Leí un cuento que es una bomba. El Matadero. Está considerado el primer cuento argentino. O sea el autor es un prócer. Esteban Echeverría. Lo dan para leer en el colegio pero durante la secundaria yo hacía fotografía, me ponía en pedo y leía lo que se me cantaba. Así que lo leí tarde digamos. El año pasado. En pandemia. Me pasó algo similar con Amalia, de Pedro Mármol. No, de José Mármol, otro prócer. Pedro es de los pica piedras.
Y lo que me pasó es que el mundo que me contaban estaba dividido entre los buenos muy buenos y los malos recontra malos.
Maravillosamente escritos los dos. El cuento me activó el deseo de atravesarlo con el cuerpo. Porque la temperatura que me dejó en las venas me presagiaban estallar como la sangre en el matadero. Esto lo dice un carnicero, pensé. Mientras troza una media res separando la carne de los huesos.
Con cuchillo, con serrucho y con el hacha derecho viejo. Tiene una presentación exacta como un bisturí, un desarrollo arrollador y un final de apoteosis bíblica el cuento. Todo amasado, cocinado y servido para presentar al diablo en la figura del adversario.
Le metí mano al cuento pero eso ya quedó muy viejo. Sería la versión 1 de 40, de un extraño suceso. Una jornada atípica en el mataderxo después de un temporal que azotó Buenos Aires durante semanas inundando todo hasta campo adentro. Con esa primera versión encontré dirección y coautor en un mismo compañero, Claudio Martínez Bel. Me dijo: “Esto lo dice alguien con una mirada sin malicia, un niño o el tonto del pueblo, alguien que no entiende, que haya estado en esa jornada del matadero pero en vez de ver un infierno ve una fiesta en el pueblo”.
Y acto seguido le pasamos la pelota al maestro Mauricio Kartún que metió al opa como hijo de una criada de Echeverría. Lee el opa. Pero no entiende. Y así arrancamos. A mí se me dio por escribir en versos libres, no en prosa. El muchacho está afligido porque Don Esteban lo sorprendió leyéndole ese cuento que debía permanecer oculto porque le podía costar la vida. Pero el opa no sabe eso. Tampoco entiende todo lo que lee. Lo que si puede es recordar lo que él vivió ese día y no es lo mismo que se dice en el cuento. Misky, se llama, el opa. Misky es dulce. No tiene maldad. Se la pasa leyendo y le gusta charlar con los amigos, los vecinos y hasta con los muertos.
Junto a Claudio amasábamos la historia, los hechos puntuales, los detalles, las pequeñas cosas del momento, Felipe Pigna nos pasó data gloriosa, lográbamos una versión y se la dábamos al maestro. Pin-Pon. Y vuelta a amasar, a picar en un trampolín y a seguir escribiendo. Así, 40. A partir de la 36 empezamos los ensayos, en mayo de 2021. Previamente lo empecé a pasar una vez por día desde la versión 33, en marzo. Así me aprendía el texto a medida que lo íbamos corrigiendo.
Caminé desde Paternal en todas direcciones tres horas por día pasándome el monólogo entero. Flores, Caballito, Palermo, la cancha de All Boys, Agronomía, Parque Chas, Villa Crespo. En bicicleta ya andaba por La Boca, Aeroparque, Núñez, Liniers y Mataderos. Corriendo, siempre en Plaza Irlanda.
Cuando empezamos los ensayos la cosa ya estaba en el cuerpo. Y ahí, mamita, es un cirujano el director. Con una precisión de capo cómico y un ojo para tomar decisiones, una sensibilidad, una intuición, una desfachatez, una capacidad de juego, un poder de síntesis, una escucha, bueno, que si no fuera por él la batería de propuestas explotarían en la mano o en el suelo en vez de hacerla saltar por los aires y que cobren vuelo.
Y así, juntos, ponemos una coma más allá, un punto más acá. Esta palabra está de más. Acá le falta sal. Esto se redondea así. Acá puentes no. Acá pensamiento sincrético. El personaje conecta los hechos por intuición, sin análisis previo. Misky, el dulce, el opa. Te quiero. Quiero cada día ponerte el cuerpo. Nos vemos en el teatro.
*Co-autor y actor de Olvidate del matadero.
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