¿Cuál podría ser el nudo en la cuestión, y la dramaturgia, de este diálogo con Santiago Loza, que se presenta en forma de reportaje? Lo informativo, casi la excusa perfecta, es que en octubre salió Archivo Madre, editado por Vinilo, y que lo presentó en noviembre. Pero la duda, la tensión, debería ir por el lado, tal vez, de la paradoja de hacer una tarea que pide introspección y a la vez necesitar de otras personas.

Santiago Loza. Foto: Luciano Thieberger.  Santiago Loza. Foto: Luciano Thieberger. 

¿Se trabaja realmente en soledad? Si la literatura, o la escritura toda, es un acto compartido, ¿por quién y de qué forma es mejor compartir el proceso? Quizás eso es un espejo de la vida. ¿El autor busca, en cierta medida, compañía, ahora que es huérfano (porque de eso se trata, de alguna forma, su último libro y además porque para ese sentimiento no importa la edad)? ¿O no? ¿Lo hizo siempre?

Santiago Loza, escritor, dramaturgo y director de películas, documentales y miniseries de televisión como Doce casas. Historia de mujeres devotas —ganadora del Martín Fierro Mejor unitario 2014—, está interesado en estos temas, entre otros. Los personajes femeninos, del que es un gran creador en literatura, cine y teatro, atraviesan la totalidad de su obra, en una diversidad de matices y riquezas. La continuidad de los temas, como la locura, la escritura, los viajes o los vínculos —por nombrar algunos— arman el planeta de sus tropos. También le gusta leer entrevistas, dice, porque tienen narrativa cuando están bien hechas. Las colecciona y se las manda a amigas y amigos, cuenta.

¿Será esto un reportaje? Se parece a una charla, la verdad. Esa distorsión sucede porque el entrevistado no ocupa un lugar de responder a demanda. Teje hilos, encuentra coincidencias, descubre contradicciones, hasta hace preguntas. Conversa. Loza es una persona inspirada, a la vez que inspiradora, pero también curiosa, tímidamente charleta y, bonus, extremadamente amable. Y suave. Habla lento, casi en susurro, parecido al ritmo de sus prosas.

Ahora está en la cocina de su departamento del barrio porteño de Belgrano preparando un café que trajo de Colombia –estuvo en Cali, acompañando proyectos de guión en una residencia organizada por Fundación Algo en Común–, y lo lleva al living. El ambiente es amplio, prolijo y bello. Hay masitas ya dispuestas sobre la mesa. La escena se desarrolla en esta casa, llena de luz, que es apenas un reflejo de su dueño.

El teatro y el cine

Si en el principio fue el Verbo, en el caso de Loza la génesis inicial es el teatro y el cine. Estudió en la Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica (ENERC) y en la Escuela Municipal de Arte Dramático. Dirige cortos y largometrajes desde 2001, que han participado de festivales como el de Cannes y el de San Sebastián, por citar un par. Escribió, entre otras, obras como las ya clásicas de culto La mujer puerca (lleva 13 años en escena) y Nada del amor me produce envidia (17 temporadas en cartel) o las más recientes Viento blanco (debut como directora de Valeria Lois, en 2024) y El corazón del mundo (estrenó este año en el Teatro del Pueblo).

No se puede resumir su curriculum, porque se la pasa haciendo cosas. Multipremiado como guionista y dramaturgo, siempre explotó de literatura, pero empezó a desplegarla más específicamente en 2017, con la novela El hombre que duerme a mi lado, que publicó Tusquets. Desde entonces, también escribe ficción, no ficción, prosa, poesía, diarios. Lo más nuevo es Archivo Madre. Es un libro breve, crudo, sensible, confesional. Y la excusa perfecta para la dramaturgia de este intercambio, que va a favorecer el parlamento del personaje principal. Ahí, Loza va a desplegar algunos de sus temas de interés, que son muchos, y a la vez, recurrentes. Porque así es él. Indefinible. O multiartístico, pluritalentoso.

«Le cuento a L que voy a escribir sobre mi Madre, que nunca lo hice, no pude, no quise. Ella se ríe; nunca escribí sobre otra cosa». Ahí apenas una pequeña muestra, que condensa de alguna forma no sólo la temática del libro, también del autor. Archivo Madre no tiene género, formalmente podría decirse que es no ficción. Hay poemas, partes que parecen un diario, prosas breves y hasta ilustraciones, de la artista visual Júlia Barata, mayormente en tonos de azul, que acompañan esta indagación –oración o plegaria–, del escritor.

Se trata de la Madre –la escribe en mayúscula– muerta de Loza. También se trata, colateralmente, de él, el autor. El libro está atravesado por nostalgias, tiene humor, expone la fragilidad de un vínculo supuesta o inesperablemente irrompible, la búsqueda de ese hijo de un lugar en el mundo. Laten ahí, también, varios de los temas que subyacen y/o explotan en su dramaturgia. “Escribí muchas ficciones y creé muchas madres, hice personajes y temáticas vinculadas a lo materno. Pero no podía hablar de mi madre real, si eso existiese, si existiese una madre real para cada quien”, dice.

