Cuando la escritora peruana Gabriela Wiener era chica, temía las excursiones escolares a los museos de Lima. Cuando sus compañeros se acercaban a las vitrinas que contenían las estatuas de cerámica precolombinas conocidas como huacos retratos, comenzaba a temblar. Los rostros de las figuras, que se cree representan a miembros notables de la cultura mochica, tenían un parecido innegable con el suyo.

Eran inevitables las burlas y los insultos: «Ahí está Gabriela», recordaba que gritaban sus compañeros. «Cara de india, cara de huaco». Parecer indígena, ser morena y no blanca en el Perú de los años 80, significaba ser fea, indeseable, o al menos eso fue lo que ella sintió durante mucho tiempo.

«El colonialismo no es algo que ocurrió en el pasado. Sigue palpitando en nuestras vidas, en nuestras camas, en nuestras familias, en nuestra sociedad», dijo Wiener durante una reciente visita a Nueva York, frente a una de esas estatuas en el Museo Metropolitano.

Varias décadas y libros después, los huacos retratos ya no son fuente de dolorosos recuerdos de infancia para Wiener, quizá la voz más irreverente y osada de la nueva generación literaria de mujeres latinoamericanas.

Las esculturas se han convertido en un instrumento para «descolonizarse» y recuperar su identidad, señaló; la metáfora es la columna vertebral de su novela Huaco Retrato.

Huaco retrato explora un conflicto central en la identidad de Wiener. Es morena, una orgullosa «chola», término peruano despectivo para referirse a las personas de ascendencia indígena. Pero también probablemente sea descendiente de Charles Wiener, explorador austríaco devenido francés que viajó a Perú en el siglo XIX y se hizo famoso por haber estado a punto de encontrar Machu Picchu: se acercó hasta Ollantaytambo, donde los lugareños le hablaron de la ciudad inca abandonada. Wiener la menciona por su nombre en sus notas, pero nunca llegó a las ruinas.

"Huaco Retrato", de Gabriela Wiener (Random House, $9.199 papel; $5.845 audiolibro; $2.921 ebook).«Huaco Retrato», de Gabriela Wiener (Random House, $9.199 papel; $5.845 audiolibro; $2.921 ebook).

Charles Wiener dejó tras de sí un rastro de violencia colonial y pillaje que la novela analiza, mezclando realidad y ficción. Lo que se sabe del Charles Wiener histórico es que, cuando abandonó Perú rumbo a Francia, se llevó miles de objetos precolombinos –entre ellos huacos retratos– que ayudaron a formar la colección del Museo Etnográfico de la capital francesa. En un libro que escribió sobre sus expediciones a Perú, Charles Wiener también describe la compra de un niño llamado Juan y su traslado a Europa.

A cambio, dejó un hijo que tuvo con una indígena: el inicio del linaje mestizo que, según la historia transmitida por la familia, daría lugar a Gabriela Wiener. Reconstruyendo los pasos del patriarca y entrelazando la historia personal y la oficial, Gabriela Wiener desenmascara a su antepasado como la fuerza que forjó muchas de sus heridas.

«El libro habla de todos los imperialismos desde un lugar cotidiano, íntimo, desde la experiencia», dijo Wiener.

¿La conclusión? Quiere descolonizarlo todo: el estatus de la blancura como sustituto de la belleza, la mitología en torno a Charles Wiener en un clan que sigue orgulloso de su apellido de sonido europeo, los secretos familiares.

Verdades incómodas

Huaco retrato no es el primer libro en el que Wiener se enfrenta sin complejos a verdades incómodas. De hecho, para los lectores familiarizados con sus libros anteriores y con las entrevistas que ha concedido a lo largo de los años, es claro que ha explorado prácticamente todos los problemas espinosos con los que lidia la sociedad actual.

«La intimidad, la vulnerabilidad, la vergüenza, la oscuridad, lo que callamos, son mis materiales de creación y arte», explicó Wiener. «Eso también convierte mi obra en una denuncia».

Además de la raza, el sexo también está en el centro de la obra de Wiener. En 2008, trabajando como periodista, Wiener escribió Sexografías, una colección de relatos gonzo en primera persona que exploraban, sin tapujos, diversos aspectos de la sexualidad. Escribió abiertamente sobre su gusto por la pornografía y sus experiencias de donación de óvulos, la eyaculación femenina, un encuentro sexual con una estrella porno y visitas a clubes de swingers.

Antes de que el poliamor se generalizara, antes de que el término «no monogamia ética» se pusiera de moda en las apps de citas, Wiener ya hablaba abiertamente de la compleja relación poliamorosa que mantuvo con su marido de toda la vida, el poeta Jaime Rodríguez Zavaleta, y con una española.

