La bailarina, actriz y coreógrafa argentina Marina Otero ha cambiado su residencia. Vive en Madrid desde 2022. Desde allí gira por los principales festivales y teatros de ciudades europeas. Pero regresa a la Argentina con mucha frecuencia. En enero y febrero de 2023, estuvo presentando dos de sus obras más recientes, Fuck me y Love me, en el Teatro 25 de Mayo. Un año después, está de nuevo, con Fuck me, en el Metropolitan los días 23 y 30 de enero de 2024.

—¿Qué te hace irte y qué te hace volver a la Argentina?

—Me fui por varias razones. Una de ellas es un deseo personal de salir de acá, de vincularme con otras personas, la experiencia como persona y como artista de vivir en otro lado. Otra razón tiene que ver con sentirme muy poco valorada artísticamente, no por el público, que siempre fue muy amoroso conmigo, pero sí por las instituciones; la cuestión política me expulsa. Hubo cosas personales que me dolieron, como una censura, por ejemplo, en el Teatro San Martín cuando estaba Telerman como director. Vuelvo porque toda mi vida está acá, mi familia, mis amigos; todo lo que más amo está acá en Argentina. Es muy importante para mí volver, no soltar el lazo de la relación con el público. Mi relación con lo artístico, con el trabajo es muy importante, por eso decido venir acá a presentar la obra que puedo, que es Fuck me.

—Tus principales obras: “Andrea”, “Recordar 30 años para vivir 65 minutos”, “Fuck me”, “Love me”, ¿tienen una recurrencia en torno a la muerte?

—Quizás lo que esté presente en mis obras es la transformación. Por lo tanto, la muerte de algo para que inicie otra cosa. También tiene que ver con la obsesión por el paso del tiempo; una persona va viviendo muchas muertes en su vida. Fuck me presenta la muerte de la juventud, del estado físico de una bailarina joven que puede caminar, bailar, tirarse cuantas veces quiera al piso sin hacerse daño y, de golpe, empieza el límite del cuerpo. Esa bailarina ya no es tan joven y sufre, en este caso, una lesión lumbar que hace que no pueda caminar. Después de cierta edad, es cada vez más grande el costo de los golpes de la vida o de los acontecimientos emocionales y físicos. El caso de Fuck me es el de la muerte de un cuerpo joven.

—¿Cómo construiste en “Fuck me” la idea de que fueran intérpretes con cuerpos icónicamente de varón quienes representan tu historia, siendo vos mujer?

—Tiene que ver con otra de mis obsesiones, que son los hombres o el sexo masculino, una vinculación imposible que siempre tuve con los hombres, con mis parejas. Hay cierta idea de venganza, que también tiene que ver con ese cuerpo sexualizado de la mujer joven que se termina: es un cuerpo que siente deseo sexual, pero a la vez no puede. Ese cuerpo femenino, pero ya no sexualizado, aquí puede convocar y manipular a seis hombres, que en la obra están sexualizados. Es dar la vuelta, es como cumplir la fantasía al revés. Hay algo de poder sobre esos hombres, de dirigirlos, tomar venganza de lo que siempre fue: siendo mujer más joven, siempre me sentí manipulada por los hombres. Esos cuerpos me representan por momentos, pueden ponerse en mi lugar de alguna manera.

—¿Qué sentidos aporta la desnudez a la obra?

—La desnudez es casi un capricho estético y simbólico en casi todas mis obras. En la obra que ahora estoy haciendo, Kill me, que se estrena en mayo en Montpellier, Francia, somos seis mujeres esta vez, pero desnudas también. Somos cinco mujeres y un hombre en escena, pero este hombre está en el rol femenino. La desnudez es casi un capricho y una decisión estética la de mostrar el cuerpo como es, sin decoraciones, sin embellecerlo, exponerlo así más crudo. Me interesa la crudeza o la exposición de lo íntimo. La exposición de la intimidad que me da pudor en la vida real, decido exponerla en una obra.

—¿Seguís las novedades políticas de la Argentina? ¿Qué pensás al respecto?, ¿Cómo lo vinculás al mundo artístico?

—Claro que sigo; me duele mucho lo que está pasando. Hay muchas razones por las cuales llegamos hasta acá; muchas no las entiendo. Me resulta imposible entender qué es este acto suicida de elegir un gobierno como el de Javier Milei, en el sentido de derechos humanos y en la cuestión artística, cultural. Como todas las crisis, quizás el arte se siga expresando, creando en las condiciones que se pueda. Siempre fue difícil el hacer artístico en nuestro país; ahora lo va a ser mucho más. Muchas salas de teatro independiente no van a poder seguir. No va a haber aire en la cotidianeidad. Sí puede aparecer algo de lo under, de seguir creando cómo sea, dónde sea: en la calle, en las casas, de manera clandestina. La producción o la profesionalización teatral muchas veces es engañosa y termina encerrando al artista en una idea de resultados, de tener que ser efectista, vender y gustarle al público: es uno de los problemas que sucede en Europa. De todos modos, esto que digo lo tomo con pinzas porque yo no estoy viviendo en la Argentina, lo digo sin poner el cuerpo. Lo único que espero es que se le pueda dar una vuelta a toda esta mierda.

—Si bien tus obras parten de materiales autobiográficos, ¿cómo dialogan con el plano social, general, con lo que puede sucederles a otras personas en este país y/u otros?

—Justamente porque parten del plano autobiográfico, se vinculan con lo social, porque es un cuerpo conviviendo, este tiempo, en un mismo mundo con otras personas. Esto de “lo personal es político” es bastante real en el plano práctico. Me interesa no quedarme en el encierro narcisista de mi propio dolor, sino poder observar los dolores, las ausencias, las faltas, los miedos, las zonas frágiles de las otras personas. Me interesa mucho la observación, las preguntas que me puedo hacer a mí y también a algún sector del mundo. En la obra nueva, en Kill me, estoy trabajando con la salud mental, tema que me atraviesa en lo personal, pero que también observo en la sociedad de la Argentina y de otros países. La obra va a empezar con un video de la investigación de los años desde que me mudo a Madrid: cómo me va afectando a nivel emocional el traslado de un país a otro, a mis 38 años cuando me fui, y cómo esto me afecta en la salud mental y cómo, a partir de un diagnóstico que me hacen, empiezo a interesarme en el tema de la salud mental. Convoqué a cinco bailarinas que tuvieran relación con los trastornos de la personalidad y las invité a trabajar en lo que nos vincula en torno a los trastornos de personalidad, los diagnósticos, la medicación.

—Pensás, interpretás y también gestionás tus obras. ¿Cómo fue la decisión de hacer “Fuck me” en el teatro Metropolitan?

—Hubiera preferido que no se hiciera en un teatro comercial, pero no se podía. Por las cuestiones políticas que asumía Milei, no sabía qué iba a pasar con el 25 de Mayo, ni con todo lo público en particular. Hubiera preferido tener una entrada más accesible [en el Metropolitan cuestan desde $ 9.500), sobre todo para los jóvenes, que tienen menos dinero que la gente mayor. Igual creo que nadie tiene plata en este contexto. Pero yo hubiera preferido presentarme en un teatro público, que tiene una subvención. El año pasado cobramos por borderaux en el teatro público: no significa nada de dinero eso; sí nos significa poder presentar la obra. Ahora el teatro privado era la única oportunidad. El Metropolitan es el mejor teatro de los comerciales, el que más se vincula con el teatro independiente, el que mejor curaduría tiene. Pero por más que sea tenga 700 butacas, quizás puedan venir 200 personas. Veremos qué pase.