Si hay algo que sorprendió a los prestigiosos profesores que pasaban por su vida profesional era, no solo su exquisita técnica, estilo, fineza e impronta distintiva de las grandes bailarinas clásicas del mundo sino, que Manuela solo bailaba por el amor y el placer de bailar quizás sin tomar conciencia de que ante cada audición soñada por miles de bailarinas ella era la elegida sin parecer importarle ni sus logros o escalar a nivel mundial sino solo regalarse a sí misma el placer de bailar.
Desde los 15 años, pasó por Mónaco, Nueva York y vivió en Moscú donde aseguran que aprendió con los mejores profesores de la danza clásica mundial.
A los 20 años, Manuela Lavalle, fue seleccionada por el Nashville Ballet de Tennessee, uno de los más importantes de la danza clásica y contemporánea de los Estados Unidos, pero mucho antes ya se destacaba en la compañía del Teatro Colón y había tenido un prestigioso y reconocido paso por el Bolshoi Ballet de Moscú.
“Se están empezando a cumplir mis mayores sueños, que tiene que ver con bailar y de ser factible, ser parte de una compañía para llegar a bailar roles solistas y principales”, decía con tan solo 19 años.
Hoy a la distancia recuerda que “recibía un mail de la maestras principales de enormes compañías diciendo que estaban interesados en mí, que hiciera el curso. Cinco semanas muy intensas de clases, donde fui a modo de audición, pero a la tercera ya me habían confirmado”. Manu, como la llaman sus cientos de amigas que supo sumar en todo el mundo, asegura que fueron días de mucho estrés para ella “terminaba un paso, sentía que no había salido bien y pensaba ‘ahí fue mi contrato’”, recuerda entre risas.
En aquellos tiempos, Manuela Lavalle disfrutaba de sus ascendentes logros pero se esforzó mucho: no había lugar para el descanso. Sus vacaciones jamás superaron los 15 días.
“Seguía tomando clases, paré solo unas semanas por una lesión en el pie izquierdo que me impedía hacer ejercicios de alto impacto, pero continué con pilates y natación” y asegura de que es una profesión en la que no se pueden parar los ensayos por mucho tiempo. “El cuerpo necesita un descanso para no lesionarse y mentalmente también es una ayuda, pero hay que seguir para estar todo el tiempo mejorando y perfeccionándose”, afirma.
Hoy lejos del stress, las audiciones internacionales, los retos físicos y mentales que la carrera de una bailarina clásica de exportación requieren, a Manuela se la puede ver bailando en una plaza, dando clases de danzas en un estudio de Nordelta a decenas de niñas y adolescentes que la toman como referente y modelo a seguir, o sola tirando algunos pasos en el centro de una pista de baile de alguna discoteca de moda. “Hago street jazz y hip hop porque me divierte mucho la posibilidad de realizar cosas variadas e inclusive tomé clases de afro. Todas las formas de expresión a través del baile me completan”, cuenta siempre sentida y emocionada.
Atrás quedaron, en el arcón de los recuerdos mágicos, los días cuando vivía dentro de la exigente compañía del Bolshoi de Moscú o del Nashville Ballet: “No tengo más que palabras positivas para describir aquellas elevadas y fantásticas experiencias” detalla la ex bailarina del Instituto del Teatro Colón.
Por último, consultada sobre su fantástica carrera y su distintivo presente, Manuela sostiene: “Sin importarme los logros, los ascensos profesionales, el prestigio y el reconocimiento internacional ahora estoy en condiciones de admitir que toda mi vida bailé solo por el amor y el placer de bailar”.