“¿Cuál es mi culpa si siento esta picazón constante en mis manos?”, ha dicho Vincenzo Pipino (Castello 1943), el más conocido ladrón veneciano, especializado en robos de arte, quien cometió más de 3.000 delitos en museos, galerías, bancos y residencias privadas, la mayoría en palacios a lo largo del Gran Canal o alrededor de la Plaza San Marco.
La mayoría de las veces se llevó a plena luz del día, obras de famosos pintores venecianos, entre ellos Canaletto, pero también de Picasso, Magritte, Kandinsky, Braque, De Chirico, Klee, Malevich, Moore, entre otros. ¿Con qué criterios elegiste los objetivos? –le preguntaron. Respondió: “La ausencia del dueño”. Un dato cierto, aunque no del todo veraz. Desde los 18 años es un dedicado estudioso del arte.
Para escapar no dudó en usar en ocasiones la góndola como medio de transporte. “La policía sólo vigila las lanchas rápidas. ¿Alguna vez has visto a un ladrón alejarse remando?», dijo.
Particularmente productiva fue la década del 90. Su fama se incrementó cuando se convirtió en el primer ladrón que logró robar con éxito en el Palacio Ducal. En 1992, de la otrora residencia del Dux, se llevó la obra “Virgen con el Niño”, como parte de una historia que involucró a la famosa organización criminal, Mala del Brenta.
En 1992 desestimó el robo de pinturas de Giovanni Bellini del Museo Correr cuando supo para quien robada y se convenció que este no las devolvería a la ciudad, llamó él mismo a la policía y denunció el posible robo.
En 1998 se llevó del palacio, residencia del rey del acero italiano, «Fonteghetto della farina», hecha por Canaletto en 1730. La lista sigue.
Todos los casos provocaron revuelo mediático. No solía repetir lugares aunque a la galería privada de Peggy Guggenheim entró dos veces en el mismo año, febrero y diciembre de1971.
Para robar, él y su banda, se guiaron por un código no escrito: respeto a las personas, nada de armas, nunca a los pobres y no dejar salir de Venecia ninguna obra maestra. «Siempre lo he devuelto todo, perfectamente intacto, quizás a cambio de una pequeña aportación», comúnmente llamado rescate. “Lo importante es que los tesoros de la ciudad no se perdieron”.
Lo han señalado como el ladrón más honesto de Italia, un calificativo dudoso, pero que a él parece encantarle, al igual que el de ladrón filósofo. Su autobiografía Robar a los ricos no es pecado, fue publicada en 2010. En el 2015 presentó otro libro: Recuerdos de un ladrón filósofo: Cuando el robo se convierte en arte. Hace poco se convirtió en protagonista de un documental del famoso director italiano, Alberto Negrin, el mismo que dirigió Ana Frank y Borsellino y en el que aparece no solo él, sino también quienes lo combatieron desde el lado de la justicia. Se espera también una película y se habla de Dustin Hoffman para personificarlo.
Pasó más de 35 años preso, no solo por el robo de obras de arte. También, desde muy joven, realizó millonarios robos de joyas, metales preciosos y artículos suntuosos. Charlie Chaplin y Cary Grant, estuvieron entre sus primeras víctimas. Alguna vez se le involucró en casos relacionados con el tráfico de droga y fraude con tarjetas de crédito.
Actualmente Vincenzo Pipino está en libertad. En el año 2021 su nombre apareció en escuchas policiales y dio a conocer un comunicado público: “Cerré el negocio hace más de 15 años”. Eso dijo.
Robo en el Palacio Ducal
Pipino lee en 1991, en la Biblioteca Marciana. Lo hace porque le gusta y también porque ahí está la información necesaria para saber qué robar. Felice Maniero, alias Cara de ángel, jefe de la mafia italiana, conocida como Mala del Brenta, envía a uno de sus hombres a hablarle. Maniero quiere que este robe obras de arte de Ca’ Rezzonico para pedir un rescate a cambio de una vigilancia reducida y la liberación de su primo de la prisión.
Pipino sabe que hay pedidos que no se pueden ignorar. Pero sugiere un cambio. Robará una obra del Palacio Ducal, nadie ha podido hacerlo con éxito y quiere ser el primero.
El 9 de octubre, entra junto a un grupo de turistas, ha estudiado los planos, se esconde en una celda de las Nuevas Prisiones. Es habitante usual de las cárceles, y se acomoda. A las 2 de la mañana, desanda el camino, de las celdas al Palacio Ducal cruzando el Puente de los Suspiros. Se sonríe pues ha hecho el mismo camino de Casanova, uno de sus héroes. Entra a la Sala de los Censores. Descuelga con cuidado la “Virgen con el Niño”, de Vivarini, pintada a principios del siglo XVI.
La cubre con una manta y sale del palacio por una puerta lateral. Sin ser descubierto, se la entrega a Maniero. No recibe dinero por ello pero pide que no dañen la obra. La historia sigue. Poco después la obra fue rescatada pero ya Pipino no tiene que ver.
