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La primera edición presencial del Quilmes Rock en diez años llegaba a su fin con los shows de dos de los más importantes power tríos de la historia del rock nacional: Divididos y Catupecu Machu.

Divididos tomó la posta luego del performático y explosivo show de Nathy Peluso, en el que la modernidad del sonido, comandado por unos graves incisivos, hacía dudar sobre cómo sería recibido el audio orgánico de la banda.

Las dudas se evacuaron en segundos, ni bien Ricardo Mollo, Diego Arnedo y Catriel Ciavarella comenzaron a extraer magia de sus instrumentos. Sí, Divididos sigue mereciendo su mote de “aplanadora del rock”.


Ricardo Mollo, expresivo como siempre, en el show de Divididos en el Quilmes Rock. Foto Martín Bonetto

Argentino hasta la muerte

La presentación arrancó con el himno nacional en la versión de Mollo junto a la Filarmónica de Mendoza, dando paso al funk tan furioso y porteño de Cabalgata Deportiva. El impacto sónico es de grandes proporciones y el público -sobre todo el del campo común- acusa recibo y se entrega al primer pogo.

De ahí a Haciendo cosas raras sin escalas; de inmediato “exaltación” pasa a ser la palabra clave del show.

Durante una hora tocaron buena parte de su repertorio más power (Casi estatua, Alma de budín, Elefantes en Europa y los covers de Tengo de Sandro y Salgan al Sol de La Pesada del Rock n Roll) y la experiencia sigue siendo tan bestial como en los ’90.


Catriel Ciavarella, el enérgico baterista de Divididos, en el show del Quilmes Rock. Foto Martín Bonetto

Para cuando hacía falta moderar los decibelios, los del Oeste tiraron de dos temas que a esta altura son casi standards del rock nacional: Spaghetti del rock y la emocionante con mayúsculas Par mil.

Cada 33,3% de la banda hace tu trabajo a la perfección: Catriel, convertido en una suerte de John Bonham argentino, golpeando los cuerpos de su batería como si tuviera un yunque en cada brazo y así y todo demostrando un sentido del groove brillante.

Diego Arnedo (cada día más parecido a Al Pacino) es el cimiento en el que descansa todo el vuelo de sus dos compañeros; su toque añejo no envejece y el audio parece extraído de un experimento de sonido Hi Fi.


Diego Arnedo, bajista de Divididos y parte fundamental del sonido de la banda, durante el show del Quilmes Rock. Foto Martín Bonetto

Por último Mollo, el maestro de ceremonias, también hizo todo bien y no sólo en lo musical: sus aportes comunicativos con el público siempre son acertados, entre la complicidad, la humildad y la arenga simpática.

Nivel de excelencia

El nivel de excelencia de Divididos es altísimo y gracias a ello las canciones suenan frescas, como nuevas.

“Un alma viaja al sol” canta Mollo en ese malambo sentimental que es Amapola del 66, dedicada a Jorge Castro, histórico manager de la banda recientemente fallecido.


La aplanadora del rock and roll es Divididos… Y lo volvió a demostrar en el Quilmes Rock. Foto Martín Bonetto

Luego de elevadores pasajes instrumentales el show entra en su final entregando emotivas versiones de Crua Chan y El ojo blindado de Sumo y dando rienda a las dueñas del final del show: El 38, Ala Delta y Cielito lindo (a pedido de un fan, en la que Mollo hace lucir su voz en gran forma).

Así el trío redondeó una actuación sin quiebres, festejando un repertorio que a pesar de los años aún tiene muchos buenos momentos que ofrecer.

La emoción del regreso


Fernando Ruiz Díaz disfruto del regreso de su banda Catupecu Machu, en el Quilmes Rock Foto Martín Bonetto

Sobre las 23 horas se encendieron las pantallas de video del escenario en el que minutos después saldría Catupecu Machu. Por las pantallas aparece en off la voz de Gaby, el fallecido bajista y co-fundador de la banda con su hermano Fernando, razón por la cual básicamente sucede este concierto que podría llamarse “Catupecu All Stars”.

El inaugurador de emociones es Secretos pasadizos, corte clásico del disco Cuentos decapitados (2000).

