¿Cuál es la relación de La Gioconda, de Leonardo da Vinci, la obra de arte más popular, visitada, alabada y parodiada del mundo, con nuestra América? ¿Qué hilos la unen con esta parte del mundo en el norte, en Sudamérica y en el Caribe?

Veámos qué hay de cierto en estas afirmaciones:

1. El robo de la Mona Lisa –del Louvre en 1911– fue cometido por el italiano Vincenzo Peruggia; pero el cerebro tras el golpe fue un «marqués» argentino.

2. Tras el robo de la Mona Lisa ese año (1911), se hicieron varias copias que fueron ofrecidas como si se tratara de originales. Un millonario brasileño y cinco norteamericanos estuvieron entre quienes se contactaron con esos dealers y compraron.

3.“Mona Lisa, la versión anterior” o “Mona Lisa de Isleworth», supuestamente pintada por Da Vinci antes que la obra colgada en el Louvre –dicen que luce más feliz– y, que actualmente se exhibe en una expo en Turín, es propiedad de una compañía, cuya sede está en la isla de Anguila en el Caribe.

La llamada Gioconda Torlonia, el misterioso cuadro idéntico a la Mona Lisa de Leonardo. Fue descubierto en los depósitos de las obras de arte pertenecientes a la Cámara de Diputados de Italia. Se expone desde hace unos meses al público, mientras se discute su autoría, para muchos atribuible al mismo Da Vinci. Foto de Federica Agamennoni para EFE. La llamada Gioconda Torlonia, el misterioso cuadro idéntico a la Mona Lisa de Leonardo. Fue descubierto en los depósitos de las obras de arte pertenecientes a la Cámara de Diputados de Italia. Se expone desde hace unos meses al público, mientras se discute su autoría, para muchos atribuible al mismo Da Vinci. Foto de Federica Agamennoni para EFE.

4. El boliviano que atentó contra La Gioconda en 1956, lanzándole una piedra que motivó que le colocarán el vidrio de seguridad que actualmente tiene, vivía en Argentina.

5- La única vez que la Mona Lisa viajó a América fue a Estados Unidos y la culpa la tuvieron la sonrisa de una Primera Dama y la Guerra Fría.

El retrato de Lisa Gherardini, esposa de Francesco del Giocondo, de allí su título, fue pintado hacia 1505 por Leonardo da Vinci y está considerado el prototipo de retrato femenino del Renacimiento. Se trata de una obra pequeña realizada con aceite sobre una tabla de álamo: mide solo 77 x 53 centímetros. El tiempo medio de espera para poder verla hoy, en el Louvre, es de tres horas. El tiempo medio delante del cuadro es de ocho segundos, lapso para solo una fotografía o una selfie.

La historia cuenta que en el 1911 es robada y recuperada en 1913. Que el ladrón fue Vincenzo Peruggia, un italiano cuya intención era devolver la obra de Da Vinci a su país natal porque consideraba que debía estar en Italia y no en Francia. El robo fue relativamente fácil; él se escondió, la descolgó y se la llevó entre su ropa. La tuvo durante un tiempo en su casa. Se cuenta que la miraba de vez en cuando, que se había enamorado de esa mujer de sonrisa enigmática. Que un día intentó venderla y quedó detenido, solo durante 8 meses.

Pero hay otra historia: comienza el 25 de junio de 1935 y tiene que ver ya no con Europa sino con América.

La expo "Leonardo y la copia de Mona Lisa", en el Museo del Prado, Madrid, en 2021. El museo hizo una investigación sobre la copia que atesora y que fue pintada por uno de los discípulos de Leonardo. Foto de Fernando Alvarado, EFE.La expo «Leonardo y la copia de Mona Lisa», en el Museo del Prado, Madrid, en 2021. El museo hizo una investigación sobre la copia que atesora y que fue pintada por uno de los discípulos de Leonardo. Foto de Fernando Alvarado, EFE.

El cerebro detrás del robo

El italiano, Vincenzo Peruggia, el ladrón patriótico de la Mona Lisa, sólo había sido el instrumento. El cerebro del robo había sido un argentino que tenía un título de marqués, cuyo nombre era Eduardo de Valfierno y su objetivo alrededor de la Mona Lisa había sido comercial.

El Marqués Eduardo de Valfierno, había convencido a Peruggia de robar la Mona Lisa como distracción para que, mientras los investigadores la buscaran y la opinión pública desatendiera, él con la ayuda de un pintor y falsificador francés, pudieran reproducir y vender como originales las falsas Giocondas, a incautos y desalmados compradores, algunos de ellos residentes en América.

