Escoltados por dos banners que llevan el logo de la Fundación Tzedaká, los autores y las autoras del libro Fotos con historia lucen radiantes. Cuando esta aventura comenzó eran apenas los integrantes del Taller Literario que ofrece el Programa de Ayuda a Sobrevivientes de la Shoáde esa organización de la colectividad judía para el año 2024 con coordinación de Graciela Komerovsky. Hoy son algo más: los transmisores de una memoria, que más que nunca es imprescindible.
“El Taller Literario es un espacio donde personas que nacieron en otras tierras, que hablan idish, polaco o alemán han podido convertirse en escritores en un idioma que tuvieron que aprender a la fuerza; donde han podido desentrañar historias que intentaron olvidar para sobrevivir. A lo largo de este libro encontramos vivencias de la infancia, relatos de la juventud, aprendizajes de adultos de 17 autores que participan del Taller Literario pero que representan a los 200 sobrevivientesque dan vida al Programa”, explica en las palabras de presentación en presidente de la Fundación Tzedaká, Javier Suez.
Y agrega: “Hoy, cuando el pueblo judío y la humanidad toda volvemos a vivir días oscuros, sus palabras son inspiración y ejemplo. Volvemos a decir Aquí Estamos. Levantamos nuestra voz contra cualquier forma de antisemitismo y discurso de odio. Los prejuicios del ayer, que tan costosos resultaron a la humanidad, no pueden ser hoy esgrimidos nuevamente”.
Fabiana Loguzzo es embajadora Representante Especial ante la Alianza para la Memoria del Holocausto y representante Especial para la lucha contra el Antisemitismo Argentina y en el prólogo señala: “Estos relatos están atravesados por familias adoptivas, amistades perdidas, mamás que no tienen rostro como la de Rosa que falleció cuando ella tenía apenas 6 meses. Todo está plagado de estrellas amarillas, mudanzas en plena noche, incertidumbres, soledades, reinvenciones”.
“Cada uno ha sabido reinventarse con la misma fortaleza con la que supieron rearmar sus vidas pero no debemos confundirnos. El horror que se describe directa o indirectamente en estas historias y que indudablemente dejó marcas en las vidas de los sobrevivientes que las escriben, no debe ni puede volver a pasar”, completa.
Los y las participantes del taller y ahora autores partieron de una o varias imágenes para recuperar los recuerdos. Clarín Cultura presenta aquí media docena de fragmentos de esas narraciones con sus correspondientes fotos.
Por Julia Hahn
Julia 2024: —¿Quiénes somos? —me preguntás. Cómo querés que me olvide de vos si te tengo junto a mí constantemente, junto a muchos de mis queridos amigos, todos en la pared de mi living. Ahí estás con tu eterna sonrisa, tu mirada picarona y la ingenuidad de tus ocho años. En cambio yo, aquí ando, con mi pelo blanco que amo.
Julita 1938: —Quisiera que recuerdes que la que tenía esa sonrisa eras vos, la misma que ahora tiene 85, está en tu ser, sólo tenés que dejar de tener esos miedos vivenciales a los que te empuja la situación en la que estás.
Por Sofía Noelly Fernández Talgham
Sofía: —Estoy mirando las fotos y te digo, Noelly, que a pesar de todo tuviste mucha suerte. Claro que tu vida no fue la ideal, pero de aquella nena huérfana, triste, gris, casi no queda nada. Tuviste tres familias, tres madres, tres padres que fueron cuidando de vos con mucho amor.
Noelly: —Mirame en esta foto, yo sentadita dentro de un tanque de guerra y soldados americanos, junto a Georgette y Julia. Las dos fueron mis hermanitas mayores, mis salvadoras. Yo tenía apenas siete años y una carga emocional muy pesada por las pérdidas profundas que había sufrido.
