
A dos meses del espectacular robo al Museo del Louvre en París, el pasado 19 de octubre, cuando unos ladrones vestidos con chalecos de seguridad se llevaron nueve piezas de las Joyas de la Corona de Francia en apenas cuatro minutos y escaparon por una escalera apoyada en una de las ventanas, tal vez sea hora de enfocarse en recordar la grandeza del museo que alberga algunas de las obras de arte más importantes de todos los tiempos.
Eel museo del Louvre de París, el más visitado del mundo, abrió sus puertas de nuevo, tras el robo de joyas. EFE/ Edgar Sapiña Manchado.El atraco despertó preocupación nacional en Francia pero también dejó un tendal de memes y gifs en redes sociales, publicidades hilarantes con guiños al literal “robo a la corona”, y destapó –mediante la investigación policial– detalles absurdos e impensados, como que la contraseña del sistema de videovigilancia del museo más visitado del mundo era, sencillamente “louvre”, todo en minúscula y sin espacios.
Con semejante material, es fácil imaginar que Netflix o alguna otra plataforma ya esté planeando una serie sobre lo que muchos llaman “el robo del siglo”, uno de los más espectaculares desde la desaparición de la Mona Lisa en esa misma institución, en 1911 –un episodio instigado, nada menos, por un rosarino–. Pero más allá de la crónica policial, que ha convertido al museo más visitado del mundo en noticia global, vale la pena volver la mirada hacia los tesoros del museo, como “La Victoria de Samotracia”, obra maestra del arte griego helenístico ubicada en lo alto de la escalera Daru del Louvre, en un entorno arquitectónico imponente.
Obras y réplicas
En ese sentido, acaba de llegar a librerías argentinas La victoria de las copias, de la investigadora e historiadora de arte Milena Gallipoli, quien toma como punto de partida esta obra maestra también conocida como ‘Niké, la diosa alada de la Victoria’, para indagar en el derrotero de las obras de arte y sus réplicas a lo largo de la historia.
Empleados de seguridad instalan barreras cerca de la pirámide de cristal del Museo del Louvre, cerrado al día siguiente de un espectacular robo. REUTERS/Benoit Tessier/Foto de archivoPublicado por Ediciones Ampersand, el flamante volumen, que lleva por subtítulo “Calcos y canon entre el Louvre y América (1863–1945)» recorre la historia de los calcos y su canonización a nivel internacional, desde el exacto momento en que esta mujer alada sobre una base con forma de navío fue descubierta en una excavación en la isla de Samotracia en 1863 y transportado a París, vía Constantinopla, en el momento del Segundo Imperio de Napoleón III.
“¡Señor, encontramos una mujer!”, exclamó en griego uno de los peones de la excavación dirigida por el cónsul francés Charles Champoiseau, en un contexto internacional signado por una carrera arqueológica del Louvre contra sus históricos “rivales”: al Museo Británico habían arribado por ese entonces los mármoles del Partenón, tal como reconstruye la autora en este apasionante libro.
En 1883, la Victoria de Samotracia se emplazó en su ubicación actual, en el rellano superior de las escaleras Daru, lo que no sólo la convirtió de la noche a la mañana en una de las obras maestras de la historia del arte –el hecho fue celebrado por diarios como Le Figaro, quien lo anunció como “el monumento más remarcable que posee el Louvre”– sino que además la obra ingresó poco después al catálogo del Atelier de Moulage du Musée du Louvre, el taller de copias del museo, para la venta de reproducciones en yeso.
Las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX representaron una alta demanda de calcos, desentraña Gallipoli. Entre los numerosos clientes que no le faltaban al Louvre, hubo dos instituciones en particular cuyas campañas de compra cabe analizar para comprender el consumo de calcos escultóricos: el Metropolitan Museum of Art de Nueva York (Met) y el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires (MNBA). Fue en 1911 cuando la Argentina pudo exhibir su propio calco de la Victoria de Samotracia.
“En la vitrina de librerías artísticas, como souvenir de algún museo, en el estante de un familiar o incluso como escultura de jardín a la venta junto a parrillas, las reproducciones de esculturas famosas como la Venus de Milo, el David de Miguel Ángel o la Victoria de Samotracia proliferan”, escribe Milena Gallipoli, doctora en Historia por la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales (Eidaes) de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam).
“En la mayoría de los casos, se trata de versiones reducidas realizadas en yeso blanco, y se ofertan a montos considerablemente menores que aquellos preciados originales –ya sin precio porque son invaluables–, que se encuentran lejos y protegidos por los muros de los museos más reconocidos del mundo”.
¿Cómo y por qué se hacen tan famosas algunas esculturas? O mejor aún, ¿cómo la circulación de copias hace canónicas a algunas esculturas?, son algunos de los disparadores que han guiado la investigación de la autora, responsable del Área de Investigación del Museo de la Cárcova, Universidad Nacional de las Artes, donde se puede visitar justamente una copia de la Victoria de Samotracia realizada por el Atelier de Moulage du Museìe du Louvre hacia 1926.
Desde la producción en masa de reproducciones en los museos de Europa con destino a la periferia global hasta la incorporación y exhibición de las copias en las ciudades de América, Gallipoli reconstruye en estas páginas el peso geopolítico de la práctica de copiar, y cómo esa circulación definió jerarquías artísticas y culturales.
A partir de un caso emblemático como el de la Victoria de Samotracia, este trabajo se enfoca en la producción y la circulación del arte, pero más que nada en el funcionamiento y relevancia que tienen los museos en el panorama artístico global.
Réplicas perfectas
En el prólogo, Laura Malosetti Costa sintetiza: “Este libro habla de los calcos de yeso (plaster casts en inglés, moulages en francés), la técnica que permitió hacer réplicas perfectas de las obras canónicas y a su vez instalar a nivel planetario el prestigio de los museos que las albergan y garantizan su fidelidad mediante sellos (o sea: la firma del museo). Los calcos no sólo multiplicaron aquellas obras maestras, sino que multiplicaron el prestigio de los museos que los producen. Y hablo en presente porque el Atelier de Moulage du Musée du Louvre, por ejemplo, continuìa produciendo y vendiendo calcos garantizados a distintas escalas, en plena eìpoca de reproducciones 3D”.
La investigadora e historiadora de arte Milena Gallipoli.Para Gallipoli, “esta investigación también es una historia que va a contramano del aura del original y que busca rescatar una serie de momentos, discursos y prácticas que exaltaron las ventajas y las virtudes de la copias… una victoria de las copias, en definitiva”, resume.
El mapa que traza el libro incluye las ciudades donde las reproducciones prosperaron y adquirieron poder simbólico: París con su original; Nueva York, Buenos Aires, Santiago y Montevideo con sus copias; y Samotracia, que sólo pudo conservar otra réplica como consuelo. El poder de los calcos –plantea Gallipoli– es que no solo replican la obra canónica: se convierten ellos mismos en objetos canónicos. Así se consuma, finalmente, la victoria de las copias, en el –tan comentado por estos días– Musée du Louvre.
La victoria de las copias, de Milena Gallipoli (Ampersand).