La historia de este falso marqués fue publicada en la revista estadounidense The Saturday Evening Post el 25 de junio de 1932, como parte de las confesiones que supuestamente este hombre le hace al periodista Karl Decker, quien tenía fama de inventar casos. Entre 1860 y 1930, la Argentina era vista en el mundo como una potencia mundial. La explotación de las ricas tierras de La Pampa había impulsado fuertemente el crecimiento económico. Los argentinos ricos viajaban a Europa y eran protagonistas de un sinfín de cuentos donde la opulencia era la característica principal. Por tanto, la historia estaba perfectamente hecha como para confiar en este marqués argentino sin que nadie fuera a buscar realmente si existía o no existía.


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El periodista Decker describe a Valfierno así. “Tenía un apellido que en las repúblicas al sur del Trópico de Cáncer es a la vez tan raro y tan respetado entre los patronímicos españoles que con solo identificarse así le habría significado oportunidades ilimitadas. Pero nunca lo usó, y ninguno de sus compañeros de menor rango lo conoció… Su fachada valía un millón de dólares. Un bigote blanco imperial y una leonina masa de cabello blanco y ondulado le daban a Eduardo de Valfierno una distinción que lo habría llevado a atravesar el portón de cualquier palacio real de Europa sin la problemática necesidad de dar su nombre”. Apunta otros datos sobre cómo vendió las falsificaciones de la Mona Lisa y, con ese dinero, siguió su vida en Estados Unidos, donde se había casado y había tenido una hija.


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Esta historia fue tomada después por varios escritores, entre ellos, dos argentinos, el diplomático Diego Guelar y Martín Caparrós. El primero ha acusado de plagio al autor de Ñamérica, aunque en honor a la verdad las dos novelas no se parecen.

Al descubrirse que nunca existió el marqués de Valfierno y su cómplice, copista y falsificador, se impone una pregunta: ¿entonces no hay falsas Giocondas en América?

La respuesta es sí y no. Puede que no hayan sido falsificadas ninguna de las obras tras el robo de 1911, pero sí en América, y más precisamente en el Caribe, hay una compañía que posee otra Mona Lisa, cuya aparición en el mercado del arte trajo mucho interés.


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Gioconda viaja al Caribe

La obra que aparece en el Caribe en el año 2012 se conoce como “Mona Lisa, la versión anterior” ó “Mona Lisa de Isleworth”. Con su fondo incompleto, se supone que fue pintada 10 años antes y luce más feliz que la que se encuentra en el Louvre. Trascendió que la propiedad de la pintura la ostenta un consorcio llamado Mona Lisa Inc., de la isla Anguila, un territorio británico de ultramar en el Caribe, famoso por ser un paraíso fiscal.


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Actualmente esta obra forma parte de una exposición organizada por la Fundación Mona Lisa que tiene lugar hasta el próximo 26 de mayo de 2024, en la Promotrice delle Belle Arti de Turín, bajo el nombre de «Leonardo Da Vinci – La Primera Mona Lisa».

La muestra conduce a los visitantes a través de ocho galerías y culmina con una vista del retrato, que se exhibe en una sala única, dentro de una vitrina iluminada. Cada visitante recibe una tableta que contiene el recorrido audiovisual y 30 cortometrajes que lo llevan a través de las distintas secciones de la exposición, investigando la evidencia histórica y los exámenes científicos, incluidos discursos y entrevistas con destacados estudiosos internacionales de Leonardo.

Los datos conocidos sobre esta Mona Lisa la sitúan en Inglaterra en 1778, adquirida por la familia Montacute. Luego en 1913, Hugh Blaker, un comerciante de arte que antes había recuperado obras importantes de artistas como Rubens, Velázquez y El Greco, la compró en una casa en Somerset, en Inglaterra. Como radicaba en Isleworth, al oeste de Londres, esta recibe el apellido por el que también se le conoce.

A la muerte de Blaker, sus familiares la venden en 1947 al coleccionista estadounidense Henry Pulitzer, quien dedicó gran parte de su vida a intentar demostrar que era una obra original de Da Vinci. A él pertenece el libro:»¿Dónde está la Mona Lisa?”

Tanto Blaker como Pulitzer se quedan sin dinero tratando de demostrar lo que para ellos era una verdad. Pulitzer muere y no se sabe nada más de esta Mona Lisa hasta que resurge la noticia desde el Caribe y se conoce que un consorcio de personas anónimas la había comprado y guardado durante 40 años en una bóveda en Suiza.

La historia sigue cuando una familia, los Gilbert, se presentan y dicen que comparten la propiedad de la obra con Pulitzer y aportan una fotografía, hecha en 1960, que la sitúa en el living de su casa en Inglaterra. Y acercan papeles de 1964 que registran que ellos son propietarios del 25% de la pintura. Estos últimos contratan, para que los asista, a Christopher Marinello, apodado «el Sherlock Holmes del mundo del arte», hoy uno de los detectives de arte más conocidos.


