Desde que aparcó su lado más difícil con ‘Bajo arresto’, Quentin Dupieux ha estado encadenando aciertos algo más accesibles que, sobre todo, apenas sobrepasan los 70 minutos de duración. ‘Mandíbulas‘, una de las sensaciones del pasado Sitges, es la última y más luminosa historia de un director que venía de tocar techo.

Zumbidos y zumbados

Quentin Dupieux nunca lo ha tenido muy fácil conmigo. Al principio de su carrera como músico su rollito verbenero no me decía nada (aunque el peluche de Mr Oizo anda por casa de mis padres), y sus primeros largometrajes, sobre todo ‘Rubber‘, no eran títulos diseñados específicamente para mí. Y esto, amigos, es parte de la magia del cine. Coger a un cineasta que parece que no quiere tener nada que ver contigo, al que no rechazas abrir la puerta de corazón, y tragarte tus ideas y tu orgullo.

Y es que ahora lo tiene más difícil que nunca, porque su anterior trabajo, ‘La chaqueta de piel de ciervo‘, fue mi peli favorita de 2019, y si bien no es justo ni tampoco razonable esperar que su nuevo trabajo me apasione en igual medida, tengo que reconocer que la propuesta es altamente satisfactoria.
Más en la onda de la simpática ‘Bajo arresto’, con la que empezaba a ofrecer trabajos mucho más accesibles sin perder la idiotez habitual de sus personajes y situaciones, ‘Mandíbulas’ es otro fresco breve y voraz sobre el valor de la amistad y el peso de la estupidez.

La pareja formada por Grégoire Ludig y David Marsais es infalible (no en vano llevan más de diez años trabajando juntos) y Adèle Exarchopoulos riza el rizo de una historia donde lo de menos es la repugnante mosca gigante que desencadena la acción, porque en realidad todo eso también es fruto de la estupidez. Cuando Jean-Gab y Manu, dos amigos no demasiado espabilados, encuentran una mosca gigante en el maletero de un coche, deciden entrenarla para ganar dinero con ella. Así de simple, así de idiota. Así de brillante.

Mandibles Adele

Como siempre, para disfrutar de lo nuevo de Dupieux hay que abrazar lo absurdo y lo grotesco, para asegurarse un viaje de placer. ¿Quién no ha estado en una situación precaria aferrado a la esperanza de enriquecerse haciendo el mínimo esfuerzo posible? El director y guionista prefiere contarlo desde la esperanzadora luminosidad de la idiotez antes de convertir esto en una historia sobre matones de tres al cuarto en un viaje de ida y vuelta que explica al detalle nuestro destino preestablecido.

El director francés demuestra que sigue en el mejor momento creativo de su carrera, porque además de abrir su obra a un mayor público potencial, no solo avanza en su narrativa: también lo hace simplificándola y reduciendo la ambición formal por ejercicios mucho más modestos, pero también mucho más incisivos.

Puede que el retraso (jeje) de su estreno debido a la situación del último año en realidad termine por jugar a favor de obra. Vivimos unos tiempos extraños. Hemos atravesado unos días en los que parecía que íbamos salir mejores, pero al final tengo la sensación de que en realidad solo nos hemos vuelto un poco peores. Tal vez algo más tontos. Creo que la nueva película de Quentin Dupieux no podía llegar en un mejor momento.