Me encantan las historias que empiezan con un “tal vez te preguntes cómo he llegado hasta aquí”, y esta es una de las que le vendría que ni pintado. En este caso en concreto veríamos a un joven ingeniero rodeado de los mayores lujos posibles, desde una mansión de siete cifras junto a un lago hasta planes para comprarse un yate.

La acción se detendría para dar paso a la ya mítica frase justo antes de que el mazo del juez golpease la mesa, apenas unos segundos después de que la autoridad anunciase una sentencia de nueve años de prisión por robar tarjetas de regalo de Xbox.

Una fortuna a base de tarjetas regalo de Xbox

Puede parecer descabellado, pero hay que conocer el resto de la historia que recogen en Bloomberg para entender por qué alguien acabaría en la cárcel por robar las típicas tarjetas verdes que adornan los estantes cercanos a las cajas de cualquier hipermercado.

Volodymyr Kvashuk -así se llama el protagonista de esta historia- entró a formar parte del equipo de pruebas de Microsoft con una tarea, poner a prueba la infraestructura de comercio electrónico de los de Redmond. A él y su equipo se les daría tarjetas falsas que utilizarían para buscar posibles errores en el sistema de transacción.

En Microsoft no son tontos, claro, y el sistema está preparado para que cualquier compra realizada con dichas tarjetas pueda ser completada sin que se materialice el último paso. Podían comprar portátiles, consolas o cualquier otro producto de la tienda, pero ninguno de ellos llegaría físicamente a la puerta de su casa.

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El problema es que el sistema tenía un fallo. Si bien no enviaba ningún objeto a la dirección solicitada, al adquirir una tarjeta regalo de Xbox el sistema sí creaba uno de los clásicos códigos que podemos encontrar al rascar dichas tarjetas. Una serie de cifras y letras que, una vez introducida en la web de canjeo de Microsoft, sumaría la cantidad solicitada en saldo para la cuenta.

152.000 tarjetas y 10,1 millones de dólares

Tal y como recoge uno de los miembros del equipo, el error encontrado por Kvashuk era el equivalente a que el director del banco dejase la puerta de la caja fuerte abierta a ojos de cualquiera. Una invitación lo suficientemente golosa para que, tarde o temprano, alguien decidiese meter mano.

Xbox

Y así, de ir rascando de 10 dólares en 10 dólares, el ingeniero salto a canjear de 100 en 100 dólares, y de ahí a crear un programa que pudiese realizar todo el proceso sin su intervención directa. Una jugada en la que, en apenas dos años, consiguió acumular más de 152.000 tarjetas de regalo de Xbox por un valor de 10,1 millones de dólares.

Las autoridades aseguran que la reventa de códigos con las que  Kvashuk obtenía beneficios de las tarjetas llegó a tal nivel que él solito controlaba el mercado de segunda mano y su fluctuación. Si no había suficiente demanda, cortaba el grifo para que los precios subieran y poder sacar más tajada.

La idea de encarar su juicio asegurando que lo que estaba robando no era dinero real y no suponía ninguna transacción para Microsoft no lo salvó de la quema. La acusación no tardó demasiado en hacerle ver que la casa que había comprado no procedía del dinero del Monopoly.  Una de esas historias locas con final feliz -al menos para la justicia- que no sería de extrañar que llegase a los cines algún día.