Dijo la intelectual Beatriz Sarlo: “A mí me interesa la literatura argentina porque me interesa la política”. Y ahora mismo, en un bar de San Telmo en donde es habitué, afirma la escritora, periodista y docente Gabriela Borrelli Azara: “Esa frase me pareció espectacular. Porque a mí me pasa exactamente lo mismo”. Sobre la mesa están sus dos libros que acaban de llegar a las mesas de novedades de las librerías: Cartas a jóvenes poetas (Paidós) y la reedición de Vidrio (Club Hem), su primera novela. Ficción y autobiografía –en formato epistolar– se encuentran abordados en estos dos libros que van mostrando y desplegando muchos de los intereses que ocupan la mente de la autora: feminismo, talleres de poesía y salvajismos varios. “Son obsesiones”, asegura Borrelli Azara.
Pero además de entregarle montañas de pensamiento a estos temas, son los que ponen en funcionamiento la maquinaria de la escritura a la que quiere entregarse ni bien puede. Eso algo que ella repite mucho: escribir. Y además: leer. A esto hay que sumarle sus intervenciones en medios (es locutora y ensayista), su militancia, sus clases de literatura y su trabajo en la gestión cultural (hasta el 2013 estuvo a cargo del sector de Letras del CCK y dirigió el festival Poesía Ya!). Parecen muchas cosas. Y efectivamente lo son.
A Borrelli Azara le costó conciliar todas estas piezas. Cuenta: “Al principio puede parecer raro. En un momento dado empecé a escribir ficción y ensayos y me pareció que podía entrar en contradicción con mi laburo con la poesía. Después me reconcilié con la idea de hacer cosas distintas porque pienso que es todo parte de una escritura. Me propuse no rendirme ante las etiquetas. Algo que es muy actual: todo está muy etiquetado. Y además es una lógica del capitalismo: mientras más te concentrás en una etiqueta vas a tener más seguidores. No quería seguir esa lógica, yo quería simplemente escribir. Yo no puedo vivir si no escribo. Entonces para mí es todo parte de un mismo flujo de escritura y pensamiento que a veces adquiere distintas formas: poesía, ensayo o ficción.”
Cartas a jóvenes poetas es un libro que puede leerse como una introducción seductora al género pero que se complejiza porque se mete la subjetividad rabiosa de la autora y su particular relación –nunca mansa– con la poesía.
Vidrio, en cambio, es una ficción carcelaria en la que una mujer se despierta con un muerto al lado y eso la lleva por segunda vez a la penitenciaría hasta que se revele qué sucedió. Eso es solo el comienzo de un periplo mental, físico y lingüístico de supervivencia en un espacio asfixiante como es la cárcel. En diálogo con Clarín Cultura, Gabriela Borrelli Azara cuenta cómo unir en una vida todo lo que la obsesiona.
–Vidrio nace de tus experiencias dando poesía en penales de mujeres.
–Me encontré con muchas historias de las presas en el penal de Ezeiza. Yo hice un taller de poesía ahí. Y vi muchas interseccionalidades. Como feminista me interesa saber quiénes son las mujeres que están presas y por qué. Y las respuestas son claras: la mayoría de estas mujeres están presas por razones clasistas o patriarcales. Me interesa saber la forma en la que se castiga en este país a las mujeres. Ahora bien, desde mi mirada militante ante esta realidad yo podría haberme ido más por la no ficción con una crónica o una poesía. Y sin embargo derivó en una novela. Apareció una voz en el personaje de Laura. Apareció una pareja de tres, esta trieja. Apareció Monte Grande, que es donde me crie. Aparecieron esas amigas chetas destruidas por la falopa que las vi irse al pasto mal. Apareció todo eso y derivó en una ficción. Me permití que todo eso que yo hago y soy, encuentre alguna forma, alguna potencia. Y esa forma es esta novela.