Parecer indígena en el Perú de los años 80 significaba ser feo, indeseable, dijo Gabriela Wiener. Foto: Amir Hamja/The New York Times / NYTParecer indígena en el Perú de los años 80 significaba ser feo, indeseable, dijo Gabriela Wiener. Foto: Amir Hamja/The New York Times / NYT

En 2018 y 2019, escribió y actuó en una obra corta llamada Qué locura enamorarme yo de ti, en honor a la canción de salsa de Eddie Santiago de los años 80. La representación puso al descubierto los enigmas emocionales que atormentaban un acuerdo poliamoroso por lo demás feliz, que incluía la crianza compartida de dos hijos.

La tensión y las contradicciones de la relación poliamorosa, que terminó hace poco, se analizan en su novela más reciente. ¿Por qué la autora sigue siendo infiel si ya mantiene una relación abierta? ¿Hay lugar para los celos en el amor no monógamo? ¿La española se siente realmente atraída por ella o tiene complejo de salvadora blanca?

«Todas mis historias tratan de las personas a las que estoy unida, pero hablan de temas que nos conciernen a todos», dijo Wiener.

Escribir abiertamente sobre las personas de su vida le ha traído problemas, agregó, pero les reconoce un gran mérito por seguirle el juego. «Son coguionistas conmigo», dijo. «Me aburre mucho toda esa idea de la individualidad del artista».

Wiener, que vive en España desde 2003, también ha escrito sobre la experiencia del inmigrante en Llamada perdida y sobre enfoques alternativos del embarazo y la maternidad en Nueve lunas.

«Gabriela siempre está forzando los límites e intentando que estos temas y cuestiones no sean tabú», dijo el novelista y periodista peruano Daniel Alarcón. «Siempre nos abre puertas».

Alarcón, conductor del podcast en español «Radio Ambulante», presentó a Wiener en un episodio sobre la fealdad, en el que la escritora explicaba lo que significaba para ella sentirse poco agraciada. En él enumeró todas las imperfecciones que percibía.

«Mis dientes torcidos. Mis rodillas negras. Mis brazos gordos. Mis pechos caídos. Mis ojos pequeños rodeados de dos bolsas negras. Mi nariz brillante y granulada. Mi pelo negro de bruja».

El inventario siguió y siguió.

Lo que ocurrió después es exactamente lo que Wiener esperaba: «Muchas mujeres vinieron a decirme que las había liberado de sus propios complejos físicos», dijo. «Eso es lo que ocurre. Creas algo y puede convertirse en algo que moviliza cosas».

Este abordaje poco convencional y kamikaze de la escritura ha llevado a veces a los críticos a calificar su obra como no de literatura sino de «testimonio», dijo. Pero no le importa lo que piensen los críticos literarios. «Cada día me siento menos ‘escritora de verdad’. Y con orgullo».

Hoy, Wiener se considera una «trabajadora del libro», más cercana a artistas que han hecho arte de su dolor, como Nan Goldin, que se autorretrató tras ser maltratada por su novio. En homenaje a Goldin, Wiener entrevistó a un antiguo amante que le había dado un puñetazo en la cara para Dicen de mí, una colección de conversaciones sobre sí misma con familiares y amigos.

Para Wiener, lo político se entreteje en sus escritos, pero también va más allá, hacia el activismo.

Es una feminista antirracista sin pelos en la lengua, y en sus columnas de opinión en diarios españoles (y ocasionalmente en The New York Times) ha denunciado furiosamente, entre otras cosas, el colonialismo español. Señaló, por ejemplo, que el 12 de octubre –día en que se conmemora la llegada de Colón al continente americano– es el principal feriado nacional en España.

En 2020, participó en una protesta en la que activistas derramaron pintura roja, para simbolizar el «genocidio sangriento» de los pueblos indígenas de América, sobre la estatua de Cristóbal Colón que se alza en una plaza homónima de Madrid. Cuando, durante esta entrevista, Wiener se enteró de que Manhattan tiene su propia estatua de Colón –un monumento de 23 metros en medio de Columbus Circle– insistió en pasar por allí.

«Ahí está, ofendiendo y haciendo daño a la gente, tan regordete, en medio de todo, en un lugar absolutamente céntrico y virgen», dijo, mirando hacia arriba.

Luego, intentó subirse al pedestal, mientras un grupo de oficinistas y turistas almorzaban al sol cerca de él.

©The New York Times

Traducción: Elisa Carnelli