaban cuánto había costado cada pintura. Muchas fueron decomisadas por jerarcas nazis para beneficio propio.

También se hicieron “festivales” de música degenerada. En uno de ellos, en Weimar, en 1939, se presentó la opereta “El país de las sonrisas”, de Franz Léhar, para criticarla. Mientras tanto, el libretista judío de la obra, Fritz Löhner-Beda agonizaba en el campo de concentración de Buchenwald. Las personas detenidas en esos lugares habían pasado de 4000, cuando los nazis tomaron el poder, hasta los 54 mil en 1938.

En ese año se habían realizado pogroms contra la población judía en toda Alemania, sin que el periodismo destacara el hecho. “La prensa colabora magníficamente. Sabe lo que está en juego”, había anotado Goebbels en sus diarios.

Las quemas de libros son otros de los rescates de Kalter. En mayo de 1933 se realizó una en Gotinga, y sobre la punta de la montaña de libros a quemar habían colocado una foto de Lenin.

En otras fogatas habían arrojado la bandera de Weimar, para que ardiese con las obras de los autores. La incineración que se hizo en Berlín la presidió el propio Goebbels, y ahí fueron arrojados a las llamas obras de Freud, Marx, Thomas Mann y Erich Maria Remarque, entre otros.

Sangre y tierra

La cultura nazi buscaba reforzar el amor por la patria, en términos implacables: toda experimentación solía ser rechazada, se idealizaban las producciones del siglo XIX, en particular la pintura figurativa, y se buscaba destacar las vidas de los “mártires” del movimiento, muertos en los años anteriores a tomar el poder.

El rol de la mujer en las producciones culturales debía limitarse al de madre y abnegada compañera del hombre hasta el final. Y al mismo tiempo se reivindicaba la guerra como un sacrificio necesario.

En la pintura, de acuerdo a Kater, el nazismo buscaba que se plasmara el amor a la naturaleza, el retrato de costumbres regionales y la virilidad del hombre germánico. También se registraba una “idolatría acrítica de las tribus germánicas” y una reivindicación de la iconografía vikinga.

Las Juventudes Hitlerianas organizaban campamentos musicales, con predominio de marchas militares. Por supuesto, Richard Wagner era un nombre más que reverenciado como compositor. “El triunfo de la voluntad”, de Leni Riefenstahl, estrenado en 1935, en tanto, queda como el más célebre documento cinematográfico sobre la apología visual del cine nazi.

Con todo, como no siempre las producciones culturales de los artistas financiados por el régimen dejaban conforme a Hitler, Goebbels y demás jerarcas, también mantenían su espacio los grandes nombres del pasado: Beethoven era un clásico inmaculado en la música, y se presentaban sin problemas obras de teatro de Shakespeare, Schiller y Goethe, entre otros.

 Adolfo Hitler (izquierda), el dirigente Franz von Haesslin, la cantante Maria Müller, un hombre sin identificar, y Joseph Goebbels (derecha). DPA Adolfo Hitler (izquierda), el dirigente Franz von Haesslin, la cantante Maria Müller, un hombre sin identificar, y Joseph Goebbels (derecha). DPA

Por otra parte, una imagen cristalizada de la dictadura nazi la muestra como un perfecto bloque de acero. Sin embargo, había peleas personales, descoordinaciones, arreglos extraoficiales y demás claroscuros.

Kater también recuerda que Hitler “toleraba ese caos, siempre que no amenazara su propia posición”. Goebbels, por caso, tenía agrias disputas con Alfred Rosemberg, autor del bestseller racista El mito del siglo XX, quien había quedado dolido al no ser designado como ministro de Cultura y Propaganda.

La caída

Cuando en septiembre de 1939 Alemania atacó Polonia, la derrotó en pocas semanas y se repartió su territorio con la Unión Soviética, gracias a un pacto secreto con la dictadura de Stalin. La Segunda Guerra Mundial se prolongó casi seis años. ¿De qué forma buscó el régimen mantener el apoyo de la población a través de la cultura?

El judío Sûss y El judío eterno, de 1940, son apenas dos muestras de cómo el cine alemán del periodo buscó consolidar estereotipos negativos contra las personas judías, apenas un año antes de que la dictadura nazi decidiera el extermino definitivo de todas ellas. Otros films reivindicaban al canciller Bismarck, forjador de la unidad alemana, o a Federico II de Prusia, con el metamensaje de apuntalar la idea de la necesidad de un líder fuerte para conducir el país.

Por otro lado, las Truppenbetreuung eran una serie de espectáculos financiados por los nazis para levantar la moral de sus tropas, desplegadas en lugares tan distantes como Rusia, Serbia o Italia. Danzas, música a pedido y lecturas de prosa y poesía eran algunas de las actividades organizadas para reforzar el ánimo de quienes de un momento a otro tenían que empuñar una ametralladora y empezar o recibir un ataque.

En el plano audiovisual, los noticieros que se pasaban en los cines eran un arma predilecta nazi en su “batalla cultural. Cuando promediaba la guerra y el ejército empezaba a perder posiciones, Goebbels comenzó a preguntarse si no sería mejor dejar de enviar camarógrafos al frente. En la radio, en tanto, se priorizaron la música ligera y el humor, en la misma sintonía de aliviar a los alemanes de las noticias cada vez más oscuras.

Goebbels. El 30 de abril de 1945, antes de suicidarse junto con su esposa Eva Braun, Hitler lo nombró canciller de Alemania.Goebbels. El 30 de abril de 1945, antes de suicidarse junto con su esposa Eva Braun, Hitler lo nombró canciller de Alemania.

El libro de Kater aparte bucea con agudeza en la variedad de actitudes de muchas personalidades del mundo de la cultura. Algunas de ellas se inventaron después de 1945 un pasado antinazi, fabulando pertenencias a células clandestinas.

La Democracia Cristiana (CDU) de Konrad Adenauer recogió sin preguntar demasiado a esos personajes y en varios casos pudieron continuar su vida laboral sin consecuencias. El escritor estadounidense Peter Viertel, mientras trabajaba en Alemania para el servicio de inteligencia de Washington, en un estudio sobre los sentimientos de la población local en la posguerra, dejó por escrito, con acidez: “Nadie fue nazi”.

La cultura en la Alemania nazi, Michael Kater (Siglo XXI).