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Desde entonces se suceden juicios y estudios, todos destinados a consolidar la atribución de la obra a Leonardo da Vinci. En un comunicado de prensa reciente, Joël Feldman, secretario general de la Fundación Mona Lisa, ha señalado: “Sólo en los últimos cuatro años se han publicado más de media docena de libros que presentan nuevas pruebas que ponen la atribución fuera de toda duda”.

Un vándalo en el Louvre

El único atentado contra la Mona Lisa protagonizado por un latinoamericano ocurrió el 30 de diciembre de 1956. Hugo Únzaga Villegas, un boliviano que había emigrado desde muy joven a la Argentina, durante su visita al museo parisino lanzó una piedra contra la pintura e hizo que se desprendiera un fragmento de pigmento. Esto motivó que la obra fuera resguardada tras el vidrio que hoy la protege.

¿Pero por qué lo hizo? La mayoría de las explicaciones conocidas hasta hoy están parcialmente equivocadas. Un hecho fortuito, la herencia de una casa en la ciudad de La Paz, hizo que la periodista boliviana Alejandra Echazú encontrara unas cartas donde la hermana de Únzaga le escribe al Señor Rosselet, juez de instrucciones de la Corte de Apelaciones de París, contándole el drama de su hermano.

Con Alejandra, repasamos la carta en directo. En ella se cuenta que Únzaga regresó a Bolivia desde Argentina en 1955, tras 18 años de ausencia. La fecha de llegada le fue avisada a la familia por un telegrama en el que este les contaba que iba de vacaciones y ya estaba en camino. Pero pasaron los días, las semanas y no había noticias suyas. La familia logró averiguar que había entrado a Bolivia por tierra y había sido detenido, sin ningún cargo, solo por el hecho de compartir apellido con el líder de la Falange Socialista Boliviana, el enemigo más fuerte del gobierno de la época.

Durante su detención, de nueve meses en una prisión clandestina de Bolivia, sufrió horribles torturas; la hermana le pide al juez que inspeccione su espalda y las huellas de los latigazos sufridos. Únzaga es liberado gracias a las gestiones del cónsul argentino y aunque quería regresar a Buenos Aires enseguida, no pudo, pues habían desaparecido sus documentos argentinos. En ese entonces ya mostraba signos de locura; el hombre “guardaba mutismo y estaba como idiotizado”, sigue contando su hermana, quien señaló que él partió a Brasil y solo volvieron a saber de él cuando ocurrió el ataque a la Mona Lisa.

En la carta al juez francés, solicita que no lo extraditen a Bolivia y que su locura pueda ser tratada en la capital parisina. Dice textualmente: “somos una familia pobre y no podríamos subvenir a las necesidades y curación de mi hermano, pero sabiendo cuál es la situación y el estado, haremos todo lo posible por salvarlo”

Viajera en Nueva York

Pocas veces la Mona Lisa ha salido del Louvre y una sola vez ha venido a América. Fue en los años duros de la Guerra Fría. Jackie Kennedy, esposa del presidente de los Estados Unidos, es amiga del escritor André Malraux, por entonces ministro de Cultura de Francia. La primera dama le confía su deseo de traer la Mona Lisa a Estados Unidos. Tanto el presidente Charles De Gaulle como el ministro aceptan.

La Mona Lisa viaja a Nueva York en medio del miedo por lo que podría pasarle y con importantes medidas de seguridad. Viaja a bordo de un transatlántico, se aloja en un camarote de primera clase, es vigilada día y noche dentro de su cajón de metal atornillado al suelo al que se le han hecho numerosas pruebas, a fin de que la pintura no sufra ningún daño.

Llega a Nueva York, el 4 de febrero de 1963 y es visitada por un público entusiasta. Se dice que más de un millón seiscientos mil visitantes formaron colas kilométricas ante el Museo Metropolitano de Nueva York. El tiempo de contemplación de la obra para los norteamericanos fue de doce segundos.

De la superficie a una bóveda

Actualmente La Gioconda se encuentra en los primeros lugares de la lista de cosas que ver antes de morir para muchos turistas. De prosperar los planes de ampliación del Louvre, la obra más conocida del arte clásico podría ser reubicada en los próximos años en una cámara subterránea, construida solo para ella, lo que facilitaría su visita.

Que el interés por verla decaiga no es barajado por nadie. “Es más antigua que las rocas que las rodean, como un vampiro ha estado muerta muchas veces y aprendió los secretos de la tumba”.