Sorprendente visión del futuro tienen los Aymara, ese pueblo precolombino de los Andes que ocupa parte de la Argentina, Bolivia, Perú y Chile. Tan retorcida es su forma de encarar la vida que su cultura todavía se sigue investigando. Para ellos, el pasado está adelante, frente a sus ojos, porque ya lo han visto. El futuro, en cambio, está detrás de cada persona, porque todavía es desconocido. ¿Quién podría decir que están equivocados? No hay futuro para ellos: solo saben lo que está ocurriendo hoy, en el presente, y la suma de los presentes conforman el pasado. Algo parecido a lo que pensó Javier Blassiotto, un abogado de 36 años, cuando decidió empacar su vida en dos valijas y partir a Milán, a empezar de cero. Fue antes de que una candidata a legisladora invitara a tomar mate a los jóvenes que pensaban irse del país. Para Javier ya era tarde: acumulaba un montón de pasado debajo de su futuro. Ahora, el presente lo encuentra en Italia: tiene un buen trabajo y está por sacar un préstamo para comprarse una moto y una casa, todo a muy largo plazo. Pero esto de la “visión de futuro”, se sabe, es muy subjetivo. A veces conviene concentrarse en lo “objetivo”, en lo que tenemos hoy, en este pequeño presente, con todas sus imperfecciones. Y lo que tenemos hoy es una urna para dejar un voto, un cuarto oscuro para pensar en lo que aprendimos del pasado -como los Aymara- y ver si podemos empezar a proyectar el día después de mañana (para no decir un futuro). Así, día a día. Tal vez la suma de todos estos días alcance para sacudirnos las solapas de este viejo sobretodo. Es hora de que, al menos, llegue la primavera.