“Tengo 91 años y todavía tengo energías para pintar”, comentó Luis Felipe “Yuyo” Noérodeado del público que se acercó a escucharlo el último sábado en el Museo Casa Rosada. A su lado, Virginia F. González, directora de esa institución, conversó con él luego de comentar su vasta trayectoria y de presentar, nuevamente exhibida, su obra «Por la patria soñada», un gigantesco díptico de acrílico sobre tela de dos metros y medio por cuatro que no se mostraba desde 2016 y vuelve en una fecha especial para ser expuesto durante todo el mes de agosto: el 174º aniversario de la muerte del General Don José de San Martín.
La obra fue pintada en 1990 a partir de un encargo de Gustavo Beliz, por aquel entonces secretario de la Función Pública de la Presidencia de la Nación, quien había conformado una comisión para convocar a diversos artistas destacadas a que produjeran obras y luego exponerlas en el Museo Nacional de Bellas Artes.
La muestra, luego bautizada Arte en la Rosada, incluyó este cuadro de Yuyo en donde se ve al General San Martín sobre su caballo rodeado de la bandera argentina y batallando con su sable ante soldados enemigos compuesto por líneas vibrantes, formas distorsionadas y una paleta de colores entre opacos y vibrantes que forjan una tensión cromática fiel al concepto de caos que caracteriza la obra de este notable artista.
Además de Noé, fueron convocados por aquel entonces Ricardo Carpani, Nicolás García Uriburu, Edgardo Giménez, Carlos Gorriarena, Gyula Kosice, Marta Minujín, Pérez Célis, Rogelio Polesello, Josefina Robirosa y Clorindo Testa, entre otros.
El caos, la guerra, la historia
Multipremiado, ganador dos veces de la prestigiosa Beca Guggenheim, fundador del grupo Nueva Figuración, el artista y también escritor –su libro El ojo que escribe (Ampersand) se presenta el próximo viernes 23 de agosto en la sede de la editorial, Ombú 3091 y adelantó que está por publicar otro a fin de año– se valió de la fecha patria como excusa para compartir el contexto de la elaboración de esta obra.
También, el análisis de otras piezas de su autoría e incluso la respuesta de algunas preguntas de un público que lo escucha fascinado.
“¿Qué pasa con el concepto del caos en tu obra?”, le preguntó González. Yuyo, quien prácticamente se pasó una vida ensayando una respuesta a través de su arte, respondió: “Mi idea de caos trasciende mi obra. No es concepto, es una vaga concepción. Encierra todas las contradicciones de la humanidad desde que la humanidad existe”. Vestido de elegante saco azul con pañuelo en el bolsillo, la voz del artista era suave y transmitía la solidez que sólo puede construirse a través de décadas de trabajo, estudio y dedicación.
“El espíritu de guerra siempre ha existido. Hay momentos más notables y otros más calmos. Nací en el 33, el año en que Hitler asumió el poder. Todo eso lo escuché como un sonido permanente en mi infancia”, comentó mientras analizaba esta obra y algunas otras pinturas que se proyectaban a sus espaldas que también trabajan temas históricos. “Cuando me convocaron lo hice porque pensé que era lo adecuado para la Casa de Gobierno. Aquí hablo de una vaga idea de la lucha por la patria soñada. Esto me parecía algo más que deseada. El sueño es algo que se traslada en el tiempo y convoca más allá de los límites de una nueva Nación”, explicó.
Las imágenes pasaban a sus espaldas y el público lo escuchaba como hipnotizado. El artista dando su clase magistral pero desde el llano, conversando a la altura de los presentes. Contó que su padre tenía una gran pasión por la historia argentina y que poseía una gran biblioteca sobre el tema. Allí Yuyo, en sus propias palabras, iría “respirando sobre el tema”.
De allí surgieron obras como «Imagen agónica de Dorrego» (1964), donde se ve el rostro expresionista del caudillo fusilado y derrocado con fuertes manchones negros casi como emulando al grito de Munch o «Tormenta en la pampa» (1982), otra notable pieza que, según contó, se inspiró en la lectura de un fragmento de El Facundo de Domingo Faustino Sarmiento. “Cuando lo leí, dije: esto es un cuadro. Y lo pinté”, recordó. De hecho, en la parte superior de este robusto cielo tormentoso pintado en oscuros tonos grises y azulados, están escritas estas líneas cual si fuesen parte de los rayos.
