Juan Carlos Botero (Bogotá, 1960) ha escrito una novela insólita, Los hechos casuales (Alfaguara), que en Colombia ya alcanzó la segunda edición y que tiene como asunto la bondad.

Esta conversación, que sostuvimos mientras él la promovía en Madrid (donde fue presentada por Arturo Pérez-Reverte, su admirado amigo), recoge su propio recuento de las razones por las que llegó a la conclusión de que un día tenía que abrazar un asunto así: la calidad humana.

Aquí coexisten, en su crónica general de los azares, historias como las que, en 1985, sembraron el terror en Colombia, con el hecho cierto de que, por encima de las maldades que ha vivido el país, también hay seres humanos, de todas las clases, de cualquier extracción o ideología, que desmienten el lugar común que lo sitúa entre los más violentos de la tierra.

En 1985 tuvo lugar allí el asalto terrorista al Palacio de Justicia que causó cientos de muertes, casi a la vez que, en la localidad de Arnedo, cientos de personas sucumbieron a unas inundaciones que barrieron vidas como la de aquella niña, Omayra Sánchez Garzón, a la que el mundo vio morir ahogada.

Fue una muerte lenta, televisada, que se producía mientras la niña se sostenía sobre los cuerpos sin vida de sus padres… Hechos así, y azares que dan sentido a su título (Los hechos casuales), convierten este libro en una joya del recuento de por qué los azares forman parte de una vida que, además, a veces también hace sobresalir la energía de la bondad… Aunque el azar es el que domina los hechos, los buenos y los malos.

"Los hechos casuales", de Juan Carlos Botero (Alfaguara, $4.383 ebook).«Los hechos casuales», de Juan Carlos Botero (Alfaguara, $4.383 ebook).

–¿El libro también fue un azar?

–Sin la menor duda. Hacía rato que quería escribirlo. Pero surgió por hechos casuales que se fueron presentando inesperadamente. Yo sólo tenía una imagen, de las muchas que hay en la novela: es cuando una protagonista derrama la taza de café sobre la lista de los candidatos de los que se habla en el libro.

Había por medio un secuestro, y surgió esa imagen: el café que sobre esa lista. Eso me dio, en fin, para armar toda la novela. Después de muchos años de trabajo ahí la tenía, a partir de esa imagen.

–¿Y cómo fue que se atrevió con una novela tan grande en tiempos en que las novelas se achican tanto?

–No fue deliberado. Fui obedeciendo al texto, que me fue llevando por lugares muy inesperados. Yo no me imaginé que fuera a escribir sobre estos temas, en los que se entremezclan elementos personales y otros disfrazados en la ficción como temas históricos.

Yo no tenía ni idea de que me iba a meter en el Palacio de Justicia de Colombia, cuando éste fue asaltado por la guerrilla con resultados espantosos. Fueron ocho años de trabajo ininterrumpido, obligado en todo momento a usar, en los hechos reales, la verdad de lo que sucediera, porque, como decía Gabriel García Márquez, cuando escribes de algo real, aunque sea nimio, tienes que volverte un experto en el asunto.

Él decía que si uno se cae en las pequeñas verdades el lector se pierde, se le va el libro de las manos, se despierta. De todo, pues, tuve que empaparme muy bien, siguiendo lo que la historia me exigía.

–Muchos hechos casuales: Rosa Parks, la mujer que desafió el racismo manteniéndose incólume en su asiento de un autobús segregacionista en Estados Unidos, la caída del Muro de Berlín… El propio gravísimo incidente en el Palacio de Justicia, el Nevado del Ruiz y la dramática muerte de Omayra… Y la maldad, la maldad en Colombia… ¿A qué se debe que la maldad haya hallado su capital en Colombia tantas veces?

–Pues, mira, yo creo que, al contrario, lo que más predomina es el bien.

–Su protagonista, Sebastián Sarmiento lo dice también.

–Lo que pasa es que la maldad es muy noticiosa. Acapara los titulares. Mientras que la bondad es muy discreta, ayuda a las personas a cruzar la calle, es la que paga los impuestos, la que saca las mejores notas en la escuela. Estos son actos que contribuyen al bienestar, nacen de la bondad y no ocupan titulares.

