Poco antes del comienzo de la pandemia, desde el Konex habían convocado a Claudia Piñeiro para llevar a escena su novela infantil Un ladrón entre nosotros. Ella, entonces, sugiere mi nombre y nos ponemos a trabajar juntos en la adaptación del texto para convertirla en una obra de teatro.

Desde el primer momento, la novela me cautivó por su narrativa y por los personajes.  La historia, centrada en un grupo de chicos que se enfrentan a la inesperada situación de que distintas cosas empiecen a desaparecer en un aula, ofrece una mirada interesante y a la vez divertida sobre la Justicia, la amistad y la confianza. Los adultos (la maestra y el director) sólo imponen castigos para que los chicos no se apropien de cosas que no son de ellos (“para que aprendan”), pero nada hacen para ver qué es lo que está ocurriendo.

Me resultaba muy atractivo que, frente a esas limitaciones de los grandes para entender lo que sucede, sean los chicos quienes asumen el rol de detectives para ver qué pasa. Uno de los primeros desafíos con que nos enfrentamos fue trabajar en la puesta al día del texto porque la novela fue escrita en el 2004 y en esos casi veinte años la cosmovisión del mundo había cambiado vertiginosamente. Por otro lado, los prejuicios de ser chico que un imaginario social construye y la misma mirada que los grandes tienen sobre ellos no se mantienen con el paso del tiempo y también van variando.

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Con el nivel de información con que cuentan hoy los niños, el (ab)uso de pantallas, la inmediatez que manejan y requieren para todo hacen que, a la hora de pensar en una obra para ellos, hayamos elegido el camino de la imaginación y el juego. Poder aportar una mirada distinta frente a la virtualidad que atraviesan cotidianamente, volviendo a lo lúdico desde un ámbito como es el del aula y el colegio que habitan diariamente, se convirtió en una meta.

Fue un proceso buenísimo, en el que intercambiamos opiniones con Claudia y pudimos también actualizar el lenguaje con los modismos, giros, referencias, etc. que las infancias utilizan hoy en día. Además, dividimos la novela en actos, pensamos en la cantidad de personajes actuando en las distintas escenas, y ahí la obra empezó a cobrar cuerpo.

Al ser director de cine, en el proceso ya podíamos hablar de cómo iba imaginando la puesta, y nos pareció útil, productivo y ágil utilizar lo audiovisual como recurso para marcar el paso del tiempo, como escenografía o para “contar” determinadas cosas que desde lo literario se comunicaban con el lenguaje, pero que al trasladarlas a la dramaturgia se hacían más difíciles de resolver. Arrancamos a ensayar y la pandemia hizo que a las dos semanas tuviéramos que guardarnos en casa. Fue muy frustrante porque ya me daba cuenta de que la obra estaba armada y el impasse, al haber sido tan largo, hizo que hubiera que cancelarla.

El año pasado me volvieron a llamar del Konex y fue una alegría enorme.

Teníamos el libreto, algunos de los actores y una codirectora (Virginia Magnano) de lujo. Retomamos los ensayos y fue una fiesta. Cada actor y actriz se apropió de su personaje y aportaron algo único, que enriquece la obra y suman capas a sus roles. Sumamos a Claudia en algunos ensayos, y sus devoluciones siempre eran certeras para apuntalarnos en el camino que estábamos tomando.

El teatro, al igual que el juego, es una exploración constante. No se trata sólo de seguir un texto, sino de descubrir e interpretar las múltiples facetas de los seres humanos. En Un ladrón entre nosotros, los niños no solo juegan a ser detectives, sino que aprenden sobre la importancia de poder hablar de lo que les pasa, de confiar en el otro.

La temporada del año pasado y la que recién hicimos fueron muy buenas. Ver cómo los espectadores pequeños y los adultos disfrutaban del trabajo que hicimos, es algo muy lindo.

*Co-Director de Un ladrón entre nosotros.