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Una mirada sobre la ausencia de tiras y unitarios y la avanzada de los formatos en los que solo gana uno. ¿Y si mejor ganamos todos?
Entre las muchas -demasiadas- cosas materiales que se llevó la pandemia se arruga, junto a millones de pérdidas, las ficción nacional de la TV abierta. Cuando el coronavirus desembarcó en la Argentina, el género estaba más vivito que coleando, pero estaba. Uno hacía zapping y encontraba producciones nacionales. ¿Dónde estarán ahora?
Achiquemos la pregunta: ¿estarán? Reformulemos la pregunta: ¿volverán?
No sería justo echarle la culpa de todo al Covid-19, pero en lo que tiene que ver con su incidencia en la industria audiovisual fue un disparador que dio en el blanco del derrumbe. Luego hubo intentos de reconstrucción (como El primero de nosotros, por Telefe), pero aislados.
A partir de sus consecuencias, la pantalla abierta empezó a perder historias guionadas, magia, rating, empezó a perder también a actores que querían actuar (¿se acuerdan de aquel grito colectivo de Aguante la ficción, carajo?). Y, en esa retirada de la ficción, hubo diferentes avanzadas para ocupar las grillas.
Ahí es que entraron, con un aparato de seducción envidiable, los realities, y los primos de los realities, esos formatos con etiquetas en inglés en los que no se convive pero se compite, como los big shows o los show talent.
Y como si la palabra reality no alcanzara para definir un contenido, aparecieron los realities culinarios, los realities extremos, los musicales y siguen las firmas.
El tsunami de ciclos en los que lo importante -entre otras cosas, tal vez- sea competir tiene como abanderado, flameando en lo más alto del rating a Gran hermano, cuya décima edición se convirtió en lo más visto del 2022 y lidera, cómodo, lo que va del 2023.
A 21 años de haber apostado por primera vez al formato holandés, Telefe puso la ficha ahí de nuevo y grita “ganador” a diario”.
Y, entonces, ya prepara los estrenos de The Challenge Argentina, el desafío, que llegará en febrero con la conducción de Marley, el elegido también para el el otro programa de competencia extrema como es Survivor, que está en carpeta, pero sin fecha. Es más, ni siquiera comenzó a grabarse, aunque ya está en campaña de promoción.
Por la misma pantalla se podrá ver Got Talent, un certamen en los que los participantes pueden demostrar cualquiera de sus habilidades. La anfitriona será Lizy Tagliani y tampoco tiene, por ahora, fecha de estreno. Como no la tiene la nueva temporada de MasterChef, que esta vez será sin famosos debajo de los delantales.
Con Santiago del Moro al frente de las galas de Gran hermano -ese as de espada de Telefe del que no se sabe cuándo apagará la luz el último en irse-, el certamen de cocina no tiene conductor asignado, pero se sabe que no volverá a ser él. Hay danza de nombres, pero no certezas.
Por su parte, El Trece también apostó por un reality con la segunda temporada de El hotel de los famosos, que arrancó en el prime time y a la semana pasó a las 18.30 con intención de mejorar su rating.
No es nuevo el recurso de que la TV apueste por ciclos en los que el verbo que mande sea el de «competir». Con casos como La justa del saber, Odol pregunta, Domingos para la juventud o Bailando por un sueño, queda demostrado que invitar a sentarse frente a la pantalla a ver quién gana es un buen gancho de audiencia.
Lo fue siempre, lo fue hace poco con La Voz argentina (otro que supo brillar en pandemia), lo seguirá siendo, seguramente.
Pero, además de la competencia entre participantes, sería alentador ver competir a los canales con algo más que gente probando sus límites o capacidades. Sería bueno que, además de realities y realidades, salga a la cancha la ficción a hacer su propio juego. Y, en una de ésas, ganamos un poquito todos.