En la historia predomina lo contrario, la maldad, la intolerancia, el rechazo, distintas manifestaciones de la barbarie. Con el paso de los siglos se ha conseguido desterrar esos fenómenos horribles y se ha alcanzado un nivel de bienestar y de civilización formidables, por ejemplo en Europa.

Aquí es más fácil morir porque te cae un árbol encima que porque te hayan dado un balazo. El resto del mundo está tratando de alcanzar ese bienestar, esa pacificación. Ocurre en Colombia, donde aún no hemos desterrado ni descabezado del todo al monstruo.

Socorristas que intentan ayudar a la niña Omayra Sánchez, en 1985.Socorristas que intentan ayudar a la niña Omayra Sánchez, en 1985.

–La violencia es lo que sobresale.

.–En Colombia esa violencia tiene profundas raíces sociales muy concretas, que desembocan en el narcotráfico, la guerrilla… No se trata de que unos países sean más malos que otros, pues, todo es consecuencia de las malas políticas de la clase dirigente, de la corrupción.

–Ese clima ha hecho que muchos dejaran Colombia. Usted vive en Miami, su personaje, Sarmiento, abandona su país, perseguido, y se va varias veces, Gabriel García Márquez se fue en un tiempo…

–Esa ha sido una tristeza permanente, una realidad marcada por un velo de nostalgia. Mi infancia fue de todo menos glorificada o bella: fue muy traumática. A los trece años me tuve que ir a raíz del secuestro de mi madre, mi familia se atomizó, tuvimos que salir corriendo.

La amenaza de secuestro siguió latente, yo terminé en un internado. Y siempre me hizo falta mi país, cuando me fui y también cuando vuelvo. Me volví periodista, escritor, siempre me he sentido involucrado en la realidad colombiana; escribí contra el narcotráfico, contra la guerrilla, contra los paramilitares…

Fue una época muy difícil, uno arrastra un dolor permanente. Tener que dejar el país es una cosa muy dura. Y eso impregna, en el caso de este libro, de muchos otros, de cierta nostalgia, porque en el fondo estás escribiendo sobre algo que perdiste a la fuerza, que no quisiste perder. Y eso te afecta y te marca.

–Hay en la novela dos episodios, acaso los más largos, uno de los cuales es el asalto al Palacio de Justicia y el otro es una escena de amor. Como todo el libro, están escritos con una lentitud que ya no forma parte de las artes de narrar.

–Una de mis obsesiones es que los lectores no sólo lean sino que vivan el libro. Una coma que falta, decía Gabo, es un ritmo que se rompe, y eso es nefasto para la lectura.

En los temas históricos, como lo que pasó en el Palacio de Justicia, lo que ocurrió había que contarlo sin ninguna falla: la historia tenía que ser hermética y habría de ser justa, no podía saltarme nada en aras de la brevedad. Así que esa actitud demandaba su propia extensión.

Eso sucede en el tema histórico y también apela a los asuntos sexuales. Mario Vargas Llosa decía con toda la razón que tal como piensan los cristianos si se va al infierno es por causa de la bragueta.

Lo que se lee obliga al escritor a llevarlo hasta el fondo, de modo que quien se acerque al libro no se halle privado de sucesos que son imprescindibles de contar para entender toda la secuencia. El norte es evitar la vulgaridad, en este último caso, y afirmar los hechos que sucedieron en lo que tiene que ver, por ejemplo, con los sucesos en el Palacio de Justicia.

–Sobresale, en su decisión de contar la bondad como parte esencial de la vida en su novela, la personalidad de Sebastián Sarmiento, el millonario que es justamente lo contrario de la maldad.

–Nombra, por ejemplo, vicepresidente de su compañía al que ha sido su enemigo. Su grandeza está en su elegancia o en su bondad, desde que de niño afronta una horrible paliza escolar con una enorme entereza que, a lo largo de su vida adulta, sería también generosidad.

