En el invierno de 1938, Pablo, un niño de 5 años, es enviado a la Unión Soviética desde Madrid, para salvarlo de la dictadura franquista. En una escena magistralmente escrita, Clotilde, su madre que es caricaturista, no logra sostenerlo entre sus brazos cuando se lo arrebatan. El niño es recibido en Moscú por una nueva familia encabezada por Anya, amante de la música, que lo cuida como si fuera su propio hijo. La escritora española Julia Navarro estuvo en Buenos Aires para presentar su última novela, El niño que perdió la guerra (Penguin Random House), que pone en tensión las consecuencias de las ideologías que marcaron al siglo XX.

Julia Navarro. Foto: Juan Manuel Foglia.Julia Navarro. Foto: Juan Manuel Foglia.

En este diálogo con Clarín y con la lucidez que caracteriza a su obra, la autora reivindica la incomodidad como motor intelectual y recuerda que, detrás de cada gran convulsión política, hay historias mínimas capaces de revelar el alma de una época.

–¿Por qué es tan importante en el libro el rol de la cultura?

–En todos los regímenes autocráticos, lo único que hacen los gobernantes es recortar las libertades y entre esas libertades inmediatamente imponen la censura. Si hay algo a lo que temen los dictadores y los autócratas es a la creación en libertad, ya sea de un poema, de un libro, de una pintura, de música, por el efecto que tiene o que puede tener una obra en los demás ciudadanos. Entonces, todo aquello que no controlan los pone muy nerviosos. La cultura provoca emociones y esas emociones que ellos no pueden controlar las temen. Creo que la cultura al final es como el alma de los pueblos. A través de la poesía, la pintura, la música, tú ves el alma de un pueblo, entonces, cuando alguien las coarta es terrible porque está como mutilando el alma de ese pueblo. Pero a la vez es algo que no se puede prohibir porque por algún lado salen: es una es una batalla que tienen perdida. Pero ellos no lo saben y deberían de saberlo: la censura al final nunca funciona al 100%. No pueden hacer que alguien no piense, no escriba un poema, aunque sea en una servilleta de papel, o componga una canción o pinte entre las cuatro paredes de su casa, la realidad que está viendo y que transforma con los colores.

–En el libro, los personajes de Anya y Clotilde son mujeres artistas, ¿por qué lo pensaste de esa manera?

–Sí, una es compositora y la otra caricaturista. Me gustaba mucho que fuera caricaturista, porque realmente el momento en que yo lo sitúo que son los años 40, no era una profesión habitual entre las mujeres. Entonces también quería poner un poco en evidencia lo que pasaba con las mujeres y cómo hemos logrado con años de lucha ocupar casi todos los espacios en todos los ámbitos. Ser caricaturista en los años 40 era casi una excentricidad. Cuando Clotilde va a vender incluso antes de la guerra civil, durante la República, va a vender sus caricaturas, siente el rechazo de que son caricaturas hechas por una mujer, por eso se busca un pseudónimo que es el de asteroide. Me encantaba ese pseudónimo. Yo pensé, si yo me tuviese que buscar un pseudónimo para mí, también me habría puesto asteroide.

–Y se lo prestaste a Clotilde.

–Sí, me gusta porque es como un destello. Ella necesitaba un pseudónimo que no le terminara de quitar del todo su identidad pero que difuminara esa identidad femenina.

Julia Navarro. Foto: Juan Manuel Foglia.Julia Navarro. Foto: Juan Manuel Foglia.

–¿En quién te inspiraste o cómo se te ocurrió ese personaje?

–Yo he tardado toda una vida en escribir esta novela. La primera vez que leí a Agnieszka Matob, me produjo realmente como una sacudida en el alma. Cuando leí Réquiem quise saber quién era esa mujer que había escrito ese poema. Y como soy un poco obsesiva, dije ‘quiero leerlo todo’. Entonces empecé a hacerme con todos los libros que estaban publicados en español, porque tampoco había tantos. Leí su biografía y eso me llevó a interesarme por algo que todos sabíamos, pero que estaba ahí difuso: ¿Qué les había pasado a los intelectuales que habían apoyado la revolución pero habían terminado siendo víctimas en la Unión Soviética? Y al mismo tiempo pensé ¿y qué pasaba en mi país? Todo eso me llevó a lecturas y más lecturas y tantos años después, escribí esta novela.

