Si uno busca en diarios viejos, pongamos de 2011, encontrará que se habla, por ejemplo del «genial» trabajo de la curadora española Consuelo Císcar en la organización de una muestra de arte o, más cerca de nosotros, en la organización de la Bienal del Fin del Mundo, que se hizo en Ushuaia en 2011. Si los diarios son más nuevos, ay, las palabras son otras.
Efectivamente, más acá en el tiempo si uno pone en un buscador «Consuelo Císcar» ya no se habla de genialidad sino de corrupción; no de arte sino de malversación de fondos, no de «la reina del Fin del Mundo» sino de favores indebidos y dinero que no correspondía.
Císcar -a quien el ámbito artístico local se recuerda como una persona muy poderosa- fue la directora del IVAM, el Instituto Valenciano de Arte Moderno entre 2004 y 2014. En estos días fue condenada a un año y seis meses de prisión -en suspenso- e inhabilitación para cualquier cargo público durante dos años y seis meses. Y, también, a pagar una multa.
¿Qué hizo? Según ella misma terminó admitiendo, usó su lugar, sus contactos y fondos del Estado para promover la carrera de su hijo, un artista conocido como Rablaci (un juego con su verdadero nombre, Rafael Blasco Císcar). ¿Un «pecado» menor? Depende la vara con la que se juzgue.
Dentro de unos meses, además, enfrentará otro juicio por comprar, como si fueran originales, obras falsas del artista Gerardo Rueda, que en realidad eran reproducciones hechas tras la muerte del artista y que, por supuesto valían mucho menos.
La sentencia contra Císcar es contundente: “Consuelo Ciscar ha desarrollado toda su carrera profesional vinculada al mundo del arte, cosechando grandes amistades con artistas y profesionales del sector. Precisamente por ello, cuando accedió a la dirección del museo, tomó la decisión de gestionarlo como se si tratase de una empresa privada, anteponiendo sus intereses personales a los principios de eficacia, eficiencia y economía, que son los que deben presidir la gestión económica de cualquier ente público”, escribieron los jueces.
La resolución del primer juicio llamó la atención porque quizás una de las formas más inasibles de la corrupción sea el tráfico de influencias: favor con favor se paga y malas artes hay aquí y en todos lados. Pero cuando la justicia alcanza al poder se siente como un alivio. Un manto que, por una vez, nos protege a todos.