Así como Pedro Almodóvar pasó con más gloria que pena con Extraña forma de vida, Sean Penn es otro de los asiduos invitados al Festival de Cannes, sea como director, con algún bodrio memorable (The Last Face, con Javier Bardem y Charlize Theron) o como intérprete, como con Río místico, de Clint Eastwood. Ganó como mejor actor en 1997 por Cuando vuelve el amor, de Nick Cassavetes.
En esta edición vino como protagonista de uno de los filmes en competencia por la Palma de Oro, Black Flies, cuyo título refiere a esas moscas negras que huelen las muertes casi antes de que sucedan.
Penn es Rut, un paramédico del Departamento de Bomberos de Nueva York. Es un veterano, y le toca un novato (Tye Sheridan, de Ready Player One), y la película empieza con un mazazo: una noche deben “rescatar” a un herido de bala, subirlo a la ambulancia y llevarlo al hospital.
Hemos visto cientos de veces esas calles que corren por debajo de las vías del tren neoyorquino, pero aquí sea de noche o de día, el ardor se siente.
Todo es de vida o muerte en cuestión de segundos. Y si las imágenes son shockeantes, impactantes, se debe también a los movimientos de cámara, los sonidos, la tensión y lo que se escucha, sean diálogos entre los paramédicos, o gritos.
Black Flies sigue a lo largo de sus dos horas de duración con más mazazos, una tras otro. Rut y Cross (o el personaje interpretado por un Michael C. Pitt parecido a un Jon Voight joven), a bordo de la ambulancia en las calles, son como esos cocineros que reciben pedidos urgentes: además de heridos de bala, atenderán sobredosis de drogas, una parturienta que acaba de dar a luz tiene una aguja clavada en una vena, está toda ensangrentada y su beba parece muerta. Y más.
Tensión es el término que mejor se acomoda a lo que se siente viendo el filme del parisino Jean-Stéphane Sauvaire, que no da respiro nunca.
Políticamente correcta es Cuatro hijas (Les filles d’Olfa), el primer documental que se ve en la competencia por la Palma de Oro. Es la recreación de la vida de Olfa y sus hijas, las dos mayores son representadas por actrices (no adelantemos el motivo) y tanto la madre como las más chicas, son ellas mismas. Abandonadas las cinco por un padre abusador, no es que Olfa sea un modelo a seguir: es más bien conservadora y les ha pegado de lo lindo a las chicas.
La película de la tunecina Kaouther Ben Hania (El hombre que vendió su piel) está en la competencia, pero podría no estarlo y nadie levantaría un dedo acusador.
Una que despertó entusiasmo
La película qué más entusiasmo, pero sin exageraciones, ha despertado en la competencia por la Palma de Oro es Monster, del ya ganador aquí del premio más importante Hirokazu Kore-eda (Somos una familia, hace cinco años).
Lo que empieza como una historia de presumible bullying y hasta maltrato de un maestro hacia Minato (lo habría golpeado y también humillado, diciéndole que tiene “cerebro de cerdo”), va teniendo otras derivaciones. Personajes como la madre soltera del niño, un amiguito y compañero de clases, o la directora de la escuela, tendrán su peso propio.
Y el director apela a una estructura que gira sobre algunas mismas acciones o acontecimientos. No, no es como Rashomon, la obra de su compatriota Akira Kurosawa, pero sí reproducir los mismos hechos que hemos visto, pero contados desde un punto de vista diferente.
La música del compositor recientemente fallecido Ryuichi Sakamoto (El último emperador, entre otras) le cae a la perfección al filme, ayudando con los matices más que recargando las tintas. Puede estar en el Palmarés de dentro de una semana, el sábado 27.
Con Auschwitz, pared de por medio
La propuesta más radicalizada hasta ahora es la que ofrece The Zone of Interest, de Jonathan Glazer, el inglés que hace 23 años sorprendió con La bestia salvaje, y que ahora habla de otros humanos con comportamiento animal.
Ya durante los créditos iniciales todo resulta perturbador. Hay música y sonidos extraños y cuesta definir qué es lo que se ve en la pantalla. Luego sí, el comandante de Auschwitz, Rudolf Höss, y su esposa viven con sus hijos en una suerte de pequeña mansión… pegado al campo de concentración.
Glazer cuenta con pasmosa sencillez la vida de ese matrimonio y la crianza de sus hijos, que mientras están en el jardín ven distintos tipos de humo: el de la chimenea de donde incineran los cuerpos de los judíos, al de los trenes en los que los llevaban deportados al campo de exterminio.
Los niños juegan, y escuchan desesperados pedidos de auxilio, gritos de oficiales que ordenan ejecuciones. La película, al centrarse en el matrimonio, también habla de egoísmos, de irresponsabilidades y de la fría posición ante la muerte.
Seguro que Glazer sube al escenario de la Sala Lumière a agradecer un premio.
Catherine Corsini es una de las seis realizadoras que están en la competencia. En Le retour, su tercera película en el festival, la francesa se centra en una familia de mujeres. Kheìdidja acepta el trabajo de una familia parisina, para que vaya a Córcega a cuidar a sus chicos durante el verano. Viaja con sus hijas, Jessica y Farah, y retornan, como indica el título, a la isla después de quince años, por circunstancias que tampoco diremos cuáles fueron, pero que bastante marcaron a Kheididja.
Las chicas ya son adolescentes (18 y 15 años), son negras de un padre blanco y defienden su raza con uñas y dientes. Es la historia de un viaje, de ésas que uno sabe cómo comienza, pero no cómo lo depositará al final, y que lo que recorran en esa estada en Córcega las cambiará bastante. El amor, el delito y las drogas se combinan en un combo quizá demasiado ambicioso.
Enviado especial