–¿Hiciste Archivo Madre porque querías dejar de escribir sobre madres?

–Tengo siempre ciertas zonas temáticas que empiezan a aparecer en obras, películas, guiones. Por ejemplo, en su momento, la locura. Cuando surgió la posibilidad de hacer Diario inconsciente, que publicó en 2022 Bosque Energético, fue una gran oportunidad de circunscribir ese tema ahí, en una no ficción. Es mi experiencia con esa vulnerabilidad en formato de diario. Fue como decir: “A esto, que está invadiendo todo lo que hago, le doy este espacio para que haga su propia escena y veo qué pasa”. Entonces quedó ahí. Me liberó. De alguna manera, algo parecido me volvió a suceder con Archivo Madre.

–¿Decidiste meterte con el tema de tu madre real o fue una elección inconsciente?

–En algún momento me pareció que era un desafío, por un lado. Y por otro, era decir, otra vez, algo como “bueno, a ver qué pasa con este tema si lo circunscribo”. Porque me venía gravitando las otras cosas que intentaba escribir.

–¿Cómo llegaste a acceder a esa madre real, para escribirla?

–Fue gracias al taller de Laura Wittner, a donde voy hace varios años. Como soy bastante desorganizado y disperso siempre necesito armarme planes de escritura, para tener continuidad. Dentro de ese espacio, por ejemplo, fue que salieron los poemas de Noventa y nueve naturalezas muertas, que publicó Gog & Magog en 2023. Ahora, el plancito fue meterme con este tema de la madre real, que siempre lo iba postergando. Y que no le encontraba forma ni formato, porque tampoco entendía si era narrativo o poético, pero tenía que trabajar sobre esta figura, esta presencia.

–Al final la forma es un poco todo eso… ¿Cómo llegaste a este formato?

–Primero se lo conté a Laura y después fui llevando, de manera amorfa, este contenido al taller. En ese espacio le fui encontrando la forma. Y así, de alguna manera, se fue editando el material. Entre las compañeras estaba Júlia, que un día, muy al inicio del proceso, me mandó un mensaje diciendo que quería ilustrarlo. Me dejó un poco perplejo. No entendía qué iba a ilustrar, si ni yo sabía qué estaba haciendo. Era algo tan íntimo, no se me ocurría cómo iba a poder compartir con alguien ese proceso. Pero funcionó.

Santiago Loza. Foto: Luciano Thieberger.  Santiago Loza. Foto: Luciano Thieberger. 

–Vos venís del cine y la dramaturgia, ¿hay algo del trabajo grupal que te persigue en la literatura?

–Siempre en la escritura, sea en guión, dramaturgia, poesía, ficción o no ficción, a mí me hace ilusión creer que uno no está tan solo. O sea, hay algo solitario en el momento de escribir. La escritura tiene una cualidad de plan secreto. Pero por suerte siempre he tenido, en los últimos años, miradas muy cercanas. Busco gente que esté muy cerquita de los materiales, porque soy súper dudoso. Entonces, es parte de la escritura también ir chequeando. A veces en taller, otras con editores o editoras. Cuando escribo, es mi plancito personal, porque trabajo aunque nadie esté pidiendo eso. Lo hago porque soy yo el que necesita que ese texto exista. Después, cuando tengo la suerte de que alguna editorial lo abrace, sale al mundo.

–Cuando alguna editorial te pide un libro, ¿te arruina el plan secreto?

–En esos casos, por ejemplo cuando DocumentA/Escénica me pidió lo que terminó siendo Nadadores lentos, y se publicó en 2021, justo ya tenía un material que había venido escribiendo como plan secreto primero. Para esa altura, ya lo estaba viendo con la poeta Gabriela Franco. Fue un pedido para una colección de la editorial que se llama “Escribir”, y reúne textos sobre la escritura. Todo confluyó perfecto, porque aunque tiene forma de diario, son textos sobre mi relación con la literatura, entre otras cosas. Y como fue una invitación, o así lo viví yo, fue un proceso de trabajo que me permitió ver cómo podía usar eso que ya estaba haciendo para que sea ese libro.

–Decías que siempre buscás otras miradas para cerrar tus materiales, pero no para crearlos…

–…y sí, justo con Archivo Madre fue al revés, porque Júlia fue la que hizo la propuesta de que quería dibujar.

–…y por ejemplo en tu película Amigas en un camino de campo, de 2022, también empezaste a partir de una obra de ajena, porque elegiste como hilo conductor poemas de Roberta Ianamicco…

–Esa película la filmamos en pandemia. Sólo se podía hacer algo con muy poquitos recursos económicos, una cantidad limitada de días y con protocolos de cuidado. Yo conocía la poesía de Roberta, pero se me disparó la idea cuando leí algo que me dio gracia: una nota de Fabián Casas, que comentaba que había ido a la “comarca”, que es Sierra de la Ventana, en donde vive ella, y no la visitaba. Algo de eso, una comarca y esa poeta un poco escondida, y la idea de ir y no acercarse, todo eso empezó a entusiasmarme. Lo vi como posibilidad de contar algo, que sea un paisaje. Y de paso reunirme con mis amigas, las actrices, en medio de toda esa situación tan particular durante el covid. Filmamos con distanciamiento. Es una película muy íntima, pero de exteriores y con desplazamientos. Fue un interior de intimidad hecho en exterior. Con «Dantesco», ese poema largo de Roberta, como motor que hila.