Del caos a la eternidad
Luego del comentario de estas obras, Yuyo comenzó a responder preguntas de un público que rompió sin demoras el silencio. “¿En qué estás trabajando?”, inquirieron. Primero destacó su labor escritural: después de cuatro años y medio de trabajo terminó un libro que parecería ser una suerte de manifiesto total de su teoría del caos. Se llamará Asumir el caos en el arte y en la vida y adelantó que, si todo sale bien, se publicará cerca de fin de año en la editorial El cuenco de plata. Se suma a trabajos teóricos anteriores como Antiestética (De la flor, 1965) o El arte entre la tecnología y la rebelión (Argonauta, 2020).
Le preguntaron también respecto al título de la obra que motivó este encuentro: ¿Qué es para Yuyo una patria soñada? Respondió: “Un país que no dependa de ningún imperialismo, que viva de su propia energía y aprovechando que tiene una tierra magnífica y hombres muy aptos para el trabajo”. Recordó un chiste: “Estaba Dios en la creación y en un lugar colocó los mejores campos, los mejores animales. Un angelito le pregunta: ¿no está exagerando? No, pero faltan los argentinos”. El público estalló en aplausos y carcajadas.
Ahondó en su presente y comentó que, debido a un accidente que tuvo en 2002, ya no puede levantar el brazo derecho y pintar en vertical de modo que lo hace en horizontal. “Así fui descubriendo nuevos movimientos del ritmo de la línea y el color. Entrelazando el dibujo y la pintura. He ido evolucionando a algo cada vez más abstracto”, reflexionó y compartió la idea de uno de los últimos cuadros que ha pintado: “A mi me gusta pintar cuadros grandes. Hice uno de cinco metros por tres al que llamé La eternidad porque tiene escrita una frase al respecto”.
También reflexionó acerca de los límites entre lo abstracto y lo figurativo. Le parece absurdo diferenciarlos. “Por ejemplo Rembrandt, tenía un clima que más allá de lo figurativo, su concepción es abstracta. Hay que superar esa división categórica. Incluso cuando hablamos, lo hacemos con abstracciones. Nadie va a discutir si una mesa es una mesa sino que vamos a discutir cuestiones del orden de lo abstracto. Ahí es armar caos”, dijo.
Compartió algunos detalles de su proceso creativo: “Cuando comienzo no sé qué voy a hacer. Comienzo y tengo un diálogo conmigo mismo a través de la tela. Yo propongo y la tela responde. Un tercer ojo va manejando todo. A mediados de la obra me doy cuenta de qué estoy haciendo. Me viene una frase tan vaga como un poema”.
Un arma cargada de futuro
Las preguntas del público fueron variadas. Sus respuestas, por su parte, histriónicas y, con simpleza, disparaban risas. Alguien le pidió un consejo, una suerte de guía para estos tiempos convulsionados: “Si tengo una brújula la perdí en el camino”, lanzó. Otro le preguntó por el origen de su apodo: “No lo sé”. “¿Tiene usted algún discípulo? Espero que no”, respondió.
Una estudiante de arte, muy emocionada, ensayó una pregunta. Pidió disculpas, se enredó un poco en sus ideas. Estaba nerviosa. Terminó preguntando cómo debe responder el arte en tiempos de crisis. “Esa pregunta solo se puede responder en la obra misma. Cada artista lo siente y lo vive. Tengo un tema con el arte político. He sido muy amigo de Ricardo Carpani y de León Ferrari. La política en mi obra ha sido un clima. Lo directo a veces siento que es necesario y otras veces no tanto. Cuando pinto, la política está en el mundo que me rodea. Mi respuesta es totalmente ambigua”, concluyó.
El diálogo se acercaba al final. La obra de Yuyo se mantendrá expuesta durante todo agosto para quien guste visitarla en el Museo. Sus colores, su tamaño, la fuerza de sus trazos y el contraste cromático impactan. Antes de que una muchedumbre se le viniera encima, cual rockstar, a saludarlo y sacarse fotos, ensayó una última reflexión sobre el futuro. Un regalo para ese público fervoroso y atento: “Los viejos no pueden hablar sobre lo que viene, pienso. Lo que viene también es relativo. Lo único que espero cuando me muera, que no me falta mucho —tengo 91 años, cuánto más puedo esperar— es que me respeten. Nada más”.