–La novela transcurre en los tiempos de la dictadura de Franco y la época de Stalin y en la escritura se critican ambos procesos.

–A mí me divierte poner nerviosos a los demás, incomodar, porque creo que incomodar siempre es muy estimulante, pero no solamente para el que incomoda, sino para el incomodado. Cuando era jovencita leía a Sartre, yo creo como todos (ha habido una época en nuestra vida en que Sartre era como una especie de de guía). Pero también leí a Camus y la polémica que mantenían. El meollo de la cuestión era que cuando van a la Unión Soviética y les invitan y vuelven, Camus tiene el valor de decir: ‘Pues esto no es, esto es un fracaso’. Sartre, que es igual de inteligente dice ‘sí tiene razón, pero no lo podemos decir porque eso favorece a las fuerzas de la derecha’. Entonces Camus tiene una postura ética y es capaz de sostenerla aun sabiendo que los intelectuales de la época le van a cerrar todas las puertas, le van a criticar, pero él dice: ‘No, yo no puedo decir sí a lo que he visto’. Fue muy valiente porque él se quedó en los márgenes, se quedó fuera de todos los que habían sido sus amigos, de todo su mundo. Era un exilio al que al que le mandaron, un exilio intelectual. Y aquello siempre se me quedó como prendido en el alma, en el cerebro y este libro tiene un poco que ver con eso.

–También está el rol de Anya, que materna a Pablo sin ser su madre.

–Claro, es que yo ahí cuestiono lo de decir, ¿solamente hay una manera de ser madre? ¿Solamente existe una madre? Puues yo digo que no. Digo a través de Ania que se puede ser madre aunque no seas la madre biológica: es un acto de amor. En el caso de Ania, ella ya tiene un hijo, no está supliendo un deseo de maternidad con Pablo.Pero tiene también la grandeza de decir, si fuera mi hijo el que estuviera en el otro extremo del mundo, yo querría que hubiese una mujer que le ponga la mano en la frente cuando tiene fiebre, que le abrace cuando tiene miedo, que le acompañe, que le proteja y en definitiva es lo que ella hace. Es decir, no se puede reducir la maternidad a un exclusivo acto biológico. Hay mucho más en la decisión de las mujeres cuando son madres. De manera que Pablo dentro de toda su tragedia tiene la suerte de tener dos madres, porque Ania nunca le dice, ‘Yo soy tu madre’. O sea, nunca le hacen olvidar a su madre y Pablo, aunque con el tiempo se va difuminando los rostros, él sabe que que tiene una madre en España. Pero tiene la suerte de tener otra madre en Rusia.

–¿Vos conociste a niños de la guerra?

–Hubo niños que fueron a Francia, a Bélgica, al Reino Unido y también a la Unión Soviética. ¿Qué sucedió? Que cuando terminó la guerra los niños que fueron a esos países pudieron volver, pero los que habían ido a la Unión Soviética no. En España se conoció a esos niños como los niños de la guerra: las familias perdieron contacto, no sabían qué era de sus hijos. Y hace muchos años, cuando se establecieron las relacione entre los países, ya todos eran ancianos y algunos volvieron y otros no. Yo tuve la oportunidad de conocer muy directamente a dos de ellos. Y si algo me dejaron claro es que estaban agradecidos a la Unión Soviética por haberles acogido, por haberles dado la oportunidad de estudiar. Ellos me decían, ‘Nosotros éramos de unas familias muy pobres, nunca habríamos hecho una carrera universitaria’. Uno se había casado con una chica rusa y el otro se había casado con otra ‘niña de la guerra’. Aquella historia a mí me tocó mucho. Yo les preguntaba a ellos:¿Qué sentisteis cuando os metieron en un barco? Y ellos me decían, ‘Bueno, estábamos muy asustados porque nos separaban de nuestros padres, porque no sabíamos a dónde íbamos, pero nuestros padres nos habían dicho que íbamos a volver’. Los dos me dijeron algo que me que me rompió el alma y es que el momento más difícil fue cuando les dijeron que no podían volver. ‘Se nos cayó el mundo encima, ya no íbamos a ver a nuestros padres, a nuestros abuelos, a nuestros amigos, no íbamos a volver a nuestro pueblo’. Lo describían como el momento más duro. Y no me extraña; todo el mundo piensa que el momento difícil es irse y ellos decían que fue difícil, pero no fue el drama y la tragedia que supuso no poder volver.