El Museo Correr también se encuentra en la Plaza de San Marco. Exhibe una importante colección que permite seguir la historia de Venecia e incluye obras de Cellini, Canova y Carpaccio. Fue el escenario de un robo que no se produjo, acción que le produjo a Pipino, una inmensa felicidad.
“En 1992, un tal Valerio me ofreció el equivalente a 200 millones de liras en marcos para que robara todos los cuadros de Giovanni Bellini, del Museo Correr. Pensé que era el robo habitual con demanda de rescate. Pero durante el atraco pregunté: ¿Para quién trabajamos? Él respondió: “Creo que has oído hablar de él. Su nombre es Arkan. Era el apodo de Zeljko Raznatovic, perseguido por la ONU por crímenes de lesa humanidad cometidos durante la guerra en la ex Yugoslavia. ¡Imagínese si un carnicero así hubiera devuelto los Bellini a Venecia! Le dije a mi cómplice: ven conmigo, tengo que hacer una llamada urgente. Entré en una cabina y llamé al 113, a la Policía«.
“Estaba en la pared, en una habitación oscura. Parecía como si me estuviera llamando, rogándome que lo sacara de allí. ¿Qué se suponía que debía hacer: dejarlo ahí?”.
En 1998, Pipino, se llevó de la residencia de la familia Falck, el rey del acero italiano, en Zattere, una obra de Canaletto (1697–1768), el más importante y rico paisajista veneciano del siglo XVIII, una obra que confesó ser el lienzo de sus sueños y que el describe así: “Fonteghetto della farina, representa el pequeño almacén que se encontraba en el muelle de San Marco. En primer plano se puede ver un puente que fue destruido por los austriacos. Al fondo la Punta della Dogana. Un cuadro de vivaz minuciosidad, inmerso en esa luz dorada propia de algunos días de septiembre venecianos que sólo Canaletto podía plasmar con tanta maestría.”
El palacio no disponía de sistema de alarma, lo que fue una ventaja, pero también le valió un susto. Mientras recorría la residencia, admirando otras obras, colgadas en las paredes, de Tintoretto, Mantegna, Sebastiano del Piombo, Masaccio, llegó el dueño de casa. Pipino se escondió junto con su banda y esperaron a que se retirara para terminar el robo.
Según él mismo cuenta su osadía lo llevó a comunicarse con Falck. “Llamé por teléfono a la oficina milanesa del industrial siderúrgico: soy yo quien robó el Canaletto en Venecia, me gustaría hablar con Alberto Falck. La voz del operador temblaba: «Permanezca en la línea». Me lo pasó. «¿Qué es lo que quiere? me dijo en tono molesto Falck. –Sé que has hecho muchas buenas obras, en tú casa te vi junto al Papa Wojtyla en una foto: ¿por qué no donas Fontegheto a la ciudad de Venecia? “El cuadro es mío y hago con él lo que quiero”, respondió. En realidad, el cuadro ahora es mío y bien podría cortarlo en pedacitos, respondí”.
Previo pago de rescate, Pipino devolvió la obra, sana y salva.
Tres años después, la Fundación Cini hizo una exposición sobre Canaletto donde se exhibió la obra. Confundido entre la multitud, estaba Pipino. En un momento, durante la inauguración, su mirada se cruzó con la de Falck. Ambos se saludaron.
Su autobiografía, publicada en 2010, Robar a los ricos no es pecado, lleva en su portada una parte de la obra, Fonteghetto della farina.
–¿Crees que volverás a robar?, le preguntó el periodista italiano, Stefano Lorenzetto.
–Nunca digas nunca, fue la respuesta.
Un conde ladrón
Mujeriego y jugador, falsificador y ladrón, el conde Cristiano Barozzi, príncipe de Santorini, sustituyó, durante más de diez años, pinturas reales por impresiones falsas.
Perteneciente a una de las familias aristocráticas más antiguas de Venecia, familia de Dino Barozzi, quien se negó a venderle obras a Goering, alegando que un patricio veneciano no trataba con bárbaros, fue detenido en el año 2012.
Cabeza de una banda, que también incluía a un experto en impresión digital y un especialista en arte, con cargo público, realizó una serie de robos en palacios venecianos y villas del Brenta, donde escogía las obras de arte que estaban en los lugares menos iluminados de las casas, muchas de ellas, de conocidos suyos.
Después de sacar las obras originales, colocaban las obras falsas, unas modernas litografías impresas digitalmente sobre lienzo, ingeniosamente retocadas e insertadas en los marcos originales. Los dueños no se daban cuenta y los originales eran puestos a la venta entre los anticuarios venecianos.
Su modus operandi hubiese seguido si a Barozzi no lo hubiera condenado su poca predisposición a pagarle bien a sus cómplices, secundarios y necesarios, captados entre el personal de servicio de las casas robadas. Uno habló de más y se acabó el negocio. La banda fue detenida, aunque Barozzi logró escapar por un tiempo a la isla caribeña de Santo Domingo.
La policía recomendó a todos sus conocidos que revisaran sus obras para ver si habían sido víctimas. Se supone que algunos falsos siguen colgados aún en villas y palacios venecianos.