Sofía: —Ya pasaron muchas décadas desde el fin de esa guerra que marcó tu infancia. Pero ahora estoy yo, con casi 85 años, sentada plácidamente en mi balcón, mirando el horizonte desde el piso catorce donde vivo. Desde esa lejanía, observo la foto. Era el fin de la Segunda Guerra Mundial, la liberación con la entrada de los aliados. En medio de la celebración, vos, con las manos en los bolsillos del tapadito blanco, como queriendo esconder en ellos tanto dolor…
Por Ruth Jäckel Marshal
Querida hermanita… ¡Cuánto te extraño! Mirá, aquí estamos vos y yo en dos fotos diferentes y me di cuenta que por una de esas extrañas casualidades una es la primera foto que nos sacaron juntas apenas llegadas de Europa en una casa que alquilaron nuestros queridos tíos, que habían desembarcado unos meses antes.
La otra, casi ochenta años después, la última foto compartida, también en Argentina, ochentonas las dos, octogenarias como nos llaman ahora, matándonos de risa delante de una pared de un pueblito de provincia al que nos hicimos una escapada los tres hermanos en tu última visita. VIEJAS LOCAS decía un grafiti, refiriéndose a una famosa banda de rock argentino que ya no existe, y ambas nos sentimos un poco identificadas, un poquito locas, un poquito viejas y era verlo, mirarnos y echarnos a reír, con esa risa imparable que sólo nosotras compartíamos. Fue nuestro último encuentro, nuestro último abrazo, un abrazo del que no podíamos soltarnos y yo sé que pensábamos lo mismo. ¿Nos volveremos a ver?
Volviste a Yerushalayim, la ciudad que tanto amabas y que, cuando te visitaba, me mostrabas con tanto orgullo como si vos la hubieses descubierto. Unos meses después llegó la pandemia, luego problemas de salud, no viajamos más, no nos volvimos a ver. Y después, te fuiste.
Por Jorge Kappel
Miro la fotografía en blanco y negro y veo que papá, desde una galería, me sonríe y yo le sonrío. No tengo miedo porque en mis dos años aprendí que cuando papá sonríe todo está bien.
Hojeo lentamente el álbum familiar y me detengo ante otra fotografía tomada once años más tarde.
Al observarla rememoro los tenebrosos años que vivimos desde comienzos del ’44. El nazismo pegó sus zarpazos asesinos también sobre la región de los Balcanes. Mi padre fue enviado a cavar trincheras y a mi madre la transportaron a Estonia, para talar árboles. Entretanto, yo y la tía Ella, mi salvadora, éramos arrestados a la espera del tren, tal vez del último tren de nuestra vida. Más adelante, el milagroso reencuentro de los cuatro y la travesía por los mares para llegar a la Argentina.
Por Pedro Polacek
En Praga, después de la guerra, alguien de mi familia paterna, agregó el nombre de mi padre, Leo Poláček, a la tumba familiar, para recordarlo, ya que falleció en Auschwitz, tal vez en 1944. En Buenos Aires cuando compré un lugar en “Jardín de Paz” para mi familia, también agregué en la lápida “In memoriam”, para mi padre y mi padrastro. Pocas veces visito la tumba en Buenos Aires y lo mismo pasó en Praga las veces que he ido. Cuando volví allí en 1998, por primera vez después de mi exilio en 1949, con mis tres hijos, también visitamos Terezin. Desde ese momento, empecé a poder hablar del tema con ellos.
Por Marysia Szefner
Un retrato me invita a hacer memoria. Es de 1948 y tiene por protagonistas a los cuatro únicos sobrevivientes de dos familias numerosas.
Recuerdo que en Lodz después de la guerra, venía a conocernos mucha gente, como si fuéramos parte de un zoológico humano, porque era muy raro que se salvaran cuatro integrantes juntos de una familia judía. La mía era de Lodz.
Cuando se desató la guerra, las estrellas amarillas que debíamos usar en nuestras ropas fueron el signo inicial del terror que viviríamos después. Los nazis nos llevaron a todos los judíos al gueto. Pero mi padre decidió que no íbamos a quedarnos allí a esperar la muerte. Confiando en su amigo Lova, le contó que quería que escapemos y él se comprometió a cumplirle el deseo.