–El exilio es doloroso para todos, pero imagino que mucho más para un niño de 5 años como Pablo, ¿no es cierto?

–Sí, por eso yo soy especialmente sensible con los problemas de los inmigrantes: nadie se va de su país si no es por una causa realmente importante. A veces la gente se va de su país ni siquiera en busca de una vida mejor, sino simplemente para sobrevivir.

–Como lo que está pasando ahora en el mundo.

–Lo que está pasando ahora y lo que ha pasado siempre, porque la historia de la humanidad es una historia de migraciones. Cuando el hombre no puede seguir viviendo en su hábitat a causa de una guerra, una hambruna, de enfermedades, de pandemias, de lo que sea, se marcha, va a buscar otro sitio, porque el instinto del ser humano es el de vivir.

–¿Qué te aportó el periodismo a la hora de escribir ficción?

–Todo. Yo no me puedo explicar sin el periodismo. El periodismo me ha permitido vivir muchas vidas, ir a muchos lugares a ver otras realidades. Una cosa es viajar de vacaciones, pero los periodistas no viajamos así. Los periodistas siempre vamos detrás del escenario, a ver qué está pasando, de manera que el periodismo me ha dado todas las herramientas que tengo para escribir historias. También creo que el periodismo y la literatura son dos caminos paralelos: los periodistas contamos historias reales y los escritores contamos historias fruto de la imaginación, pero al final se trata de contar una historia y de cómo cuentas esa historia. A mí muchas veces me preguntan, ‘Oiga, y los títulos, ¿quién se los pone?’ Y respondo que los pongo yo: pero es que estuve titulando mis crónicas durante 40 años, o sea, poner un título no me resulta tan complicado.

–¿Cómo está siendo recibido el libro?

–Ha tenido una acogida muy cálida por parte de los lectores, en todas partes. Yo siempre trato de cuestiones que nos afectan a todos. Lo puedes colocar en un lugar, o en otro, pero al final los seres humanos y las situaciones se repiten con distintas características, con distinto paisaje, pero al final todo se repite.

–¿Y qué te gusta leer a vos?

–Yo soy una lectora compulsiva: tengo curiosidad por todo, de manera que leo todo. Y me interesa mucho qué leen los demás, eso supongo que es una herencia del periodismo. He leído todo de Javier Marías, me parece que es uno de los mejores escritores en lengua española que ha habido en el siglo XX y en el siglo XXI. Me encanta también, por ejemplo, leer a Rosa Montero. Soy una lectora que no me marco, no me gustan las fronteras de ningún tipo. Ni en la literatura, ni en la vida. Me sorprende mucho cuando la gente dice, ‘No, yo este tipo de literatura no la leo’ y pienso, bueno, pues a lo mejor te estás quedando fuera de la conversación, de la conversación de los ciudadanos. Yo leo libros que no me gustan, que no me interesan nada, pero pienso que si la gente los lee, yo quiero saber por qué y quiero entenderlo. Yo intento leerlo todo para entender qué sucede a mi alrededor, porque si no te quedas en una burbuja. A mí me gusta ir a los márgenes para ver qué sucede allí.

–¿Qué pensás de lo que está pasando en el mundo, de la desconfianza en las democracias, de los gobiernos de derecha?

