Si no fuera por los trámites, si no fuera porque informó la muerte a la ANSES, fue a un banco, entregó un certificado de defunción y pidió datos sobre una cuenta a nombre de otro; si no fuera por las cenizas, si no fuera porque las retiró de una casa velatoria y a pedido de su madre las llevó a una iglesia; si no fuera por los objetos, por ese auto que hay que vender y por un local que hay que alquilar y por un juicio de sucesión al que hay que convocar a un primo; si no fuera por todos esos detalles pero también por las llamadas, si no fuera porque ya no está llamándolo inmediatamente después de que un partido de Racing termina; si no fuera por todo lo anterior pero, en especial, por la noticia; si no fuera porque escuchó eso, si no fuera porque alguien se lo dijo, si no fuera porque la información llegó a las diez de la noche, en un horario en que cualquiera puede intuir qué va a oír del otro lado de la línea; si no fuera porque salió corriendo, permaneció junto a su hermano en un hospital y solo vio a un hombre empujando una camilla con un cuerpo cubierto por una lona azul, de campera o toldo; si no fuera por esa última imagen, todo podría ser lo que no es: una muerte que jamás ocurrió.

Baldomero, su padre, murió el 5 de diciembre de 2020 en un sanatorio en Ramos Mejía, después de 12 días de internación y de una falla multiorgánica provocada por una neumonía atípica, en forma probable Covid. No hubo despedida.