Río Grande es el BIM 5, donde nació mi mamá después de un terremoto. Es el hotel Argentino, donde se alojó mi papá cuando a los 5 años llegó con sus viejos.
Es la casa verde del Profesionales, donde fueron nuestros cumpleaños más felices. Es la baranda de la escalera del Banco del Territorio como tobogán improvisado.
Es el olor a tinta de la imprenta CopyColor de mi tío Raúl. Es la forrajería del tío Jorge, donde aprendí mis primeras puteadas. La casa de mi tía Maruja, en Chacra II, donde jugué con mis primos.
Es la cocina de mi abuela Ercilia en la calle Colón. Es el Falcón blanco del viejo Díaz que me llevaba al jardín 4. Las golosinas que traía mi tía Marta todas las tardes de mate.
Es la pelota de media en el patio de la Escuela 2.
Es las papas al horno de La Piamontesa, los lomitos de “El Roca”, las pastas del gordo de La Colonial, el pan de La Fueguina, las hamburguesas después del boliche Kaskote, la birra que sacaba el del kiosco “Los Castores” de su campera de cuero.
Es Galáctica y City.
Es los desfiles del 2 de Abril y cantar “tras su manto de neblina, no las hemos de olvidar, las Malvinas, Argentinas, clama el viento y ruge el mar”.
Es la laguna congelada de Thorne donde aprendí a patinar sobre hielo. Es el videoclub Cobra. Es el helado de dulce de leche de Gelati, de los Bonansea. Es Ramón de América, el cafetero. Es el Centro Deportivo y Kuky Fierita.
Es los partidos en el cono de sombra y en Cantera. Es el CIERG y sus profes. Es el monumento a la trucha. Es la Misión Salesiana y el padre Zink.
Es la casa de Yrigoyen. Es Stimpy, mi primer perro. Es viento y frío.
Es un siglo de historias. Estas son algunas mías.
Felices 100 años a mi ciudad.