–Desde lo creativo, entonces, le escapás a la soledad al final…

–No lo pensaba así, pero puede ser. En este caso, Roberta fue como co-guionista, porque traía su escritura, traía un paisaje, una sonoridad. Y para mí era interesante ver el modo, en formato cinematográfico, con esos elementos, de construir signos que se acercaran a esa poética. Hacer eso fue una experiencia similar a esas aventuras que pasan entre estas dos amigas en la película. Una aventura dichosa.

–De alguna forma, también, hay continuidad en tu obra, más allá de los temas centrales que vas purgando en un texto puntual. También están los formatos de diario y todo lo que surge desde Oriente. En principio, Pequeña novela de Oriente, que son tres crónicas y engaña en el título porque es no-ficción. Y está tu documental Los días chinos…

–Claro, no lo había pensado así a eso tampoco. Pero sí, porque aunque uno es un libro y el otro es una película, funciona la continuidad en varios puntos. Los días chinos, que se estrenó este año, fue en principio un juego. Viajé a China por trabajo, y me armé el plancito personal de hacer una toma por día, como rutina. Eso también de alguna forma es un diario. Y se complementa la experiencia, porque ese fue el viaje que sirvió de base para Pequeña novela de Oriente, que publicó Entropía en 2024 y relata tres viajes: ese, otro a Corea y uno a Japón.

–¿Hay más, no?

–Sí, no terminé con ese tema. Ahora pronto va a salir por Bosque energético Diario de China.

Santiago Loza. Foto: Luciano Thieberger.  Santiago Loza. Foto: Luciano Thieberger. 

El Aleph Loza

Todo lo que crea tiene verdad, cuenta. Su espacio de construcción vuelve difusa la línea entre la anécdota real y lo ficcional, muchas veces. No le teme a la contradicción, como queda claro en esta charla. Por ejemplo, también, aunque utiliza bastante el formato diario para publicar, aclara que él no es “un diarista de hábito” en lo privado. «Cuando me aboco a la escritura de esos materiales, claramente hay un gesto, una construcción», reflexiona y deja ahí puesta la tirantez, el vaivén sobre el que escribe y el que vive. Tímido, pero repleto de amistades. Reservado, a la par de prolífico.

¿Habrá habido en esta charla-reportaje un nudo, cierta dramaturgia? La duda, la tensión debería haber ido también por otro lado, tal vez: el de la obsesión actual por la hegemonía y la eterna juventud, parámetros inalcanzables hasta para los jóvenes y los bellos (Los malditos y los bellos, diría F. Scott Fitzgerald). A Loza le interesa ese tema, entre tantos otros. Y lo aborda también en parte de su obra multiplataforma, observando el paso del tiempo, el gran espanto social que eso genera ahora. “No hay, casi, viejas y viejos en la ficción actual”, dice o más bien avisa.

«Pasa algo que hace un tiempo me empezó a obsesionar, que tiene que ver con el cómo se envejece. Lo veo en ciertas situaciones personales, y noto el modo en que lo social lo rechaza, en todas las áreas. Me preocupa», cuenta. Por eso crea con un lenguaje que implica «cierta ternura” en la mirada de los procesos que quiere rescatar. Eso está presente en Archivo Madre de un modo colateral, es el corazón del asunto de Nadadores lentos y tiñe sus últimas películas, obras y libros.

–Hay una continuidad, más temática o menos, en toda tu obra…

–Yo hago artefactos narrativos, un poquito incompletos o precarios, que se van complementando con otros. Es una estrategia, en realidad, para no achancharme. Porque soy disperso, y vivo con fiaca. Hay que tener la mejor cantidad de proyectos posibles. Armarse, para todo, plancitos.

Santiago Loza básico

  • Es escritor y cineasta. Entre sus últimas películas se encuentran La paz, Si estoy perdido no es grave, Malambo, el hombre bueno, Breve historia del planeta verde, Amigas en un camino de campo.
  • Participó en diferentes festivales y fue premiado en Cannes, Berlín, Róterdam, Bafici, entre otros. Además, fue distinguido con el Premio Konex y con el Premio Nacional de Cultura 2021.
  • Integró en el Programa Internacional de Escritura (IWP) de la Universidad de Iowa y en el Programa de la Asociación de Escritores de Shanghái.
  • Escribió una veintena de obras teatrales que se han estrenado en Argentina, Uruguay, Brasil, España, Francia y Estados Unidos.
  • Publicó las novelas Yo te vi caer, El hombre que duerme a mi lado y La primera casa; sus textos teatrales en Textos reunidos, Obra dispersa y Empiecen sin mí; los libros de no ficción Nadadores lentos y Diario inconsciente y el de poesía Noventa y nueve naturalezas muertas.

Archivo Madre, de Santiago Loza (Vinilo).