–Lo primero que nos tenemos que preguntar es por qué está pasando esto. Porque la única manera de poner freno a algo que sucede es saber por qué sucede. A veces nos conformamos con decir, ‘Ah, todo esto es horrible, un desastre’. Pero si nos quedamos quejándonos, llevándonos las manos a la cabeza no damos una respuesta de por qué sucede lo que sucede. Yo creo que hay mucha gente que siente que el sistema les ha dejado al margen, entonces están dando una patada al sistema. Como el fenómeno de los chalecos amarillos en Francia. ¿De repente todos los agricultores franceses se han vuelto de extrema derecha? Yo no me lo creo. Es decir, ¿qué les está pasando para tomar las decisiones que están tomando? Esas son las preguntas que creo que tenemos que hacernos para buscar respuestas y afrontar esta crisis. Ustedes han vivido muchas crisis, pero en Europa la del 2008 fue brutal, fue devastadora. En mi país, de repente la gente no podía pagar la hipoteca de la casa, se quedaba sin casa, tenían que volver a la casa de los padres, se quedaban sin trabajo, tenían que vivir con la pensión que recibían los padres, o sea, fue una situación terrible. Esa gente no está contenta con el sistema y termina buscando soluciones en lugares donde no hay tampoco soluciones, porque no es verdad que todos estos partidos estrafalarios y de extrema derecha que han surgido como los hongos, tengan una solución a los problemas. Pero la gente a veces está tan desesperada que necesita dar una patada al sistema a ver qué pasa. Yo no creo que la gente de repente se vuelva loca de un día para otro ni se vuelva fascista de un día para otro. Yo creo que

Julia Navarro. Foto: Juan Manuel Foglia.Julia Navarro. Foto: Juan Manuel Foglia.

–¿Y en qué estás trabajando ahora?

–A finales de este me, principios de noviembre va a salir un libro pequeñito, que no tiene ni 100 páginas, que lleva por título Cuando ellos se van y es un libro sobre perros. El año pasado se murió Argos, nuestro perro en la familia, un pastor alemán que vivió 14 años con nosotros. He escrito algunas novelas a su lado. Y no sabía cómo gestionar el dolor que me producía su ausencia. Al cabo de un tiempo adopté una perrita que se llama Barbie y que supuso una convulsión a mi alrededor, por su nombre. Y todo el mundo en mi entorno decía ‘tienes que cambiarle el nombre’. Y yo les decía, ‘no, pobrecita, pero si lleva tantos años llamándose Barbie porque la voy a llamar de otra manera’. ‘Tú eres feminista, no puedes tener una perrita que se llame Barbie’, me respondían. Era algo que les incomodaba, entonces les dije: ‘pues miren, se va a seguir llamando Barbie y le voy a comprar un collar y una correa rosa, un jersey rosa para que no tenga frío en invierno, un impermeable rosa y va a tener su colchón rosa. Y ahora todos vosotros sois los que tenéis el estereotipo en la cabeza. No lo tenemos ni Barbie ni yo’. Me pareció una crueldad cambiarle el nombre, creo que hay que revisar estereotipos.

Julia Navarro básico

  • Nació en 1953 en Madrid. Ha sido una reconocida periodista durante más de tres décadas y ha colaborado en diversos medios (Cadena SER, Cadena Cope, Telecinco, Canal Sur, Agencia OTR/Europa Press), pero el éxito de su obra narrativa la ha llevado a dedicación exclusiva.
Julia Navarro. Foto: Juan Manuel Foglia.Julia Navarro. Foto: Juan Manuel Foglia.
  • Su primera novela fue publicada en 2004 y se convirtió de inmediato en un éxito tanto nacional como internacional, fue editada en más de 30 países, y el éxito se repitió con sus siguientes novelas que alcanzaron en total más de un millón de ejemplares vendidos.
  • Se trataba de La Hermandad de la Sábana Santa, que publicó en 2004 y se convirtió de inmediato en un éxito tanto nacional como internacional. Los libros que le siguieron también fueron bestsellers: con ellos ha venido más de un millón de ejemplares.

El niño que perdió la guerra, Julia Navarro (Penguin Random House).