En esta novela quise que el protagonista fuera una buena persona, al contrario de lo que suele pasar con la novelística habitual, llena de criminales, sicarios o asesinos, algo que yo no critico, y de hecho en mi libro hay más de un malvado. Pero quise asumir el desafío de que el personaje principal fuera eso, una buena persona.

Yo viví el miedo, la amenaza, viví, como periodista, el temblor de las manos cuando escribía sobre hechos que podrían ganarme amenazas horrendas. Viví en carne propia esa maldad, y quise que, en este caso, en esta novela, el personaje de Sarmiento fuera una buena persona.

–En su propio libro usted acoge esta pregunta: “¿Cómo te explicas que un país con tanto desafío y con tanta amenaza no estalle en mil pedazos y, antes bien, persista en crecer y prosperar?”

–Esa es la resiliencia del pueblo colombiano. La gente es muy crítica con nuestra realidad, con mucha razón. Es extraordinario que este país no se haya ido por el abismo y que, en lugar de desbarrancarse, se halle haciendo esfuerzos por avanzar, por crecer.

Hay demasiada pobreza todavía, queda mucho por hacer. Colombia ha afrontado a la vez el narcotráfico, la delincuencia común, la guerrilla, la desigualdad, el maltrato, la violencia doméstica, el desempleo.

Pero el país sigue ahí, avanza, sus instituciones están fuertes, la democracia es admirable, fue capaz de incorporar a los guerrilleros que lo dejaron sin disparar un solo tiro, hasta acogerlos en unas elecciones que fueron normales y pacíficas.

Es extraordinario que el sistema haya sido tan robusto como para incorporar fuerzas subversivas e integrarlas y así enriquecer la democracia, en contra de los que creyeron que el proceso de paz no debía llevarse a cabo.

–Esas son sus convicciones. Están en su libro. Pero usted vive fuera. ¿Cómo asume esa contradicción?

–Confieso que con mucho dolor y mucha tristeza. En Colombia siento el placer de vivir, de estar en mi tierra, pero me siento en peligro también, no estoy tranquilo, sé que algo puede pasar en cualquier momento.

Cuando me fui era tal la situación de amenazas que me sentí siempre recluido en mi casa, así que me tuve que ir consciente del peligro, y cuando vuelvo estoy alerta las veinticuatro horas. Eso es algo que está incorporado a mí desde hace años.

–Su protagonista es un gran lector. Ahí están Kafka, Günter Grass, Alejandro Dumas, García Márquez, Thomas Mann, Arturo Pérez-Reverte, Stefan Zweig…

–Y dejé muchos fuera. Claro que son mis lecturas también, del mismo modo que hay mucho de mi propia biografía que he ido incorporando a la novela.

–En las citas previas a la novela usted recoge esta de Will y Ariel Durant: “¿Quién se atreve a escribir una historia de la bondad humana?”. Usted lo ha hecho, ¿cómo se atrevió?

–Me pareció una pregunta brillante. Y lo hice porque lo que más prevalece es la bondad, aunque nos centremos en los accidentes de los aviones, por ejemplo, pero no en los múltiples que despegan y llegan.

Nos fijamos en los sinvergüenzas y no en tanta gente admirable por su calidad humana, por su devoción y por su patriotismo. Me dije: “Un día voy a escribir una historia sobre la bondad”. El desafío era buscar a una buena persona y contarla. Aquí está. Se llama Sebastián Sarmiento.

Botero Básico

  • Bogotá, 1960. Estudió en las universidades de los Andes, Javeriana y Harvard. Ha sido columnista de La Prensa y El Tiempo, y en la actualidad es columnista del diario El Espectador.
  • Ha dictado conferencias y publicado cientos de artículos, y sus cuentos han aparecido en varias antologías internacionales.
  • Ganador del Premio Juan Rulfo de Cuento (París, 1986) y del Concurso Latinoamericano de Cuento (México, 1990).
  • Es autor de Las semillas del tiempo (Epífanos) (1992), Virgilio Barco y los medios de comunicación (1994), Las ventanas y las voces (1998), La fiesta y otros cuentos (2002), La sentencia (2002), El arrecife (2006), El idioma de las nubes (2007) y El arte de Fernando Botero (2010).