–La protagonista ingresa por segunda vez a la cárcel. Esto hace pensar el redescubrimiento de ese universo carcelario.
–Ella sabe lo que va a pasar porque ya estuvo presa por otra cosa. Está el concepto de la reincidencia. Porque al comienzo se me vino la imagen de una Sísifa y eso se sumó a esta vuelta a la cárcel. Lo que yo quería trabajar acá, además, era una escritura muy rápida. Que se relaciona con la merca y la abstinencia de la protagonista. Quería llegar a una forma de describir ese estado.
–La cárcel como institución social disciplinadora sigue ocupando un lugar problemático en la sociedad argentina.
–Fue tan grande el impacto de haber pasado por la cárcel para dar un taller que tuve que hacer algo con eso. Entonces no era tanto escribir sobre un tema en particular, sino de escribir sobre lo que me impacta y no puedo dejar de pensar. Haber pasado mucho tiempo de noche en el Abasto, haber tenido amigas muy relacionadas con el consumo, entre otras cosas, son cuestiones en las que pienso siempre también y están en la novela. Son obsesiones. No me dejan dormir. Igual que la poesía. No tengo un plan de escribir sobre temas. Ojalá. Escribiría más y mejor. Ahora estoy escribiendo una novela sobre perder el cuerpo. Porque la ficción es otra forma de abordar el conocimiento. La imaginación es una investigación del mundo y una potencia.
–¿Encaraste la narración como una poeta? ¿De qué forma abordaste esta voz que atraviesa todo el texto?
–Me propuse no meter diálogos. Porque quería laburar oraciones muy largas, con subordinadas todo el tiempo, borrar lo más que pudiera los signos de puntuación que hacen a la prosa. Porque para mí el poema siempre es un ritmo y quería encontrarle el ritmo a esta narración, a la protagonista. Como si fuese un poema rápido, de esos que me gusta escuchar, que tenga una cadencia. Por otra parte, esa forma de narración tiene que ver con la abstinencia de la droga. La protagonista es una cocainómana que se siente mal todo el tiempo y la narración es esta voz interior muy salvaje. Ella está librada a sus propios caballos del pensar.
–¿Sentis que hay alguna suerte de conexión entre esta novela y tu libro Cartas a jóvenes poetas?
–Si hay un punto donde confluyen es cuando a la narradora de la novela le salva la vida cuando encuentra el taller de poesía y escucha el poema de Paul Eluard (que también estuvo preso). Ahí creo que se tocan. Cuando una poesía te llega detiene el mundo y de lo abre. El punto central de Vidrio es el taller de poesía. Es que, para mi vida, los talleres de poesía son fundamentales. Son espacios creativos que defiendo mucho.
–¿Qué lugar social creés que tiene la poesía en este momento?
–La poesía siempre es un lenguaje contra el poder. Hay toda una tradición de obreros y amas de casa que no tienen tiempo para leer una novela. En cambio, la poesía ingresa en los resquicios del trabajo. La poesía es la lengua que se escapa del poder institucional y es creativa y efectiva para gente sin tiempo. Y es una acción concreta y democrática en el mundo. El poema siempre quiere hacer algo.
–¿Qué experiencia te queda de haber hecho el festival Poesía Ya! en el CCK?
–Trabajando con poesía en el Estado es un lugar incómodo, pero habito esa incomodidad sabiendo que hay una tensión que hay que ejercer para que las cosas crezcan. No sé si está bien que el Estado banque poetas, pero lo tiene que hacer más allá de si da o no dividendos. Es una apuesta que el Estado tiene que hacer, que tenemos que apostar a la salud pública y a la salud cultural de un país. Más allá de que salga bien o no. El Poesía Ya! fue nuestro intento de hacer lo más diverso, democrático y amplio en sus curadurías y propuestas estéticas desde lo federal e inclusivo. Siempre hay que apostar a estas cosas. Por más que salgan mal. Hay que hacerlo. Y eso es una potencia política.