Es extraña la narrativa pospandémica que estamos viendo en diversos proyectos de cine y televisión. A pesar de ser adaptaciones de obras anteriores, en cuanto sale algo con un virus, los paralelismos son inevitables (ahí tenemos, por ejemplo ‘Utopia‘). Un recordatorio, en realidad, de que este tipo de ficciones perduran a través de los tiempos y en los que ‘Sweet Tooth: El niño ciervo‘ destaca por su cualidad de ser un cuento para toda la familia.

Basada en el cómic de Jeff Lemire, Jim Mickle crea, coescribe y codirige para Netflix una serie que nos lleva a un mundo postapocalíptico en el que el Gran incidente (con pandemia incluida) ha arrasado el mundo. En los albores del surgimiento de este virus, han empezado a nacer bebés híbridos, mitad humanos, mitad bebés, a los que se da caza.

Gus (Christian Convery) alias goloso es uno de ellos. En el primer episodio de esta adaptación somos testigos de su crianza alejado de la humanidad, donde convive con su padre en una cabaña en las lindes de Yellowstone. Con diez años el chico saldrá de su hogar para ir en busca de su madre, a la que cree en Colorado, junto a un antiguo jugador de fútbol americano (Nonso Anozie).

Un relato agradable para un mundo duro

En todo momento, el guion de Mickle nos lleva —bendición de Lemire mediante— por una estructura de cuento. No solo por la narración que acompaña a diversas introducciones de personajes, comienzos y giros de historia, sino porque la adaptación ha tirado por arrojar luminosidad y esperanza a un argumento que, de por sí (y de hecho el cómic es más oscuro), es bastante duro.

Esto no quiere decir que la serie ignore el salvaje y deprimente mundo en el que transcurre. El episodio tres es, en ese sentido, bastante demoledor en lo que nos adentramos en la sociedad pospandémica que se va montando a través de los ojos del Dr. Aditya Singh (Adeel Akhtar), quien se debate en atravesar un límite en la investigación del virus mientras intenta ocultar que su mujer tiene la enfermedad.

El mayor rasgo negativo que podemos encontrarnos está en el aspecto visual, en el que se notan más carentes de presupuesto. Ya no es cuestión de la dirección efectiva pero convencional, sino que luce barata por lo general e insuficiente cuando la serie pide llevar al asombro.

Una serie condicionada por su género

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El tono (o más bien género) de cuento, por otro lado, condiciona bastante la narrativa de la serie en sus ritmos y sus giros e incluso en cierta tendencia a ser algo más genérica de lo que podríamos esperar en ciertas situaciones. La narración de James Brolin causa cierta redundancia para el espectador adulto, pero funciona como recurso de serie para toda la familia.

Pero eso creo que no impide, desde luego, disfrutar de una propuesta que es, en definitiva, bastante bonita y confortable. Una ficción de vocación familiar llena de esperanza y despegada de cinismos pero dura y oscura en la medida de que todo cuento, en el fondo, lo es. No en la forma, que es su principal apuesta y logra triunfar en este sentido.