Fernando Ruiz Diaz (voz y guitarra) reunido luego de 20 años con Abril Sosa (batería en los dos primeros discos) es una imagen poderosa: ambos junto a Gabriel Ruiz Díaz impulsaron a Catupecu a ser ese fenómeno extraño en el rock nacional, ese bicho raro que no es para todo el mundo, pero los es todo para quienes conectan con su particular sonido y su poesía tan filosófica como sentimental.


Abril Sosa, el primer baterista de Catupecu Machu, en un show emotivo en el Quilmes Rock. Foto Martín Bonetto

En su primer show en casi cinco años, la banda pasa por Héroes anónimos (de Metrópolis), la genial Perfectos cromosomas y Puedes antes de hacer el primer cambio de músicos a la formación que comenzó en 2007 con el disco Laberintos entre aristas y dialectos.

El sonido ya está “acomodado”, el repertorio es certero y todo parece estar en su lugar, excepto que el naturalmente verborrágico Fernando Ruíz Díaz está mucho más callado que de costumbre.

Contemplativo y fijando la vista en el horizonte continuamente pareciera estar procesando semejante emoción segundo a segundo; como si la coyuntura lo tuviera de rehén y el caudal de sentimientos es tal que aún no encontrara forma de expresarlos.


Fernando Ruiz Díaz y Charlie Noguera, en el show de Catupecu Machu en el Quilmes Rock. Foto Martín Bonetto

Pero la naturaleza del espíritu de Ruiz Díaz se impone y el frontman comienza a adueñarse de la fiesta y ahora sí, el dedicado público que se quedó hasta el final de esta larguísima jornada de domingo comienza a sentirse como en casa.

Los invitados

“Gaby ama y admira a esta persona” dice el cantor antes de dar la bienvenida a Sr Flavio, bajista y co-fundador de Los Fabulosos Cadillacs.


El recuerdo de Gabriel Ruiz Díaz, en la bandera de los fans de Catupecu Machu, en el Quilmes Rock. Foto Martín Bonetto

Aunque hubiese dado para pensar que juntos tocarían Manuel Santillán, el León, el tema elegido es En los sueños, canción muy identificada con la figura de Gabriel, contendiente de un arreglo de bajo característico que entre Charlie Noguera y Flavio dotan de distintas profundidades. La intensidad espiritual sube un peldaño más.

Más invitados y más emoción: Walas y el Tordo de Massacre se suman a la finísima Plan B tocada a dos baterías con Abril y Julián Gondell, baterista de Vanthra.

Fernando parece tener un sector en el cerebro en el que acumula algunas de las mejores frases de sus canciones o de los covers que suele hacer y con esa extraña ventaja improvisa, mezcla canciones en vivo, genera sensaciones etéreas.

Por el escenario siguen desfilando casi todos los integrantes de las distintas etapas de la banda, pero todo el mundo quiere volver a disfrutar de ver a Fernando y Abril juntos y por suerte nadie se va a quedar con las ganas.


Arenga. Un auténtico Fernando Ruiz Díaz, en el show de Catupecu Machu que cerró el Quilmes Rock 2022. Foto Martín Bonetto

Las rendiciones de Dale! e Y lo que quiero es que pises sin el suelo hacen temblar el piso de Villa Martelli mientras Fernando, con lágrimas en los ojos asegura sentir que “este es el momento en que Gaby asciende”.

Y allí es cuando la comunión más poderosa de la noche sucede: armándose solamente de una guitarra y un tom de piso Abril y Fernando hacen Entero o a pedazos, esa balada tribal de entrañable belleza y mensaje de valor.

La conexión emocional es salvaje y luego de ser invocado durante toda la noche, el alma de Gabriel parece decir presente en ese escenario, en algún lugar entre sus dos compañeros.

Por un instante Catupecu vuelve a ser ese trío extraterrestre pero de barrio, aunque en escena haya dos tipos.

Dos tipos ya crecidos que saben enfrentar sus demonios y callarlos a tiempo para poder seguir disfrutando del máximo don que les ofreció la vida: ser capaces de vivir la música de una manera única y así crear una escena irrepetible, un culto urbano diferente, un cuento sin cabeza que ayer pasó una página importante y que no pareciera ser la última.

WD

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